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Muere joven poeta porteño |
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Escribe Juan Cameron. A los treinta años de edad falleció en la posta de urgencia de un hospital de Valparaíso el poeta Arturo Rojas, un solitario que se fue alejando de sus amigos y colegas hasta casi desaparecer, literalmente. Alguna vez manifestó ser hijo de un desaparecido en dictadura. Arturo Rojas ha muerto. Dicen que de inanición, que dejó de comer y beber durante cinco días, que se encerró en su pieza bajo siete llaves, que falleció en la UCI de un hospital porteño un viernes a eso de las nueve de la noche. Se dicen tantas cosas (la gente es mala y comenta escuché alguna vez en Buenos Aires). Nos sorprende, con todo, esta partida. Tenía treinta años, estaba solo y bastante enfermo. Sospecho -sin otro fundamento que una breve experiencia forense- de alguna incipiente psicopatía. Pero ahora eso no tiene importancia. Lo cierto es que Arturo Rojas se fue alejando del resto, que los demás evitaban su presencia, y que se arrinconó cada vez más hasta desaparecer. Lo vimos a comienzos de julio, en la Intendencia, en una reunión de poetas. Como nosotros -Enrique Moro, Claudio Gaete y yo- no tenía nada que hacer allí. Era una convocatoria dirigida a las asociaciones para demostrar el absoluto desconocimiento de la autoridad acerca de la poesía local. No es que Rojas fuera un poeta destacado. No lo fue. Su desorden escritural lo obligaba a imprimir y publicar todo cuanto escribía. A veces, para vender sus producciones por las noches, tarea desagradable que lo deterioraba y aburría. Pero, es cierto, Rojas se ubicaba en un estadio superior a los aficionados de aquella tarde. Una simple selección hubiera bastado para encarrilarlo. No la quiso; no era necesario en su proyecto. Diecisiete o dieciocho publicaciones -incluso una buena antología de jóvenes, armada junto a Felipe Ugalde - lo avalan. Brodsky y los poetas Los Barquero se fueron a los cinco minutos. Pero la última vez que vino a casa, Brodsky tomó venganza. Subí hasta la entrada (en Valparaíso las casas están hechas al revés de los cristianos) ante los gritos de mi suegra y rescaté, o casi rescaté a Arturo, quien ya había logrado escurrirse hasta el comedor. Por suerte habíamos vacunado al perro contra la rabia; aunque nunca superó lo de la poesía. Al saber de su fallecimiento me dolió haber dicho que Brodsky le mordió la mano con que escribía. Recuerdo sí que una, en casa, me manifestó que su padre era un desaparecido o un ejecutado político, que no quería volver al campo a trabajar en cuestiones agrícolas, que nadie lo contrataba como profesor. Y, con cierta ingenuidad me preguntó cómo triunfar en esta carrera. Cuando le hablé sólo de derrotas sonrió burlón. Coda y despedida Arturo Rojas nació en la localidad de Puchuncaví, en la Región de Valparaíso, el 10 de febrero de 1975. Estudió Licenciatura en Educación y Pedagogía en Educación General Básica con mención en computación en la Universidad de Playa Ancha. Fue también dirigente universitario y participó en los colectivos de la revista Desnuda y en la Editorial La Cáfila. Entre publicaciones varias, y muchas veces artesanales, se cuentan Antología 21 Poetas (1998-1999)(1999), Estación de miseria (2000), El reflejo del sol (2001), No hace mucho tiempo (2001), Libro de los 3 capítulos (2001), Mientras siga el sol (2001), 17 poemas de amor sex (2002), Antología poética (con Felipe Ugalde, 2001), 21 poemas itinerantes (2002), El hombre de la costa (2003), La era imperialista (2003), Las cosas en su lugar (2003) Materia incandescente (2003), La vida innecesaria (2003), Antología Valparaíso (2004), Algunos poemas (2004), 33 poemas más (2004) y Arte particular (2005). Esta última edición contó con el apoyo de su ex casa de estudios y de anteriores profesores. Entre ellos Eddie Morales Piña, quien lo prologa, y Freddy Gómez G., encargado de la «revisión y corrección ortográfica y gramatical», tal como consta en los créditos. Un gesto generoso, en todo caso. |
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