inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 5-Agosto-2005

Hiroshima y Nagasaki
Terror de ayer y de hoy

 

escribe Cándido

Ni la suma de todos las acciones terroristas ni las que son aviesamente calificadas como tales cuando se trata de luchas de liberación popular contra invasiones u ocupaciones extranjeras (resistencia en Irak y del pueblo palestino ocupado por el ejército de Israel), ni los horrores de las dos grandes guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX, pueden compararse al crimen contra la Humanidad, que significó la utilización de las bombas nucleares contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki por parte de Estados Unidos.

Se cumplen estos días 60 años de aquel horror y nunca como ahora resulta imprescindible recordarlo porque el mismo imperio que lo puso en práctica entonces mantiene, junto a una capacidad destructiva que nunca cesó de aumentar, la misma actitud agresiva hacia la Humanidad y el planeta que la alberga. Con más peligrosidad porque es un imperio en decadencia, (entonces iniciaba su irresistible ascenso que tuvo su primer gran frenazo con la derrota de Vietnam) dirigido por un equipo de fanáticos, corruptos, dispuestos a sembrar el terror por doquier antes de su extinción como potencia imperial. Su peligrosidad y virulencia aumenta en la medida en que otra gran derrota de consecuencias impredecibles pero igualmente catastrófica, es ya una realidad indisimulable en Irak, y en que la Unión Europea, carente de líderes y de un proyecto de Humanidad mejor, se debate en sus propias contradicciones y termina asumiendo su papel de vasallo de ese imperio en caída.

A las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, la superfortaleza estadounidense Enola Gay consumaba un hito en la más sombría historia de la Humanidad al arrojar la primera bomba atómica sobre Hiroshima y sus 400.000 habitantes. Tres días después una segunda bomba fue dirigida contra la ciudad de Nagasaki que, protegida por las montañas que la dividen, resultó menos afectada aunque el número de víctimas mortales fue calculado en 40.000.

Cuando fue cometido este crimen, el Japón como potencia beligerante de la Segunda Guerra Mundial, estaba prácticamente vencido, el 40% de su territorio destruido y carecía ya de capacidad ofensiva tanto por tierra como marítima. Su sueño de gran imperio asiático se había esfumado y sólo aspiraba a una paz en las condiciones menos humillantes posible. Es decir no había, en el momento en que se decidió la monstruosa decisión, ningún riesgo para la seguridad de Estados Unidos, que la justificara. El investigador norteamericano, profesor en Ciencias Sociales D.F. Fleming, en su libro La Guerra Fría, desmiente las motivaciones oficiales del gobierno de Harry Truman para justificar el ataque, es decir «la defensa de vidas americanas» (el mismo argumento fue usado en 1983 por Reagan para invadir Panamá y arrasar la localidad de Los Chorrillos y sus 3.000, habitantes, para capturar a Noriega) así como el de la venganza por el ataque japonés Pearl Harbor en 1941.

Hiroshima y Nagasaki fueron reconstruidas, la vida siguió su ritmo y las mujeres japonesas siguieron durante muchos años pariendo monstruos a consecuencias de las radiaciones. Pero el imperio siguió incrementando su arsenal atómico, con la complicidad de los gobiernos de la Unión Europea y los columnistas de las empresas mediáticas, que ahora se «alarman» y amenazan a Irán porque «podría» desarrollar alguna bomba nuclear en el marco del programa de desarrollo nuclear para sus necesidades energéticas. Dentro de diez años, según la CIA.



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