inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 29-Julio-2005

Con el sociólogo y pensador argentino Atilio Borón
Una cosa es la multitud...
El dilema de los movimientos sociales: a organizar la desorganización

 

escribe Paul Walder

Sociólogo y pensador argentino, referente de los movimientos sociales, Atilio Borón afirma que «La multitud es un fenómeno efímero y pasajero. Una cosa es la multitud y otra la clase, que es una formación social permanente»

Para interpretar el escenario político de América Latina y la irrupción de los movimientos sociales, el sociólogo argentino Atilio Borón es una de las mentes más lúcidas y activas en la actualidad. Borón, profesor titular de teoría política en la Universidad de Buenos Aires, es investigador principal de Conicet y secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Generó hace un par de años una aguda polémica en el pensamiento de Izquierda de la región, al lanzar sus críticas a la entonces popular teoría de la multitud de Toni Negri y Michael Hardt. Borón descargó sus críticas en profusos artículos y en la publicación Imperio e imperialismo, una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri en la que ha puesto en jaque la tesis que liga el florecimiento espontáneo de movimientos sociales con la creación de corrientes alternativas al capitalismo.

La reciente experiencia argentina le ha dado la razón.

Una de las características que ha tenido el escenario político argentino es la fuerza de los movimientos sociales, que en cierto modo han sido un factor clave en el rumbo que ha tomado el país. Sin embargo, hoy existe la percepción de una disminución de tal accionar. ¿Se trata de un desgaste o de la carencia de objetivos más amplios?
«En general ese diagnóstico es correcto. A finales de 2001 y comienzos de 2002 se abrieron grandes expectativas de cambios en el país, y esas expectativas, evidentemente, no se cumplieron. No obstante, aquí se produjo una gran victoria popular, que fue la liquidación de la candidatura de Menem. Si bien salió en primer lugar, su candidatura no tenía ninguna posibilidad de vencer en la segunda vuelta a cualquiera que fuese su contrincante. Y ése fue Kirchner. De manera que el gobierno de Kirchner llegó privado de llegitimidad que le hubiera dado la segunda vuelta. Es un gobierno que llega al poder con un 23 % de los votos y que de todas maneras logra poner en marcha una serie de políticas, sobre todo en materia de derechos humanos, que rápidamente le granjean popularidad en la población, lo que rodea al gobierno de Kirchner de grandes esperanzas que en parte se van cumpliendo».

¿En qué sectores?
«En materia de derechos humanos se hizo mucho. También de renovación institucional, como en la Corte Suprema. Se produjo una reorientación de la política exterior: se cambia la estrategia de relaciones carnales con Estados Unidos, se cambia el voto en relación a Cuba. Todo esto en medio de un fuerte embate de la derecha, que es casi tan salvaje como la chilena. Sin embargo, cuando uno analiza las grandes líneas de la política económica del gobierno, comprueba que no ha salido de los grandes lineamientos del consenso de Washington, con una considerable excepción, una nota disonante en la ortodoxia económica. El ministro Lavagna no es un hombre ajeno al riñón del establishment económico de este país. Es un hombre lúcido, sensato, que puso en marcha una estrategia para lograr una quita en los bonos de la deuda externa argentina. Y esa estrategia, que fue condenada como inviable al principio, demostró tener éxito, aunque no tanto como dice el gobierno, pero mucho más de lo que tanto la derecha como la Izquierda están dispuestos a reconocer. Pero a la vez que logra esto (que significa para Argentina un ahorro entre 65 y 70 mil millones de dólares de una deuda externa que había quedado en manos de fondos buitres en muchos casos, y de fondos de inversión que hicieron una transa financiera y traspasaron esta deuda a ahorristas desinformados de Alemania, Italia y Japón), es también el gobierno que más ha pagado a organismos financieros internacionales. Es un gobierno que muestra una ambivalencia muy grande, que se torna muy llamativa cuando uno escucha los discursos del presidente, que están muy a la Izquierda de los que se escuchan en Latinoamérica. Pero eso tiene escasa correspondencia en la orientación de las políticas económicas argentinas, salvo en el tema de la quita de los bonos. Esto se nota cuando uno analiza la inexistencia de un esquema viable, serio, riguroso, que apunte a redistribuir los ingresos y la riqueza en este país».

