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La revista, que publicaba sátiras del islamismo y otras religiones, había sido blanco de ataques y amenazas. Los atacantes huyeron gritando “Vengamos al profeta Mahoma. Matamos a Charlie Hebdo”.

Dos encapuchados asesinaron en París a los últimos representantes de una generación de caricaturistas y periodistas libres, ajenos a toda influencia de los partidos o los bancos, anticlericales y rebeldes, antimilitaristas, mitad anarquistas, mitad progresistas, emancipados de la idiotez universal de los medios y de la cremosa socialdemocracia.
La gran mayoría de las doce personas ultimadas salvajemente en la capital francesa tenían en sus venas y en sus plumas la sangre de las revueltas de mayo de 1968. Habían conservado por encima de todo el trazo de esa rebeldía insolente y pagaron por ello cuando, a las 11.30 de la mañana, dos heraldos armados con fusiles Kalashnikov irrumpieron en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo y sembraron de muerte y horror lo que había nacido para la burla, la risa y el irrespeto. Mataron una generación, un estilo, una herencia, una postura irrevocable. Vestidos completamente de negro, con capuchas y gestos de una precisión militar, los autores del atentado entraron a la redacción de Charlie Hebdo gritando “Alahu al akbar” (Dios es grande) y huyeron en un auto negro, gritando: “Vengamos al profeta Mahoma. Matamos a Charlie Hebdo”. Nada prueba mejor la determinación asesina que los anima como la manera en que, durante el tiroteo con la policía, ultimaron de un balazo a un agente que había sido herido en una pierna y estaba en el suelo. Las banderas francesas están hoy a media asta.
La muerte colectiva, en un mismo momento y en un mismo lugar, de tantos periodistas no tiene precedentes. París fue la tumba de la libertad y la desfachatez. Se trata además del atentado más grave ocurrido en la capital francesa en los últimos 40 años. El presidente francés, François Hollande, acudió de inmediato al lugar del drama y reconoció que se trataba de “un acto excepcional de barbarie” y que Francia “vive un momento extremadamente difícil”.
El comando estaba informado porque pasó a la acción el día de la reunión de redacción. Según contó a la prensa la dibujante Coco, los atacantes “hablaban perfectamente francés y se reivindicaban de Al Qaida”. Otros sobrevivientes revelaron que, mientras disparaban, los asesinos gritaban el nombre de los periodistas.
Esa misma noche la policía logró identificar a los presuntos miembros del comando. Se trata de dos hermanos francoargelinos, Saïd y Chérif K, de 34 y 32 años. El tercer sospechoso, Hamyd M., tiene 18 años y horas después se entregó a la policía tras permanecer prófugo durante 12 horas.
Miles y miles de personas salieron a manifestar en todo el país de forma espontánea o convocados por los partidos políticos en solidaridad con las víctimas. El cartel “Soy Charlie” se ha vuelto el emblema de un país azorado por la brutalidad del crimen y el blanco elegido. Daniel Cohn-Bendit, el ex diputado ecologista europeo y líder del movimiento que estalló en París en mayo de 1968, dijo al diario Libération que “lo que se atacó acá fue el derecho a la crítica radical de todas las religiones”.
“Charlie Hebdo es la radicalidad anticlerical y es por esa razón que fueron asesinados. En nuestra civilización, lo que queremos defender es el derecho a esa radicalidad. De la misma manera que hay un fascismo oriundo de la civilización occidental, también hay otro fascismo que viene del Islam”.
El tributo que pagaron todos es enorme: doce muertos, de los cuales dos son policías –Franck D, abatido en la redacción, y Ahmed Merabet, en la calle–, once heridos, entre ellos cuatro en estado de extrema gravedad. Entre los asesinados están los dibujantes Charb (Stéphane Charbonnier, director del semanario), Cabu, Wolinski, Tignous y el economista Bernard Maris. Cabu y Wolinski eran famosas figuras de la irreverencia absoluta que acompañaron hacia la madurez a toda una generación de ciudadanos que descubrieron con ellos una forma radical de la insumisión y la provocación. Un crimen repugnante y doble, a la vez contra la palabra y esa forma inimitable de la crítica condensada que es la caricatura, el dibujo. Algunos de estos periodistas y caricaturistas tenían protección policial debido a las constantes amenazas que recibían desde hace años, especialmente a partir de 2006, cuando el semanario publicó las polémicas caricaturas del profeta Mahoma. Charlie Hebdo se vio obligado en 2011 a cerrar sus oficinas luego de un ataque con bombas molotov consecutivo a la publicación de un número sobre los islamistas de Túnez y Libia.
