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Contaminados el cielo y la tierra

 

Escribe Gustavo Robreño Díaz.
En estos momentos existe por parte de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN un marcado interés por minimizar el fracaso de la ocupación y pacificación de Afganistán.
De igual modo, nada se dice sobre los altos índices de radiactividad que enrarecen el cielo y la tierra afganos, convirtiéndose para los ocupantes en un peligro tan grande como las acciones de la resistencia.

Pruebas ocultas.
Aunque oficialmente el mando militar norteamericano no ha reconocido el empleo de municiones radiactivas en Afganistán, existen evidencias que prueban lo contrario.
Un equipo de galenos encabezados por el afgano Mohammed Daud Miraki, a la vez que analizó muestras de tierra, agua y orina, recogió los testimonios de residentes en las zonas donde se sospecha fueron empleadas municiones radiactivas.

Los resultados fueron elocuentes. La orina de los afganos presentaba concentraciones de isótopos tóxicos y radiactivos entre 100 y 400 veces mayores que los encontrados en pruebas similares practicadas a veteranos norteamericanos de la Guerra del Golfo.

Igualmente fueron detectadas pequeñas partículas cerámicas radiactivas, producidas por las altas temperaturas creadas al momento del impacto de las municiones.

Estas partículas son insolubles y pueden, por tanto, no aparecer en los análisis de orina y permanecer en el cuerpo durante años irradiando las células desde dentro del organismo. Basta solo una para causar distintos tipos de cáncer.

A diferencia de Irak, donde se utilizan municiones de menor calibre en cuyos impactos se vaporiza solo una parte del uranio, las grandes bombas antirefugio utilizadas en Afganistán liberan el 100 % del uranio que contienen.

Afganistán fue el primer teatro de operaciones donde Estados Unidos utilizó en gran escala una nueva generación de bombas de penetración profunda, de los tipos GBU y AGM, que son capaces de producir hasta terremotos, debido a su alto poder destructivo.

En su informe, el Dr. Miraki relató como muchos combatientes talibanes de las tribus del sur del país han muerto tras retornar a sus casas, sin haber sido heridos en combate.

Se describe que padecían de hemorragias incontrolables; vomitaban y rezumaban sangre por todo el cuerpo, a la vez que padecían fuertes dolores de riñones.

Varios sobrevivientes, procedentes de la ciudad de Tora Bora, dijeron haber visto allí los cuerpos de numerosos soldados talibanes con sus armas derretidas en las manos.

El daño genético; un crimen mayor.
Otra arista de este genocidio es el daño genético. El propio documento hecho público por el Dr. Miraki expresa como el número de deformidades en recién nacidos se ha incrementado significativamente.
Cita el espeluznante ejemplo de que, en tan sólo un mes, un hospital de maternidad en Kabul, la capital, reportó el nacimiento de 150 niños con malformaciones.

Cuando no había transcurrido un año aún de iniciada la agresión, un informe del ministerio de Salud pakistaní reconocía que hay numerosos informes sobre nacimientos anormales en Afganistán, constatados por especialistas nacionales e internacionales.

El informe era preciso en asegurar que ello se debía a los bombardeos con municiones de uranio.
Todas estas evidencias demuestran que son falsas las afirmaciones del secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, de que la contaminación detectada en Afganistán se debe a armas o depósitos de armas utilizadas por los talibanes.

Así, el Pentágono reconoce el hecho incuestionable de la contaminación radiactiva en Afganistán, pero toma distancia en cuanto a aceptar su responsabilidad y propiciar una solución.
De acuerdo con el Boletín No. 89 de la Asociación de Medicinas Complementarias, el médico del ejército de

Estados Unidos, coronel Assaff Durakovic, estima que en Afganistán se han empleado más municiones radiactivas que en la Guerra del Golfo y de Yugoslavia juntas.

El propio suplemento indica que el consejero mayor del Centro para la Información de la Defensa de Washington, Philip Coyle, aseguró en un simposio que, efectivamente, se habían utilizado municiones con uranio en Afganistán.

La droga; también un arma contaminante.
Aunque muy poco se habla de ello, ante la mirada tolerante y la complicidad de la coalición de ocupación, Afganistán ha vuelto a ser el primer productor mundial de opio.

Ello contrasta con el argumento esgrimido, tanto por el primer ministro británico, Tony Blair, como por el presidente norteamericano, George W. Bush, de que erradicar el cultivo de opio, a partir del cual se elaboraba la heroína, fue uno de los motivos de la acción bélica contra ese país.

Ambos pretendían ignorar, y hacer que el mundo olvidara, que desde un año antes de la agresión el gobierno de los talibanes había suprimido las plantaciones de opio, calificando dicho cultivo de antislámico.
De acuerdo con especialistas, uno de los objetivos no declarado de la invasión fue justamente restablecer allí la cosecha y tráfico de droga.

La economía afgana de la droga había sido un proyecto detalladamente concebido por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), ligado estrechamente a la política norteamericana de financiar a los grupos fundamentalistas islámicos.

Para 1979, sólo dos años después de iniciadas las operaciones secretas de la CIA en Afganistán, la región fronteriza entre ese país y Paquistán llegó a ser la primera fuente mundial de heroína, abasteciendo el 60% del mercado estadounidense.

Posterior a la invasión aliada de 2001, el negocio de la droga se disparó rápidamente.

Según la oficina de Naciones Unidas contra la droga y el crimen (ONUDC), la producción de opio en Afganistán se estima hoy en tres mil 600 toneladas, cultivado en unas 80 mil hectáreas.

La contaminación radiactiva y el negocio de la droga en Afganistán, son un ejemplo fehaciente del orden internacional injusto que, protegiendo sus intereses, pretenden imponer los poderosos en este mundo de hoy, aunque ello signifique el fin de la especie humana.



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