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Periferia, de Absalón Opazo |
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Escribe Juan Cameron. La segunda publicación de Absalón Opazo, Periferia, aporta con varias declaraciones de principios que, es de esperar, conformen el estilo de este joven poeta porteño. Aparecido bajo el sello de Editorial La Cáfila este 2005 -dato no consignado en la edición- el volumen está conformado en tres secciones: Alturas, Periferia y Epílogo, que dan razón a su discurso. En él, el poeta realiza un denotado intento por hacerse cargo de la cuestión social, aparentemente olvidada y poco importante. Se trata más bien de un asunto victimado por los medios de comunicación masiva y por el poder, ambos coludidos o vinculados al monstruo de siete cabezas mercado que estrangula a este país. No es el único en este momento, claro; pero su escritura es técnicamente más desarrollada y no se fundamenta en el mero motivo. Esta toma de posiciones en Opazo, valiente por lo demás (en el campo de las artes), viene precedida por algunas declaraciones de principios y contiene a la vez aciertos y asperezas que requieren ser observados. En lo formal nos precisa: Este libro no tiene aspiraciones artísticas. Es un emblema de grito, de desgarro y resentimiento. Herida abierta de par en par tras una batalla campal". El epígrafe no puede tomarse al pie de la letra toda vez que la escritura se presenta ante el lector bajo los cánones de la poesía, con un ritmo particular y una estructura reconocible. En cuanto a su contenido, la advertencia de página 9, también inicial, oculta un rasgo de solemnidad y una seria proposición o señal de ruta: "estampo la historia de mi palabra/ como un legado de piedra virgen/ que se entrega a los pies del mundo". Su lectura no acepta otra interpretación. El poeta tiene un rol y una responsabilidad tribal: es el vocero, el "werkén". En cierto sentido es o se asume como el elegido para señalar con su palabra. La intención estética supera entonces su necesidad de construir el verso como un arma, como el emblema del grito señalado con anterioridad. El primer acierto a destacar, como se indicó más arriba, es su voluntad de hacerse cargo de un discurso vacante. Tal como los poetas santiaguinos asaltan la ciudad a través del lenguaje publicitario y de "la pobla", en un sentido por lo demás posmoderno, Opazo lo rescata desde una visión anterior, más acorde a la realidad. En la segunda sección del libro, incorpora una clara declaración de combate: "Por ellos/ por nosotros y por los que vendrán/ botellas al aire/ piedras y poesía/ barricada y apagón". Su voluntad de ser actor de este proceso, anunciada en página 87, "Sobre el autor", sindica un proceso de lectura y formación necesario en el oficio. Sin embargo, Absalón Opazo debe aún limar ciertas asperezas; proceso al cual contribuye sin duda tanto la lectura de sus pares como una construcción más acuciosa del verso. Leerlos en voz alta en silencio y soledad, en el gabinete del doctor Caligari, se hace ya indispensable luego de un segundo libro. Una mejor limpieza de adjetivos, gerundios, distribución del acento inicial del verso y eliminación de puntos suspensivos son cuatro normas para un buen comienzo y para destacar las ventajas de su talento. Y, aunque nos parezca acertado atribuir al poeta el papel de brujo de la tribu, es necesario también reírse un poco de la solemnidad, ese corset que ahoga la respiración en el verso. Es cierto que el dolor duele y que la estupidez es permanente; pero no olvidemos la propuesta de Enrique Lihn (y no de Nicanor Parra, sin embargo) acerca de "el hueveo como factor de lucha". Esta notoria falta de ironía parece una característica generacional que afecta a casi a la totalidad de los novísimos exponentes en el género. Una visión más relajada le permitirá acceder al juego, sin duda un elemento fundamental para descubrir los vasos comunicantes entre una palabra y otra. Aún cuando el autor insista en carecer de aspiraciones artísticas. Absalón Opazo Moreno nació en Valparaíso, en 1978. Con anterioridad ha publicado Agreste urbano, el año 2003. Esta reciente edición, de buen tamaño y diseño de portada, viene ilustrada con fotografías de César Pincheira y Marcelo Conejeros, ambos del colectivo Huella digital. |
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