Emergencia de una nueva forma de protesta

En concreto, ¿qué sucede en este proceso con los movimientos sociales?
«El gobierno anterior, el de Duhalde, y éste han perfeccionado un plan de emergencia: el plan de jefes y jefas de hogar, que funciona razonablemente bien con todas las limitaciones que tiene un plan de esa naturaleza, pero que ha contribuido a desactivar sensiblemente la explosiva situación social. Se ha frenado el proceso de polarización, se ha mejorado la situación social, pero las expectativas en relación al gobierno de Kirchner eran muy elevadas y hasta ahora no ha logrado fructificar en políticas que reviertan de una manera decidida el deterioro de la situación social. Ha habido también una reactivación económica muy significativa, es cierto que se había caído muy abajo, pero también es innegable que se está recuperando con fuerza. Y en este proceso de recuperación ha aparecido otro tipo de protestas. Ya no es la de la gente que estaba totalmente condenada, sino que aparece un nivel creciente de conflictividad social a partir de trabajadores que están en el sistema formal. Ellos empiezan a protestar, y lo hacen con fuerza y exigen cambios importantes en la política económica del gobierno».

Ha habido programas para resolver problemas puntuales, pero aparentemente se carece de un programa económico de gobierno.
«Sí. Lo que hay son algunos ataques puntuales, con respecto a la deuda externa, con una política en relación con las empresas privatizadas, que hoy han creado un tribunal arbitral en Washington que no es otra cosa que un grupo de especuladores y mafiosos que piden indemnizaciones por el fin de la pesificación. Ello obligará al gobierno a desoír a este pseudo tribunal arbitral y a radicalizar sus posiciones».

La economía crece, hay exportaciones. Pero puede llegar un momento de sequía de inversión extranjera en un período de creciente demanda de bienes y servicios.
«Creo que evidentemente estas empresas extranjeras van a reafirmar sus preferencias e intereses amenazando con una huelga de inversiones. Este será un dilema fuerte para el gobierno. Pero si cede ante estas empresas perderá definitivamente el control de la economía. Si seguimos por este camino, en un país que tiene tal vez el mayor nivel de extranjerización de la economía, me parece que el gobierno tendrá muy pocas alternativas: o nos enfrentamos a un escenario de crisis muy profunda o, si el gobierno tiene algún instinto de supervivencia, tendrá que realizar algunas políticas medianamente progresistas para evitar la caída de inversiones extranjeras que, probablemente, se produzcan cuando Argentina patee el tablero del Banco Mundial y diga que no acepta esos dictámenes. Este será un dilema para el gobierno. Pero no puede ceder al chantaje de la huelga de inversiones, porque si estas empresas se van, vendrán otras: es un buen negocio invertir en Argentina, por eso vienen acá y no a Chile o Brasil. Además, en este momento hay exceso de capitales en el mundo, que hace que los gobiernos que tengan intenciones de actuar con un programa de Izquierda no demasiado radical, tienen un espacio económico financiero internacional para hacerlo. Si no lo hacen, es un problema de voluntad y de audacia política, lo que, en general, en Latinoamérica no abunda».

La multitud es un fenómeno efímero

Pese a esta ambivalencia en las políticas gubernamentales, hay un descenso en las movilizaciones...
«Ahora estamos en la fase de descenso de la movilización social. Por otra parte, ninguna sociedad puede mantenerse en una permanente situación de movilización y asambleismo por años. Son situaciones coyunturales, pero a diferencia de 2004 ahora comienzan síntomas de movilización muy fuertes. Me parece que como estamos en un año electoral -en octubre hay elecciones parlamentarias- hay todo un desencadenamiento de movilizaciones sectoriales, parciales. Si no obtenemos una estrategia de unificación de toda esta enorme energía social, que es un fenómeno por lo demás latinoamericano, se confirmaría un hiato, una especie de elemento no suturado entre un nivel de inquietud que se nota en todos los países y la falta de una expresión política unitaria».

