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La prenda obligada de |
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escribe Víctor Rojas Aquel mediodía osleño el frío era el dueño de la calle. Venidos de diversas partes de Escandinavia, un grupo de latinoamericanos, en su gran mayoría desterrados, se reunía para rendirle culto a la palabra escrita. En esa ocasión la embajada de Chile en Noruega, hacía entrega de los premios literarios a los escritores y poetas que habían enviado sus obras al Concurso Escandinavo de Literatura y cuyas obras, según un jurado internacional, merecían ser premiadas. Uno de los poetas que subió al escenario fue Jaime Carrizo Checura. En medio de las ovaciones se le veía alegre, motivado. Los diez poemas que había enviado al concurso lo avalaban como uno de los más diestros creadores artísticos de Chile en el exilio. Su rostro no acusaba el cansancio de haber conducido bajo una borrasca de nieve los cientos de kilómetros que separan a Linköping de la capital noruega. Tan crudo era el invierno en aquel día que el aeropuerto de Oslo fue cerrado y muchos trenes quedaron inmovilizados a mitad del camino. No eran pocos los vehículos que congelados quedaban a la vera de la carretera. Dadas esas gélidas y borrascosas circunstancias las autoridades del país vecino habían declarado en estado de alerta a todos los servicios de emergencia. Sin embargo, Jaime Carrizo Checura, lleno de contento, lograba que en el recinto donde se llevaba a cabo la entrega de los premios, los allí presentes olvidaran esos implacables fenómenos de la naturaleza. Guitarra en mano y voz acorde a la escala de re mayor, contaba sin dramas ni sentimentalismos, que el destierro es una muerte parcial de la cual hay que resucitar con alegría para que la derrota sea menos trágica. Y es que Jaime Carrizo a pesar de la distancia y los años transcurridos nunca olvidó los amaneceres de cobre. Contra los designios de la ausencia siempre estuvo presente en su corazón el viento que trae mensajes del desierto, la brisa salitrera del Pacífico y la lluvia sobre el altiplano en majestuosa cordillera. Perduran en sus poemas y canciones la afable gente y el nervio cobrizo del norte de Chile. Esos versos llenos de nostalgia, sentimiento que en su parecer es la antesala del regreso Trasnochaba la incertidumbre/en lobreguez y metralla/ la duda buscando el azul/atravesaba la sombra/ cuando el pájaro de exilio /introduciendo su escarcha/en mi exiguo maletín /se metió de polizonte/en mi naufragio. En la solapa de su poemario Vestido de Soledad se cuenta que Jaime Carrizo Checura nació en Piragua, norte de Chile. Contrajo matrimonio con la señora Ana Bahamonte y de esa unión nacieron los hijos Jaime, Sergio y Claudio. El poeta inició su vida artística en la década de los 60 como compositor y cantautor de temas folclóricos. Su canción El reloj de mi desierto fue un éxito musical que rebasó las fronteras de Chile. Sus actividades culturales le merecieron diversos premios y reconocimientos en su tierra natal. Como miles de chilenos, abandonó su país obligado por las duras condiciones y adversidades que asolaron Chile a raíz del tristemente célebre golpe militar. Y es que Jaime era un hombre de gran sensibilidad social. Su preocupación por mejores condiciones de vida para los paupérrimos y humillados de la tierra fue una decisión de lucha, constante en su vida. Desde 1977 hasta el día de su muerte, en el pasado mes de abril, vivió en la ciudad de Linköping. Allí trabajó como profesor de idioma materno y divulgó por diversos medios y formas la cultura de su pueblo. En los últimos años de su vida viajó periódicamente a su tierra natal para dar a conocer su música y poesía. Allá publicó en 1997 un libro de canciones y poemas bajo el titulo Espinel de luz en el desierto. En 1998 salió a la luz su segundo poemario: Trasmigración. Dicho libro de poemas fue difundido en Alemania y dramatizado por la Universidad Católica del Norte de Chile. Su tercer libro de poemas, Vestido de Soledad, fue publicado en Chile a principios de año, en una edición bilingüe, castellano/sueco. El poemario tiene a la ausencia como columna vertebral. El yo poético es obligado por complicidad de los verdugos al ostracismo. Y los ostracismos tienen una ponzoña cargada de soledad, que certeramente el poeta recrea cuando escribe: Tu mirada/ callada luz /en vuelo de gaviota/ contuvo la pena,/ musitando el preludio/ de la partida./ Estruendoso,/ el mar/ quebró su silencio/ en el roquerío./ Era la hora del adiós. Si aceptamos que el exilio es una muerte parcial, eso significa que debe haber un lugar que acoge pero que es algo así como una fase de sopor profundo. Pero ese ciclo que nada dice, que nada mueve, que es silencio y abstracción, en el fondo es una calma chicha que se niega al olvido. Así recrea ese estado somnífero el vate Jaime Carrizo: Y nos juntamos extranjeros/ cultivando jardines glaciales,/ aromadas libertades de silencio/ y soledad;/fríos, vagabundos,/ somnolientos de patria/ sufriendo la respuesta muda,/ torciendo la opacidad del hombre/ y su escurridiza indiferencia. Los 33 poemas que Jaime Carrizo Checura reunió en su último libro, son un vistazo hacia la vida trashumante a la cual pueden ser obligados los seres que se niegan al silencio. Los caminos de esa vida están empedrados de soledades, ausencias, nostalgias, recuerdos, añoranzas y sabores a derrota. Pero ese camino también puede ser desandado a cualquier distancia o en un descuido de las manecillas del reloj. Y así llegaremos al punto de partida. Ese es el mensaje que nos deja el escalda Jaime Carrizo Checura al cerrar uno de sus poemas: Inútil intento/ de lamer reflujos / el agua siempre retorna. |
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