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El regreso de Amaru |
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escribe Antonio Parodi Buendía Es el Amaru, dijo en voz muy baja, casi hablando consigo mismo. - ¿Cómo dijo, doctor? le pregunté, ya que debido a la altura me sentía algo sorochebundo. - Es el Amaru, la Serpiente que ha regresado a destruir las cosechas; ya los pecheros me lo habían advertido. No hacía mucho tiempo que conocí al viejo catedrático jubilado; su apariencia y formación europea en nada contradecía la profunda consustanciación con la tradiciones. Poseía una magnífica biblioteca y discos de Caruso, Gardel e Imac Súmac, allí en ese pueblo sobre los 3000 metros, en medio de la cordillera andina. El día anterior me había dicho: - Lo invito mañana a recorrer mis chacras; venga ahora a conocer el criadero de cuyes. ¡Fíjese! He mejorado la raza con ejemplares que compré en la Universidad de La Molina. ¡Dan una carne excelente! exclamó orgulloso. Ya comeremos cuy en salsa de maní. Los roedores bien cebados chillaban debajo del fogón harapándose con las pancas y sus ojillos de rubíes relampagueaban sinestros desde la oscuridad. Salimos antes del amanecer. Durante el trayecto estuve durmiéndome, en tanto el carro subía en zigzag por las jalcas. Al llegar, esperamos la aurora soportando el frío gracias al cañazo Sacadiablos y chacchando hojas de coca mezcladas con cal y cenizas de quinua. Cuando apareció el sol, el horizonte se fue transfigurando en colores que iban desde el rosado más intenso hasta el oro flamígero. El nuevo día se anuciaba con pletoricidad teatral, como si la tierra recién naciera hoy; reinaba un silencio impresionante. De pronto, como si rasgasen un velo, el paisaje reveló de golpe nuestra inferioridad humana. Pues ante las enormes montañas y cúmulos, tuve la sensación de ser aplastado sin piedad. En este ambiente ciclópeo de bóvedas inconmensurables, de macizos contrafuertes, percibíamos supremas armonías pero también presagios de peligro. La naturaleza no era aquí una metáfora de la razón como los jardines de Le Nôtre, ésta era una manifestación chúcara. Comprendí entonces por qué los Pampamisayos incaicos sacrificaban llamas sagradas y algunas veces a impúberes que no tuviesen señal, mancha ni lunar y que fuesen hermosos (Guamán Poma de Ayala), como es el caso de las momias encontradas en las cimas. - Mire, los peones tenían razón, dijo el doctor. En efecto observé en los andenes que los sembríos de papa, huacatay, maca, tara, kiwicha, quinua, kañihua, achira, oca, olluco, poroto, parecían precipitarse hacia el abismo. - ¿Y es esa la causa? - No hay otra. Los agrónomos no se explican; sé que mi vecino trajo al cura, quién asperjó agua bendita, pero fue en vano. Como usted sabe, la religión andina idealizó a la SERPIENTE INCANDESCENTE (TUPAC AMARU), como una deidad a la vez justiciera y destructiva, con cara de puma. En el mapa astronómico está representada al lado de la CHAKANA (Cruz del Sur). Cuando campa el odio, como ahora, éste ser surge de las cuevas causando terremotos, erupciones, y otras calamidades hasta que se renueva el Ciclo. -¿Doctor, le entregará usted alguna ofrenda? _Sí, la que está en mi apachico. A una orden suya, el chofer se dirigió hacia la quebrada allí donde el corrimiento del terreno amenazaba convertirse en huayco. Con la lampa excavó un hoyo para luego enterrar la ofrenda consistente en: charki, coca, huayruros, mullus, mates llenos de chicha, sal , cigarrillos, caramelos, dinero. Más tarde, ya de regreso sentimos cómo el viento se deslizaba cual un glissando sobre la montañas emitiendo un sonido grave. ¿Sería el viento?... |
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