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Puerto de Hambre, de Christian Formoso |
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Por Juan Cameron. La toponimia da cuenta de una extraña relación entre hombre y geografía: Decepción, Puerto Misericordia, Cabo Expectación, Provincia de Última Esperanza, Isla Desolación, Puerto del Hambre. Este largo vínculo no muestra rasgos de amabilidad. El clima, que en verano puede alcanzar los veinte grados centígrados, tampoco es propicio. Se trata de la región de Magallanes, último bastión de la Patagonia chilena y territorio de extensión y barbarie, alguna vez colonizado por navegantes chilotes, extranjeros, bandoleros y cortadores de orejas; su riqueza y estirpe se levanta sobre los huesos de los aventureros y de las tribus extinguidas. De este registro da cuenta la obra de Christian Formoso (Punta Arenas, 1971): "Yo habitaré esa palabra, ese refugio/ en gracia del dios que echa mi suerte/ sobre la página dura de la nieve/ manchada con la sangre de mi nombre". Su reciente poemario, Puerto de Hambre (2005), entregado en junio por las Ediciones Universidad de Magallanes, carga el paradigma de tal motivo existencial: la tierra de los antepasados recientes descansa sobre ellos y los redime de la violencia y la muerte. Sus anteriores poemarios sindican similares preocupaciones: El odio o la ciudad invertida (1997), Los coros desterrados (2000 y 2003), Memorial del padre miedo (2001) y Estaciones cercanas al sueño (2003) Puerto del Hambre, ubicado a la cuadra del Fuerte Bulnes, a casi cien kilómetros al sur de Punta Arenas, fue fundado por Pedro Sarmiento de Gamboa en 1584 con el nombre de Ciudad del Rey Don Felipe. Es el primer enclave español en el Estrecho de Magallanes. El destino de sus habitantes es aún desconocido. Abandonados y sin pertrechos, sólo cadáveres pudieron dar cuenta de su suerte. Formoso ocupa su denominación como una metáfora condensadora de la historia y de sus habitantes. Tal como podría serlo el cementerio de Punta Arenas, cuyo epígrafe, tomado del poema del mismo nombre de Enrique Lihn, se esconde entre otros símbolos al interior del texto. Caletas y naves ocupadas por esqueletos dan cuenta de algo ocurrido e ignorado. Los huesos son símbolos de la brevedad de esta vida, advertencia al orgullo y comprensión de cuánto somos. Tripulaciones que fueron individuos, únicos e irreemplazables, con historia y transcurso: Juan Manrique, soldado, natural de Medida de Rioseco, Luis Niño, soldado, natural de Puertollano, Hird, capitán del Marlborough. Quienes habitan esta tierra poseen por herencia, sino por cultura, una alta conciencia de la muerte. En el texto Carnaval del invierno, la percepción resulta clara: Bajo la nieve, bajo el contorno de lo ahora secreto/ como un dolor enfriado, más ardiente, con la palabra desdicha/ por el cadáver que yace en mi testimonio perdido/ con el resto de las cosas de negros pasos ausentes". Conocedor del oficio, Formoso rinde homenaje a sus maestros. El texto Memorial del Padre Miedo recoge el discurso de Canto General e indica al lector la intención de su estética. No es una simple influencia de Pablo Neruda lo que allí encontramos, sino una reconvención a esa geografía inconmensurable a través de una similar construcción verbal: "Lamento del carbón, llanto de piedra/ lágrima de la costa, ayes de roca/ dolor de acantilado, fe de espuma/ gemido de ahogado/ alma en sollozos (...) témpano calcinado/ tierra en sollozos/ océano emprendido, hombre en sollozos", en el que el término sollozos opera como cadencia y repetición en los cinco versos finales de la estrofa. Cartas para reinas de una tierra que no tiene primaveras cita a Teillier más allá del título y desembarca el poema. La superficie se hace más amable ante la presencia de aquella. Aparecen los bosques, los techos, la tierra en movimiento. Es una suerte de refugio en medio de la tormenta; un mirar hacia el centro de la existencia, pero al mismo tiempo hacia el cosmos porque algo más allá de los canales y las islas, ocupa la visión del hablante. Toda esta relación de opuestos, ese caminar sobre las voces de los idos, culmina en el centro geográfico de la Patagonia y Tierra del Fuego: el cementerio de Punta Arenas. Además del vínculo ya señalado con Enrique Lihn y su texto, la revisión de estos signos hecha el habitante, por el natural, constituye parte de su imaginario y de su formación ontológica. Visita obligada y secreto orgullo, el destino de cada uno de esos seres anónimos cobra allí relevancia después de la partida; se convierten en protagonistas, son también héroes tanto como los soldados, capitanes y bárbaros enriquecidos en la furia y el despojo. Es parte del paisaje; Puerto de Hambre puede también ser Punta Arenas cuando la ausencia y la lejanía la endurecen para el individuo. |
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