¿Puede decirse que la movilización popular, la multitud, como dicen Negri y Hardt, no tiene capacidad de gobernabilidad?
«Para empezar, la multitud es un fenómeno efímero y pasajero. Una cosa es la multitud y otra la clase, que es una formación social permanente. La multitud es un fenómeno por definición efímero, fugaz, a pesar de lo cual algunos análisis profundamente equivocados de la Izquierda han elevado a la multitud como la nueva fuerza que derribará al capitalismo. Eso no tiene ningún fundamento serio, por lo menos desde una perspectiva marxista de la realidad. Entonces, lo que hemos visto en Latinoamérica son fenómenos multitudinarios que derrumban gobiernos pero, precisamente, por la debilidad constitutiva, sociológica de la multitud, son incapaces de cambiar la historia. Se derriba un gobierno para que la historia sea exactamente la misma. Por eso ahí se plantea la urgencia de la forma de organización. Unos dicen que no puede ser el partido leninista clásico, estamos de acuerdo. Pero tampoco la forma de organización es la no organización, el culto a la espontaneidad. Creo que ahí se plantean nuestras limitaciones en Argentina. Qué hacer ante una enorme protesta social potencial, que se expresa fragmentaria y puntualmente en provincias; hay mucha fuerza popular desde abajo, pero no logra plasmarse en una estructura política más amplia que no sea el viejo partido tradicional».

Chile en la mirada

Pero, sin duda, la movilización es una expresión de un evidente descontento social.
«Hay un fuerte reclamo de la gente por salir de todo esto, pero no hay una fórmula precisa, como existía en los años sesenta cuando existía un modelo de recambio que eran las economías centralizadas. Hoy no existen, lo que no convalida este sistema. Uno toma el caso de Chile: los organismos internacionales señalan que hoy es una economía mucho más injusta que en los sesenta. La pregunta es ¿qué es una buena sociedad? No bastan los indicadores macroeconómicos. Chile tiene unos indicadores excelentes y Argentina también los tuvo en los noventa. Fíjese el caso del Brasil de hoy, que se ha convertido en la estrella de los organismos financieros internacionales, igual que Argentina en los noventa. Brasil debe enviar al exterior como pago parcial de los servicios de la deuda externa mil cien millones de dólares por semana. No hay economía que pueda sostener esta sangría. Y esto está en la base de la insatisfacción».

¿Cómo explica el fenómeno chileno? Por un lado, se trata de una economía señalada como modelo para la región. Por otra parte, su estructura social sufre un enorme deterioro y está entre las más desiguales del mundo. Y como extraña consecuencia exhibe un grado de estabilidad o conformismo social no visto en otras latitudes.
«La economía chilena pudo producir una reestructuración muy significativa, pero al margen de la recomendada por el consenso de Washington. Por ejemplo, el papel del Estado en la industria del cobre sigue siendo de primera importancia: en tanto en Argentina se liquidaron todas las industrias públicas, incluyendo las petroleras. En segundo lugar, Chile tuvo durante muchos años un régimen de regulación de los flujos financieros, que no existía en Latinoamérica. En Chile, por la obligación del encaje, los capitales golondrina no podían hacer los estragos que hacían en el resto de América Latina. En tercer lugar, debido a la inercia de la presencia militar en la sociedad y en la política chilena, el Estado siguió creciendo, mientras que en otros países de la región decrecía, desde el punto de vista del gasto público. Y, en cuarto lugar, Chile se benefició con el proceso de reforma agraria de los años 60 y 70, que modernizó el campo e hizo posible la creación de una nueva capa de empresarios agrícolas. Esta combinación de circunstancias están en la base del éxito económico chileno. Ahora, es un éxito al estilo neoliberal, que paradojalmente hace que en Chile las diferencias sociales en lugar de atenuarse, se amplifiquen».

¿Por qué esa situación no tiene su expresión social?
«Hay que considerar el legado de la dictadura. Creo que es un país sometido a un lavado de cerebro fenomenal; el cambio cultural que ha traído la experiencia de la dictadura en Chile es algo impresionante y este cambio, cultural y por supuesto político, hizo que los chilenos internalizaran un sentimiento de desigualdad social: si se está mal, se cree que es por motivos individuales. Esa basura ideológica, que en Chile había sido eliminada en gran parte por las luchas populares de los años 50, 60 y, por cierto, los años de Allende, reaparece con fuerza. Y aparece junto a una dictadura ideológica amparada por el control casi obsceno que la derecha chilena tiene de todos los medios de comunicación de masas, que no tiene comparación con la prensa de ningún otro país latinoamericano. Es la cultura de la complacencia y de la resignación, que hace que grandes sectores sociales hayan bajado los brazos, convencidos que esta es la única alternativa que existe»

(Publicado en revista «Punto Final» Nº 593, 10 de junio, 2005



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