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Antología del gran poeta brasileño aparece en Chile |
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escribe Juan Cameron La editorial Chile-poesía, que dirige José María Memet, anunció para estos días la aparición de Los murciélagos, antología del brasileño Lêdo ivo, uno de los grandes poetas de su país y de la lengua portuguesa. Las traducciones corresponden a Marcela Terán y a Adán Méndez. Los murciélagos, con versiones de Adán Méndez y las ya conocidas de Marcela Terán, hacen justicia a una obra al parecer inaccesible al gran público de nuestra lengua, aunque muy cercana a los iniciados en la poesía. Su vibración, su inmensa humanidad, el amor a la vida que destila cada uno de sus versos, hace inevitable este acercamiento: No fue la noche, Hermengarda, ni el viento. Fui yo. El poeta se acusa, se confiesa, y esta proclamación del yo se transforma en un compromiso intenso entre el lector y la voz interna del poeta. En Lêdo Ivo las palabras siempre tienen otro significado. Más allá de la definición del diccionario o de las acepciones que el uso y la experiencia les dan a cada una, cierta condición mágica las convierte en otra cosa. Tal vez en un símbolo o en una invocación a veces, o en una fórmula creadora, si al menos no de objetos, de figuras y asociaciones que se multiplican en la imaginería del lector. Ante la pregunta de qué es la poesía, en Ivo pareciera ser ese continuo maravillarse ante la presencia del mundo, de las cosas del mundo. Ya sea un faro en una isla y una gaviota, como símbolos urbanos o mapas cognitivos. Desembarco y es otoño en Nueva York, nos dice, como si acaso su paso otoñara el paisaje al entrar en otra etapa de su vida. Y están, además, en los mangues en Toronto, en la blanca plaza de Maceió, en las ardillas de Washington, en el rebuzno de un borrico como tributo a la belleza del universo. Mas el poeta brasileño rescata también ese otro valor de los objetos: el de ser instrumentos de la cultura, artesanía del hombre, registro de su existencia. Y así les da una nueva vida plena de utilidad y reconocimiento. Los rescata desde el olvido (monedas en el suelo, paraguas/ olvidados en el autobús o la vida/ perdida por engaño sobre el asfalto) como desde la oficina de objetos extraviados de la gran ciudad, de la urbe inhumana (sombreros viejos, estúpidas muñecas/ llaves torcidas, naipes incompletos/ amuletos y anteojos quebrados). Una inmensa ternura le nace desde la compasión hacia aquellos seres inanimados que esconden, tras su sombra, el transcurrir de alguien, de alguno, pobre, sufriente o cualquiera que haya sido ese individuo único e irrepetible que no podemos conocer y sin embargo pasa ciego ante nosotros. Objetos que son como los pobres en la estación de autobuses, como los que aman la tarde en los pequeños hoteles sospechosos, como un breve titular de la crónica roja que todo lo contiene y lo comprime. Pero el misterio de la vida no tiene porqué cubrir la sencillez de la poesía. La misión de la poesía -nos dice Lêdo Ivo- está condicionada a la misión del poeta; la misión del poeta es hacer poemas; la poesía es varias cosas al mismo tiempo; es un arte fundamentalmente del lenguaje, con la misión de mantener el vigor, la vida del lenguaje, que es también un conocimiento del mundo y de la vida. Sin duda este conocimiento, así como los viajes, nos entrega una visión que, de tanto repetida en nuestra imagen, debe transmitirse a los demás. El poema, entonces, es un acumularse que nos desborda y alcanza siempre; un oficio secreto que se ejerce ante sí mismo y sin embargo compromete al mundo. Porque tanto amor no cabe en nosotros, pareciera decirnos el poeta. A este universo de seres -personas, animales, plantas y objetos diversos- acceden los elegidos, los buenos, los menesterosos. El resto, masa inhumana que persiste en las márgenes de este estadio maravilloso, son los otros, los desconocidos que no comprenden el valor de este hermoso planeta y de quienes lo habitan: Otros darán a la mujer amada ramilletes de zinias,/ petunias, lirios, azaleas y otras afortunadas flores./ Yo sólo daré rosas, solamente rosas rojas& Y también, en ese ya citado y clásico Vals fúnebre para Hermengarda, el poeta reitera su ubicación al lado de los buenos: Otros vendrían lúcidos y enlutados,/ sin embargo yo vengo borracho, Hermengarda, yo vengo borracho. Ese arte fundamentalmente del lenguaje está hecho de palabras. Y aquella, como material y motivo del verso, es una veta incalculable. Él lo sabe; tiene conciencia del idioma: Profeso lo imaginario y en su ritmo,/ renazco para contemplar lo inexistente. Palabra que deberá morir con el poeta - como en el texto La quema - y que está más allá del pretendido conocimiento humano. La lengua de que me valgo - nos declara- no es ni fue nunca mi patria. Nada, sino el poema, sirve de territorio para el poeta: Duermo en el centro del universo y mi inocencia es enorme. Aunque esa conciencia del lenguaje y de la materialidad del signo exista como esas palabras que huyeron del diccionario. Pero más que la materialidad significante cuanto conmueve al poeta es la textura, la materiatura, la calidad y calidez de los materiales usados para la poesía. Este es Lêdo Ivo. En la lengua portuguesa tiene un espacio junto a Carlos Drummond de Andrade, Cecilia Meirelles, Fernando Pessoa. Así, con ese paso lento y el transcurrir casi ribereño, callado, presto, se instala en la poesía de nuestro continente con los valores del modernismo, en una época en que serlo resulta una transgresión, una Utopía. |
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