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El Tío y la diversidad sexual |
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escribe Víctor Montoya Dicho y hecho, Tío le dije, apenas entré en su cuarto. El Mallku, tal como te advertí, está cabreado porque llevaste la wiphala a la Marcha del Orgullo Gay. Sus partidarios dicen que te hará chupar su chicote de cuero curtido y te convertirá en macho a patadas. El Tío, ni bien me vio con la carita de dame un centavo, se rió con una voz ronca que estalló en sus labios. Hizo destellar los ojos como luciérnagas y rasgó el aire con sus afilados colmillos. ¡Qué sabe el Mallku! exclamó mientras su cuerpo vibraba al compás de su risa. ¡¿Cómo que no?! le retruqué pensando en que el Mallku es historiador, líder indígena y ex guerrillero. Escúchame bien, pendejo solicitó el Tío. Primero, su chicote no es más áspero que mi látigo de vergajazo ni sus patadas son más fuertes que mis coces de burro; y, segundo, su filosofía de vida no sería coherente si no defiende la diversidad sexual y genérica, con la misma pasión con que defiende la diversidad del Tawantinsuyo cuando maneja el discurso de las dos Bolivias, la una blanca y la otra india. Además, el Mallku sabe bien que él tiene mi apoyo, siempre y cuando luche por forjar un país donde todos gocen de los mismos derechos y las mismas responsabilidades, lejos del apartheid racial y las discriminaciones culturales y sexuales, ya que al fin y al cabo, todos ustedes son sobrinos de este Tío de la mina. Me llamó la atención la actitud pancha del Tío, a la vez que sus palabras, dichas con tanta mesura y convicción, me dejaron pensando en que algo más se traía entre manos. Por eso le pregunté: ¿Entonces te transformaste en chola hermosa sólo para tomarle el pulso al Mallku? ¿Y te parece poco? intervino el Tío. Mi presencia en la Marcha del Orgullo Gay, por otro lado, sirvió para poner de manifiesto mi actitud contestataria contra el puritanismo de la Santa Iglesia que, desde hace siglos, se la pasa condenando los matrimonios no convencionales, el aborto, el uso de medios preventivos y, desde luego, las relaciones homosexuales, consideradas inmorales y nocivas, sin advertir que la homofobia es un prejuicio social y que los homosexuales son también seres humanos, con los mismos deseos, pensamientos y sentimientos que cualquier hijo de vecino en una colectividad democrática, pluralista y secularizada. Y, lo más importante, los homosexuales, en su lucha por la diversidad sexual y genérica, beben exigir que los gobiernos legalicen la unión de personas del mismo sexo y deben dejar de esconderse como ratas espantadas en un rincón. Si ellos cambian de actitud y dan la cara, entonces lo demás vendrá por añadidura, se derrumbarán los muros de la discriminación y los prejuicios. Es verdad, Tío le dije. Hay todavía mucho prejuicio en la sociedad machista y conservadora. La gente cree que la homosexualidad es contraria a la moral y a lo normal. Sostienen que es una perversión, una enfermedad o un castigo divino. Algunos los tratan como si fuesen un aborto de la naturaleza y otros como si fuesen los engendros del demonio. No en vano los religiosos fanáticos, en su confrontación contra las fuerzas oscuras y en procura de evitar que la sangre de Satanás fluya a través de la Iglesia de Dios, oran de sol a sol rogando que se purifique el espíritu y la carne de los homosexuales, quienes, según los fanáticos, deben ser salvados de tu tentación satánica, de tu imagen maligna que incluso se disfraza de hembra para instar a cometer el pecado de la carne. El Tío hizo chispear los ojos y se retorció en una sonora carcajada que, de seguro, se oyó hasta en el Vaticano. Me quedé desconcertado por un instante. No sabía qué decirle, hasta que de pronto se me ocurrió la idea de mencionarle algunos pasajes de la Biblia, en los cuales se condena el comportamiento homosexual. El Tío, como otras veces, me atravesó con su mirada de fuego y dijo: En