inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 22-Julio-2005

Frazadas del Estadio Nacional
Memorias de la barbarie

 

escribe Juan Cameron

El volumen de crónicas Frazadas del Estadio Nacional, del poeta Jorge Montealegre Iturra, además de su valor como documento histórico, constituye una antología de la miseria y la estupidez humanas. Escrito a los diecinueve años de edad, y reeditado por LOM tres décadas después de los hechos, el texto da cuenta de una realidad aún vigente que inicia la profunda división del país y el desmantelamiento de los valores patrios.

Hay en la mirada de Montealegre, hacia aquel muchacho que fue, un dejo de compasión y de ternura. A más de treinta años de la barbarie, junto a una familia y establecido ya en el ambiente cultural, revisa el camino de ese joven solitario -solo más bien y sin familia- apresado por los asaltantes del poder y arrastrado al campo de tortura en que fue convertido «el primer campo deportivo» de Santiago de Chile. Frazadas del Estadio Nacional es la reescritura de su testimonio Chacabuco, publicado a mimeógrafo en Roma, en 1975, entregado también como informe en la III Sesión de la Comisión Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar Chilena, en México, en febrero de ese mismo año.

La frazada es símbolo y propiedad. Quien la carga sobre sus hombros es un paria, un bandido, un apresado.

Sin embargo es el abrigo y la protección, el hogar del individuo que bajo ella aún respira, a pesar de la jauría y la imbecilidad que lo amenaza. Así lo describió, hace un par de meses, en la presentación de esta obra en la Feria del Libro de Valdivia.

El testimonio de Jorge Montealegre se legitima, en la inmediatez de los hechos, con la autenticidad del testigo y, más aún, si aquel resulta un adolescente carente de otro compromiso que no sea su ideal, su voluntad de lucha. En la derrota nada más puede perder sino su futuro o su vida. Apresarlo, entonces, es un mero acto de venganza, de prepotencia o de tontera que de ninguna manera beneficiará a los victimarios.

Su lectura transcurre así las páginas de un diario. Nos cuenta allí de su participación, como militante del Partido de Izquierda Cristiana, en la dirigencia estudiantil en su liceo; de su orfandad y su precaria familia, de su detención, de la inútil y desquiciada tortura a que es sometido. Nada parece justifica la acción de sus captores. El mismo interrogatorio es un absurdo cuyo objetivo es golpear, cuando no asesinar, a los miembros de la izquierda chilena. Delincuentes, agentes de gobiernos extranjeros, terroristas y extremistas de derecha colaboran con la acción de un ejército encaminada a tomar prisioneros a sus propios connacionales. En tanto los civiles que los convocan comienzan a desmantelar la patria.Esa lectura resulta inevitable.

El poeta pertenece a una generación de jóvenes escritores católicos (José María Memet y Gustavo Adolfo Becerra serían los otros más destacados) que se acercan al socialismo como opción de vida. Carecen de ideas marxistas. Sin embargo para los golpistas no hay diferencias: se trata de un enemigo al que se debe aniquilar bajo el pretexto de una guerra ficticia. En este aspecto, Montealegre debe considerarse un sobreviviente.

Sobre todo porque durante la primera semana después del golpe de Estado -en ese preciso lugar- son asesinadas alrededor de quinientas personas. Al respecto, puede consultarse el que los norteamericanos Adam Scheisch y Pat Garret rinden al Subcomité de Investigación de Problemas de Refugiados, del Senado de los Estados Unidos a fines de septiembre del mismo año («El ritual de exterminio de más de 400 personas en 3 días en el Estadio Nacional»).

La experiencia en este «Coliseo» (como irónica e ingenuamente lo califican los comentaristas deportivos, según Montealegre) representa una antología de la miseria humana. Los obcecados mandos -quienes actúan con una paranoica aunque no inocente lógica de guerra- parecen seguir la normativa del absurdo. Y sin pretenderlo, muchos militares se convierten en víctimas. Alguno, se sostiene a nivel oficial, cometen suicidio.

Otros son fusilados por no cumplir las órdenes. Así ocurrió el mayor Mario Lavandero, quien a petición del embajador sueco, Harald Edelstam, había impedido el asesinato de cincuenta y cuatro ciudadanos uruguayos. Edelstam fue declarado, poco después, persona non grata y debió abandonar el país.

Por otro lado, el trato preferencial y respetuoso hacia los delincuentes comunes -como el caso del Cabro Carrera, narcotraficante que por esos días debe extraditarse a los EE.UU- constituye un insulto para los vencidos; un acto de soberbia y desconsideración muy propio de los necios y de los ignorantes.

Con todo, más que la simple descripción de lo ocurrido, como podría suponerse luego de revisar esta nota, hay en Frazadas del Estadio Nacional una fuerte carga emotiva. El estilo claro y preciso de su autor, así como su gran capacidad narrativa, rescata un aspecto olvidado la Historia. Tras las acciones de muchos individuos, antes y después del latrocinio, hay actos de humanidad y de grandeza. No en vano Jorge Montealegre ocupa como epígrafe la afirmación hecha por Salvador Allende, al celebrar su triunfo electoral, en el mismo sitio, en 1970: «El respeto a los demás, la tolerancia hacia el otro, es uno de los bienes culturales más significativos con que contamos». Ojalá así fuera.

Jorge Montealegre Iturra nació en Santiago, en 1954. Periodista y guionista, tiene, entre otros, estudios de cine. Ha publicado además, en poesía, Huiros (1979), Lógica en Zoo (1981), Astillas (1982), Exilios (1983), Título de dominio (1986) y Bien común (1995). En la actualidad se desempeña como Secretario Ejecutivo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.



Copyright ©
Semanario Liberación
Box 18040
20032, Malmö, Suecia
Teléfono: +46 40 672 65 02
Telefax: +46 40 672 65 03
Correo electrónico: