inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 14-Octubre-2005

Una crónica muy personal
Atencia, Chirinos y mi madre

 

Escribe Juan Cameron
No conocía bien a María Victoria Atencia. Sabía de ella en forma aproximada, de su pertenencia cronológica y geográfica. Su nombre va junto a Málaga, al de María Zambrano, a la terrá que atraviesa desde el desierto saharuhi sobre las opacas aguas del Mediterráneo. Hace unos meses compré su Ex Libris en la Librería Altazor de Viña del Mar. Se trata de un volumen de la colección Visor de poesía , rico en endecasílabos y de un ritmo inalterable ycálido. No le habría prestado atención a no ser por Eduardo Chirinos.

Una mañana, mientras viajábamos hacia Villa Alemana, a visitar a mi madre, leía a mi mujer algunos versos de María Victoria: Como la última vez que en la playa estuvimos,/ nos sentaremos contra la barca repintada/ para ver el mar juntas, ahora que amanece. Se los leía casi al oído para que los otros pasajeros del taxi colectivo no se entereran.

Eduardo Chirinos es un tipo serio, simpático, peruano. Lo conocí en Medellín en un encuentro de poesía y me acerqué a él al escucharle hablar castellano. Como es rubio, al igual que yo -aunque un poco más atildado- no lo supuse hispano hablante; más bien, pensé, se trataba de algún poeta yanqui. Intercambiamos elogios en una amable conversación y al día siguiente le pedí que me autografiara su colección de notas, Los largos oficios inútiles, adquirido en la improvisada librería del Hotel Central. Varios meses después, en mi casa de Valparaíso, lo comencé a leer. Rescaté el libro de un alto de volúmenes sin consultar todavía. Era un justo homenaje a este autor que admiraba y a quien recordé luego de hojear Diez de ultramar, esa inusual antología del colombiano Ramón Coté, cuyo contribuyente más joven es el propio Chirinos. Lecturas similares, admiraciones comunes y este oficio -tan inútil también- de referirnos a la escritura y a la vida de los autores, me hizo detenerme en la única escritora citada que por entonces no conocía a cabalidad: María Victoria Atencia.

Mi madre esa mañana parecía especialmente lúcida. Nos relató algunas cuitas familiares y confesó, de pronto, estar enamorada de un hombre joven. Después manifestó su fascinación por los trajes de fiesta y reconoció, no sin cierto pudor, su extrema vanidad. Es culpa de la gente, dijo, por tanto repetirle que era hermosa. Nos habló también de antepasados allá en las profundidades; algunos la llaman desde la pantalla del televisor y ya no quiere encenderlo. Está asustada. Dios me está guardando para el Juicio Final, bromea con ese extraño humor escocés. Tendrás que conseguirte un buen abogado, le observo; y ella ríe a carcajadas. Mi madre está postrada hace años. A veces una dama la pasea por casa en su silla de ruedas y a los ochenta y uno es ya una perfecta anciana. La osteoporosis y el mal de Parkinson no han sido buenos consejeros.

Al partir nos regala un retrato de juventud. Observamos la imagen y luego la guardo entre las hojas 0de María Victoria. Es una fotografía tomada en 1944, en algún estudio porteño, durante la Segunda Guerra Mundial. Su cabello cobrizo -lo recuerdo muy rojo- luce un voluminoso peinado que enmarca sus rasgos. Sobre una limpia garganta se destaca, cauto, un cuello blanco de organdí o algo semejante. Con mi esposa no nos ponemos de acuerdo si aquellos ojos son los mismos de una hermana o de mi hija. Son los de ella sentencia. Y tiene razón; porque su mirada, entre ingenua y precisa, le es tan propia como aquellos marcados y gruesos labios.
De regreso, en otro vehículo, aún emocionado abro el libro y pienso esa era ella. La imagen de mi madre se sostiene sobre la página derecha y en la izquierda, sin ninguna elección, simplemente aparece: A mi memoria vuelves crecida en hermosura/ y, mientras da la luz en tu cabeza, quiero/ destrenzarte y soltarte el curso de las crenchas,/ embadurnar mis dedos en aroma y aceite,/ presionarte la nuca y aliviar tu cansancio.
En silencio agradezco a la gran poeta malagueña.

María Victoria Atencia (Málaga, 1931) académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, de Málaga y correspondiente de las Reales Academias de Cádiz, Córdoba, Sevilla y San Fernando; consejera del Centro Andaluz de las Letras de la Junta de Andalucía, de la Fundación de la Generación del 27 de Madrid, del Centro Cultural Generación del 27 de Málaga y de la Fundación María Zambrano. Obras: Cañada de los Ingleses, A orillas del Ems, Tierra mojada (1953), Cuatro sonetos (1955), Arte y parte (1961), El ramo (1971), Marta y María (1976), Los sueños (1976), El mundo de María Victoria (1978), Venezia Serenissima (1978), Paseo de la Farola (1978), Himnario (1978), Carta de amor en Belvedere (1979), Compás binario (1979), Debida proporción (1981), Adviento (1981), Porcia (1983), Caprichos (1983), Ex libris (1984), Paulina o el libro de las aguas (1984), Trances de Nuestra Señora (1986), Música de Cámara (1986), De la llama en que arde (1988), La pared contigua (1989), La intrusa (1992), El puente (1992), Las contemplaciones (1997) y otras. Entre los reconocimientos obtenidos figuran; Premio Andalucía de la Crítica 1998, Premio Nacional de la Crítica 1998, Premio Luis de Góngora de la Letras Andaluzas, Medalla de Oro de la Provincia de Málaga e Hija predilecta de Andalucía.

Eduardo Chirinos (Lima, 1960) vive en Missoula, Estados Unidos y es académico de la Universidad de Montana. En poesía ha publicado Cuaderno de Horacio Morell (1981), Crónicas de un ocioso (1983), Archivo de huellas digitales (1985), Sermón sobre la muerte (1986), Rituales del conocimiento y del sueño (1987), El libro de los encuentros (1988), Canciones del herrero del arca (1989), Recuerda cuerpo (1991), Raritan blues (México, 1997, antología personal), Infame turba (1997), El equilibrista de Bayard Street (1998), Naufragio de los días (Sevilla, 1999), Abecedario del agua (2000), Breve historia de la música (2001) y Escrito en Missoula (2003). Tiene a su haber, además, dos antologías de su obra, Naufragio de los días (España, 1999) y Derrota del otoño (México, 2003). En ensayo ha publicado El techo de la ballena (1991), La morada del silencio (1998), Epístola a los transeúntes (2001), El Fingidor Revista de Literatura (2003) y Los largos oficios inservibles (2004).
Guisela Cameron Leiva (Valparaíso, 1924) reside en Villa Alemana.



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