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Lamentos en el templo |
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escribe Antonio Parodi Buendía Ay papay! Ay papay! Los lamentos resonaban en la silenciosa y oscura nave, al mismo tiempo que veía acercarse a una figura casi cubierta de negro, muy semejante a las pleurants, las que siempre acompañaban en los duelos. La imprevista aparición resultó ser una anciana. Me encontraba en uno de los templos de Ayacucho, admirando más por placer estético y cartesiano, la impronta colonial. Esta ciudad fue fundada con el propósito de controlar la estratégica vía que partía desde Lima, pasando por Huancavelica y su azogue, continuaba por el Cusco (ombligo en quechua), atravesaba el Titicaca (puma de piedra), seguía por el Cerro Rico de Potosí, recorría Tucumán, la proveedora de mulas hasta llegar a Santa María del Buen Aire, reserva de trigo, yerba mate, cuero, charki, sebo, carretas y quirquinchos para los charangos. Se aprovechaba así el gigantesco sistema vial incaico que cubría 20.000 km.; el conjunto más grande de obras públicas de la historia preindustrial. Mientras recorría el tenebroso lugar de un extremo a otro, lo hallaba dotado de didactismos misionales: angelotes rubicundos, calaveras o Memento Mori (recuerda que has de morir), símbolos frutales, cuadros de la Escuela Cusqueña enmarcados en pan de oro y quizá Zurbaranes, Inmaculadas Concepciones de Tito Quispe, corderos, estrellas, círculos, pentágonos, polípticos, púlpitos labrados en cedro de Nicaragua, capillas consagradas a los religiosos nativos. Según José Antonio del Busto, después de Jerusalem y Roma, Lima ostenta la mayor cantidad de santos. En cierta hornacina, dentro de una urna taraceada, se exponía un aterrador Ecce Homo yacente, lacerado hasta no más; los estigmas y verdugones le marcaban el rostro y el cuerpo. En esta iconografía emplearon la técnica encarnada del patético gótico-tardío. Después de larga expiación, torturas y humillaciones, todo se ha consumado ya. Los rasgos semíticos, exangües, son dulces y aunque los labios se han crispado por el dolor, sus ojos cerrados, violáceos, me parecían estar contemplando reinos que no son de este mundo. Los imagineros indios han creado una obra similar a Grünewald. ¿Habrán reflejado quizá en su trabajo el sufrimiento de su raza? Cuando la anciana estuvo frente a la urna fue encendiendo cirios. Las llamas iluminaban su cara arrugada y sus labios no cesaban de musitar plegarias en quechua. Era una escena que bien podría ser pintada por Caravaggio. Se acercó más y siguió exclamando: Ay pa-pay ! Ay papay! En la silenciosa nave estos lamentos me estremecieron, resurgían de épocas ya olvidadas y de mi niñez. Me hallaba ante la presencia de ritos y misticismos profundos y a la vez sobrecogedores. El estar allí fue como peregrinar dentro de un Libro de Horas sobre teología moralizante y me imaginé escuchar Cantatas barrocas de José de Orejón y Aparicio, orquestadas desde un virginal. Aquella mujer continuaba con sus plañidos: Ay papay! Ay papay! ¡Oh,pueblo de Ayacucho «PACHA MAMA RIQCHACHKAMI»! («TIERRA MADRE, ESTOY DESPERTANDO»). |
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