El atentado se produjo en un momento de fuerte islamofobia en Francia y en un día que no parece ser casual. Este 7 de enero apareció en Francia la novela de ese oportunista de la literatura moderna que es Michel Houellebecq, «Sumisión». La ficción de Houellebecq es de una islamofobia galopante y vino acompañada por un meditado plan de promoción destinado a provocar un escándalo mayúsculo. «Sumisión» muestra a Francia bajo un régimen islámico luego de la victoria presidencial de Mohammed Ben Abbes, candidato del partido Fraternidad Musulmana. En esa Francia de Michel Houellebecq, gobernada por el Islam, los musulmanes son tontos y vulgares, las mujeres tienen prohibido usar polleras y la Universidad de la Sorbona se convirtió en una universidad islámica cuyas paredes están cubiertas por versos del Corán. El escritor francés se adentra con su ficción en las teorías desarrolladas por otro autor racista y fascistoide, el filósofo Renaud Camus, autor de «La Gran Sustitución». En este libro, Camus desarrolla la idea de una civilización occidental, en este caso Francia, sustituida o pervertida por los valores del Islam.
“Nada será como antes en nuestro país” comentó Philippe Val, ex director de Charlie Hebdo. Consciente de la gravitación compleja que se va anudando en torno de estas temáticas y con el drama del atentado enfrente, el presidente francés, en el curso de una alocución televisada impregnada de gran emoción, dijo que “la libertad será más fuerte que la barbarie”.
 El ministro francés de Interior, Bernard Cazenave, movilizó una gran número de policías para identificar y arrestar a los autores de la matanza. Menos de 12 horas después del atentado, los autores fueron identificados por los investigadores gracias a un documento de identidad olvidado en el Citroën C3 negro en el cual huyeron.
Según fuentes de la prensa francesa, uno de los hermanos combatió en Siria y volvió este verano a Francia. Ya antes, Bernard Cazenave había señalado que la eventualidad de que los responsables estén ligados al islamismo radical era “una opción posible”. Varios expertos que hablaron con los medios señalaron una evidencia que se aprecia en las imágenes del operativo: la exactitud de los gestos, la manera en que manipulan las armas y cómo se desplazan. Un policía dijo al diario Le Figaro que se “ve con claridad cómo sostienen las armas, cómo avanzan con calma y fríamente. Se ve en eso que recibieron una formación militar”. Otro policía, citado por la misma fuente, argumenta que en el estilo con el que actuaron se nota que no “son iluminados que actúan por impulso. Fueron entrenados en Siria, en Irak, o en otro lugar, hasta incluso en Francia. Es evidente que fueron entrenados”.
En medio de una intensa pesquisa policial, el debate se desplaza ahora hacia el terreno del Islam, la convivencia, la libertad y, desde luego, el impacto que tienen en Francia los conflictos que azotan a Irak, Libia y Siria con la presencia de miles de jihadistas de origen europeo –principalmente franceses y belgas– que dejan la cultura occidental donde nacieron para unirse a fuerzas como las del Estado Islámico en Irak.
Lápices, lapiceras o bolígrafos, hagamos todos en estos días como lo hicieron anoche decenas de miles de manifestantes en París y en toda Francia: salgamos a la calle con esos modestos símbolos de la libertad de decir y pensar. Alguna vez, en 2001, luego de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, una parte del mundo dijo: “Todos somos norteamericanos”. El golpe, aunque menor en víctimas, tiene un impacto y una lectura política de gran magnitud. El mensaje y la amenaza global que hacen pesar este atentado lleva a otro grito conjunto: “Todos somos Charlie”.