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La derecha venezolana renuncia |
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escribe Cándido La derecha venezolana, representada por los dos partidos tradicionales, Acción Democrática (AD) y Copei (socialcristiana), más una escisión de este último denominada Agrupación Proyecto Venezuela, han decidido boicotear las elecciones legislativas previstas para el próximo domingo. Los motivos esgrimidos son de que «no existen garantías de transparencia» porque el Consejo Nacional Electoral (CNE) sería, según los impugnadores, favorable al presidente Hugo Chávez. La verdad es otra, y es que todas las encuestas previas pronostican un categórico triunfo popular respaldando a los candidatos del Movimiento V República, que lidera el actual presidente. El secretario general del Acción Democrática, Henry Ramos Alluf, que formuló el anuncio de esta decisión, amenazó con graves sanciones a los diputados de su partido que desobedezcan la orden y, lo que es más grave, anunció en forma un tanto ambigua, continuar «con otras formas de lucha», recordando que el partido ya lo había hecho en tiempos «dictatoriales». Para disipar dudas y «abriendo el paraguas» antes de que empeza a llover, Henry Ramos dijo que la «decisión era soberana» y que «no estamos sentados en las rodillas de EE.UU». Algo que hay muchos motivos para poner en duda. La derecha oligárquica venezolana, respaldada sí por la Administración Bush, la Unión Europea y los medios de comunicación «democráticos», no parecen dispuestos a aceptar la realidad. Una realidad que es irreversible y que sólo podría ser alterada con un inmenso costo humano, por una campaña terrorista de la oligarquía apoyada por el imperio y algún gobernante vasallo de la región. No hay que olvidar que Carlos Andrés Pérez presidente socialdemócrata entre 1974 y 1993, cuando fue destituido y encarcelado por ladrón, exhortó recientemente a la eliminación física del presidente Chávez. Sin que los gobernantes «demócratas» de EE.UU y la Unión Europea hayan protestado por tal incitación al terrorismo. Ningún gobernante en la historia de América Latina y de muchos países del primer mundo, que presumen ser los campeones de la democracia, ha tenido muestras tan reiteradas categóricas de apoyo popular en las urnas como las que ha recibido el presidente de Venezuela en los años recientes. Pero ocurre que el presidente Chávez no se conformó con esa «legitimidad democrática» y ha iniciado una revolución pacífica, con la ley en la mano para terminar con la corrupción y la extendida miseria de la mayor parte del pueblo venezolano causada por sucesivos gobiernos socialdemócratas y democristianos. Por primera vez en su historia millones de venezolanos, han podido ir a la escuela, atender su salud, curarse enfermedades, participar como ciudadanos y como seres humanos en la vida del país. Por primera vez el petróleo la gran riqueza del país, ha dejado de ser una fuente de succión en favor de las empresas extranjeras y de enriquecimiento de unos pocos privilegiados y se ha puesto al servicio del país. Por primera vez también esa riqueza está puesta al servicio de los demás pueblos latinoamericanos y de la unidad del continente. Todo ello dentro de la más estricta legalidad, sin expropiación de las compañías que han saqueado durante decenas de años al país. Todas ellas siguen trabajando en Venezuela, y aceptaron sin protestar que el gobierno subiera los impuestos que deben pagar. La solidaridad del gobierno venezolano ha alcanzado a los pobres de Massachusset, en EE.UU, a los que los gastos militares y las guerras emprendidas por la Administración Bush, les ha empeorado sus ya deterioradas condiciones de vida. El ejemplo que esta revolución pacífica supone, tal como ha ocurrido con la Revolución Cubana, es lo que el imperio, la oligarquía, los gobiernos europeos y los medios a su servicio no le perdonan al presidente Chávez. No terminan de asimilar la realidad. Una realidad que muestra que la farsa de una democracia vacía de contenido, vigente sólo cada cuatro o cinco años cuando se monta el aparato propagandístico con los medios a disposición de esas oligarquías, ha dejado de tener aceptación entre los pueblos. Los procesos electorales recientes, en otros países de la región, han mostrado claramente el rechazo a las oligarquías corruptas cómplices de las transnacionales del imperio. Y el eventual fracaso de quienes dirigen esos nuevos procesos no significará el retorno de esas oligarquías, que como las golondrinas de Bécquer, «no volverán». |
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