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Se presenta Oráculos, séptimo libro de Arturo Morales |
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Por Juan Cameron. Hace ya un año, el viernes 24 de septiembre de 2004, en un soleado mediodía en la Plaza Joaquín Edwards Bello, frente al Paseo Yugoslavo, en el Cerro Alegre, el poeta Gregorio Paredes y el profesor Sergio Vuskovic Rojo presentaron la anterior producción de Arturo Morales, Escenas de un país en guerra. Como sabemos, el nombre de Arturo Morales Navarrete -nacido en Valparaíso, en 1964- aparece a mediados de la década anterior, cuando ya se había instalado en este escenario como cantante y compositor. Su primera entrega, Cantos y danzas inmorales (1994), aporta varias letras, entre ellas una Canción por la vida y un Vals marino dedicado a Valparaíso. Motivo que, por lo demás, aparece también en trabajos como Homenaje (a Manuel Astica Fuentes) y Ciudadanía, de 23 poemas itinerantes (1999). Allí el poeta afirma "La ciudad no existe/ son apenas referencias las pequeñas manos/ hojas que auscultan el protocolo del texto". Y el tema continúa en Cuentos porteños, de Oficio de alta costura (2002) y en Escenas en vuelo, de Escenas de un país en guerra (2004). Sus propuestas temáticas son variadas y dan cuenta de una poesía que ha ido creciendo y desarrollándose en tales vertientes. En Extravíos (1997), tal vez una de sus producciones más significativas hasta el momento (en tanto sus recientes producciones se decanten en la memoria), nos informa del exilio, de la pérdida, de la ausencia de solidaridad humana, elementos que incorpora a su poética para reiniciar, siempre, la definición de su proyecto estético. Al entregar sus 23 poemas, Morales descubre que la ciudad no ha sido aún fundada. Es el último año del siglo -al menos en las cifras- y la idea es poéticamente magnífica. Esta fundación ocurre en la Plaza Aníbal Pinto -en pleno centro de la ciudad portuaria- aunque habrá otra más a mediados del año 2003. La otra dirección a que apunta su escritura es la imagen de la mujer. Una mujer que puede ser, además del signo de la amada, símbolo de la poesía como vibración del mundo o a veces, simplemente, reflejo de la memoria. Hay textos señeros en esta trayectoria: Serenatas, de Cantos&, Paula de 23 poemas&, Olga intrínsica&, de Oficio, que después pasa a ser Olga Ivinskaia en Smarrimenti del mondo (Italia, 2002) y Escena de una mujer en el bar, de Escenas& El mismo texto Oráculos, del libro de igual nombre que hoy día presentamos (Oráculos, 2005) concede un lugar a estas interpretaciones: "Le extendí la mano sin decir palabra/ ella buscó signos en la mía/ las cosas hablan a veces idiomas que no comprendo/ esa mujer por ejemplo lee oráculos en mi cuerpo/ yo hablé con objetos cuando niño". Esta búsqueda de límites para una estética propia, en lugar de estrechar su campo de acción, como podría pensarse, profundiza el territorio y la exploración. De tal modo, la ciudad apenas fundada viene a constituirse en el material significante sobre el que la anécdota se estampa en tanto es significado de una existencia. Los dos motivos anteriores se coluden en consecuencia en la verdadera razón del poeta: el hacer poesía. El poema, expresión concreta de tal ejercicio, consagra la trinidad requerida: la escritura. Porque primero el canto y luego una leve conciencia del texto. Y que mejor manera de graficar esta sentencia sino en un tríptico. Ahora en Oráculos este recurso de repetición se presenta en el (los) poema Haré público este año mis versos, un tríptico a la manera de Bacon, pues, según nos señala: "&la compostura del plano/ en este caso será el gastado aire con el que escribo frases/ que luego olvidaré". Francis Bacon, ese magnífico pintor dublinense, ya había propuesto el retablo como fuente originaria de la investigación en torno a la forma; el Tríptico inspirado en el poema de T. S. Eliot "Sweeney Agonistis" y sus Tres estudios de figuras junto a una Cruxifixión, son bastante conocidos por quienes operan los signos actuales. Aparte de insistir en la eficacia de este recurso, en Septiembre Once, Arturo Morales sindica con ello la conciencia de saber. Conciencia de que la forma es la única patria y los motivos (perdonen amadas, perdonan grandes tragedias de la historia, perdonen Oh! grandes revoluciones, y también grandes traiciones) no son sino pretextos para decir este poema, que es su propia escritura. Y esta idea el poeta nos las recuerda con la sentencia: "Los censores cerrarán las puertas sin saber quienes somos/ los del viaje". Tal vez esas puertas están cerradas hace ya mucho rato en su país, Chile, y por ambos lados del discurso. Oráculos, en consecuencia, no precisa ser visitado por todos los viandantes ni los aventureros. En sí esconde una gran verdad; y ese es su mérito. |
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