inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 19-Agosto-2005

El Poder se pudre

 

Escribe Frei Betto

El diputado Roberto Jefferson prestó una valiosa contribución a la historia del país: provocó la reforma política. He ahí una prueba más de que el gobierno es como el poroto, sólo funciona en la olla de presión. A falta de un proyecto estratégico para Brasil, se navega al sabor de los vientos de la coyuntura.

¿Quién hará la reforma? ¿El Congreso nacional? El proyecto vendrá de los arquitectos del Ejecutivo, pero la ejecución exigirá que los parlamentarios tomen en mano palas, picas, sopletes y otras herramientas para renovar el sistema político brasileño. ¿Tendremos una verdadera reforma o un mero cambalache?

Concluida la Constituyente, los reporteros preguntaron al senador Marco Maciel ¿quién había vencido, la izquierda o la derecha? "Venció la sociedad organizada", respondió. Ahora se plantea la misma cuestión. Si la sociedad deja la reforma por cuenta de los que serán alcanzados por ella, es posible que todo termine en pizza, con el diputado Roberto Jefferson al fondo cantando un aria de Scarlatti.

"¿El poder es afrodisíaco?", preguntó el reportero Ricardo Gontijo al general Geisel, cuando este ocupaba la presidencia de la República. El coche partió sin que hubiera respuesta. Pero su sucesor no temió reconocer que "el demonio que asedia el poder es pródigo en tentaciones". Lord Acton fue más incisivo. Declaró que "todo que pueda corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente".

Es injusto calificar de corruptos a todos los que disponen de una parcela de poder, pero no hay duda de que el poder trastorna, a cualquiera escala: síndicos, jefes, gerentes, directores, dirigentes sindicales, diputados u obispos. San Pablo diría que atiza la concupiscencia. Hace que la persona se apegue a los placeres y a las facilidades ofrecidas a quienes ocupan posiciones relevantes. Atrae homenajes, reverencias, elogios y aplausos. La vanidad, ciega, pero no sorda, no nota cuánto hay de falsedad y oportunismo en todo eso.

Para muchos, el poder es la suprema ambición. Es la manera perversa de compararse a Dios. Vean a los políticos que gastan sumas millonarias en campañas electorales y, aun derrotados, vuelven a escena, como si la sed de poder fuera proporcional a la fortuna que dilapidan. Hay hombres que, fuera del poder, se sienten terriblemente humillados, expulsados de Olimpo de los dioses. ¡Cómo es difícil volver a lo que se era! Vargas prefirió meterse una bala en el corazón a verse destituido de poder.

A pesar de las intenciones, la vida se teje en acciones. Y la cabeza piensa donde los pies pisan. Poco valen las intenciones de quienes juran que, "llegando allá no seré como los demás". Lo será, sí, salvo honrosas excepciones. Pues el poder atrae dinero y opera en la persona un cambio de lugar social y cultural. Se ve rodeada de aduladores, recibe invitaciones para estar en compañía de los detentores de grandes fortunas, recibe regalos, y, sobre todo, pasa a disponer de una infraestructura que la reviste de un aura especial.

Cambia de guardarropa, de casa, de amigos y de mujer. A los ojos del común de los mortales, aquel señor posee las llaves de la felicidad ajena. Tiene el poder de aprobar proyectos, liberar presupuestos, autorizar obras, permitir viajes, distribuir cargos, promover personas, conceder becas y transformar sus gestos en hechos políticos.

El poder reduce la distancia entre lo deseable y lo posible. Cuanto mayor el poder, menor esa distancia. Un gobernador o un ministro puede, el mismo día, gracias a la función que ocupa -y a costa del contribuyente- almorzar en Brasilia, cenar en São Paulo y dormir en Río, convencido de que sus conversaciones y tejemanejes direccionan el rumbo de la historia...

Quien se apega al poder no soporta crítica, que mina su autoimagen y exhibe sus contradicciones a los ojos de los demás. Por eso se aísla, se cierra en un círculo hermético en el cual sólo tienen acceso los que cumplen sus órdenes, dicen amén a sus ideas o, aunque críticos, se callan conniventes, pues tienen también sus ambiciones y no quieren ser sustituidos por quienes poseen más poder que ellos. Así, se crea una complicidad táctica. Sólo temen que cierta prensa sepa lo que hacen. Sin embargo, actúan como si baristas, camareros, conductores, personal de seguridad y empleados no tuvieran ojos, cabezas, oídos, bocas, parientes, vecinos ni amigos...
Todo se agrava, sin embargo, cuando el poder institucional se vincula con el poder marginal, y diputados, senadores, gobernadores y ministros se asocian con espías, tahures, traficantes y torturadores, defraudadores, cambistas y corruptos, fieles al adagio de que "es dando que se recibe". Entonces, las dos últimas letras intercambian su lugar: el poder se pudre.

¡Ojalá la reforma política corte este mal de raíz!

Tradução: Maria José Gavito



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