la Biblia, como en las enciclopedias, hay de todo un poco, incluso personajes y situaciones inexplicables como en las obras del realismo mágico de García Márquez. Los curas hablan y hablan, pero a veces hablan puras mentiras, como cuando hicieron creer que el SIDA es un castigo divino, un signo de perversión y no sé cuántas burradas más. Pero no es raro, ya durante la Inquisición y el oscurantismo de la Edad Media, se condenó los avances de la ciencia, como intentando tapar el sol con un dedo; se condenó a Copérnico por haber negado que la Tierra fuera el centro del universo, a Galileo Galilei por haber descubierto otros cuerpos celestes en la Vía Láctea; se echó en la hoguera a las mujeres de mala vida y se torturó a los hombres que, por su actitud rebelde contra el autoritarismo de la Iglesia, fueron acusados de herejía y de sostener pactos secretos conmigo; cuando en realidad, yo no tenía ni arte ni parte en estos asuntos ajenos a mi dominio. La fobia de los curas contra la brujería llegó a extremos absurdos como cuando se mató gente por el simple hecho de ser zurda o comer carne en sábado. Hablando en pepas, Tío le dije. De veras que tú no crees que sea anormal que un hombre desee a otro hombre y una mujer a otra mujer, si se dice que Dio creó sólo una pareja en el Edén, macho y hembra los creo. Y después les dijo: sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla... Palabras, puras palabras replicó el Tío. Primero, el hombre no existe en la Tierra por creación divina sino por evolución; y segundo, los homosexuales han existido desde siempre, desde que el mundo es mundo y desde que el infierno es infierno. ¡Qué carachos! Si le metemos pluma a la Biblia, diríamos que la existencia de la homosexualidad no desapareció ni siquiera con el diluvio ni pudo ser evitada por Noé, en cuya arca se filtraron seres andróginos, aunque Dios le ordenó que sólo dejara entrar a cada animal macho con su pareja, recomendándole bien clarito: De todos los animales puros toma contigo siete parejas, macho y hembra, y de los animales impuros una pareja, macho y hembra. También de los volátiles toma siete parejas, macho y hembra, para perpetuar su descendencia sobre toda la Tierra, porque dentro de siete días haré llover cuarenta días y cuarenta noches y borraré de la faz de la Tierra a todos los seres que hice. Y, como es de suponer, así Dios no creó a un ser mitad macho y mitad hembra, éste ya existía en algún recoveco de la Tierra y se metió en el arca de Noé, ¡vaya a saber porqué agujerito! Pero a mí que no me vengan los curas ni los falsos profetas con el cuento de que yo, en mi afán de sabotear los planes de Dios y crear un caos sexual, procuré el contrabando de un mariquita y una marimacho, pues lo cierto es que en este asunto, como ya te dije, no tengo ni arte ni parte. Como es natural, tras su magistral retórica, me quedé pensando en que había algo de cierto en las afirmaciones del Tío. Los homosexuales no desaparecieron de la faz de la Tierra por mucho de que Dios lo intentó. Se salvaron del diluvio, del fuego y del azufre que arrasó Sodoma y Gomorra, y de la destrucción de Nínive y Babilonia. Segundos más tarde salí de mis cavilaciones y, resignado a retomar el tema de la marcha gay, le dije: Lo cierto es que no te vi en la Marcha, ni batiendo tus polleras al aire ni haciendo flamear la wiphala en los cielos de Estocolmo... Estarías mamado y durmiendo pues, carajo replicó sonriente y luego acotó: Lo único cierto es que no me transformé en kachachola (chola hermosa) ni asistí a la Marcha del Orgullo Gay. Sólo fue una invención mía para tomarles el pelo a los hipócritas que, siendo más papista que el Papa, se hacen los liberales y revolucionarios. Con mis palabras, más encendidas que el fuego que Dios dejó caer sobre Sodoma y Gomorra, a unos les eché un poco de sal en la herida y a otros les puse el dedo en la llaga. ¿Qué te parece?, ¿qué te parece, eh?... |
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