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La Literatura Infantil en Bolivia |
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escribe Víctor Montoya Sé de sobra, atento lector, que apenas lea el título de esta nota dirá: Esto no me interesa. Pero deténgase un poquito y siga la lectura al menos por el amor a los niños. Tengo pensado hablarle sobre la situación en la cual se encuentra la Literatura Infantil en Bolivia. ¿Qué le parece? Como cualquier ciudadano, con derechos y responsabilidades, pienso que la Literatura Infantil no necesita de una conmemoración específica para ser considerada un elemento indispensable en la formación de la personalidad de los niños y la identidad cultural de un pueblo, puesto que la literatura en general, y la Literatura Infantil en particular, es uno de los pilares sobre los cuales se asientan los valores morales y éticos de una cultura y época determinadas. Sin una literatura es más difícil comprender el proceso histórico de un país, cuyas peculiaridades la diferencian del resto de las naciones del mundo. La producción y promoción de la literatura escrita para los pequeños lectores debe ser una de las obligaciones del Ministerio de Educación y Cultura, pues se trata de un poderoso instrumento que sirve no sólo para formar la personalidad de los niños, sino también para estimular su fantasía en ciernes y su desarrollo lingüístico e intelectual. Asimismo, para concederle la atención y la seriedad que se merece, es necesario hacer de la Literatura Infantil un eje transversal en los programas de enseñanza, entroncándola como asignatura en los planes de estudio de todas las especialidades del magisterio y convirtiéndola en una cátedra específica en las universidades. En las escuelas y colegios, por tradición y desidia, se siguen leyendo de manera obligatoria los libros de los clásicos, como Homero o Cervantes, cuando se tienen a mano obras que rescatan los legados de la historia y la cultura bolivianas. Ahí tenemos a una camada de autores nacionales cuyas obras podrían reemplazar a los clásicos de la literatura occidental, y ser mejor aprovechadas en el sistema educativo que, según los preceptos de la pedagogía y la didáctica modernas, debe adaptarse al contexto social y cultural del niño. Nadie desconoce que los mitos y las leyendas de la tradición oral, en países multiétnicos como el boliviano, son ricos en matices léxicales, normas de conducta y conceptos morales, ya que ellos son los portadores de la sabiduría popular del pasado y del presente. Tampoco es extraño la presencia de escritores ocupados en rescatar los mitos y las leyendas del acervo nativo, con tanta belleza y certeza como lo hicieron los hermanos Grimm en Alemania y Charles Perrault en Francia. Bolivia es un terreno fértil en este contexto y cuenta con varios cultores, tal es el caso de Antonio Díaz Villamil, Oscar Vargas del Carpio, Isabel Mesa de Inchauste, Manuel Vargas y Velia Calvimontes. No son menos los autores que, sobreponiéndose a los escasos incentivos, nos ofrecen hermosas transcripciones de las fábulas de la tradición oral, como Antonio Paredes Candia, César Verduguéz y Liliana De la Quintana La llamada Reforma Educativa de los años 80 y 90, aunque avanzó a tropezones por razones burocráticas, reconoció a un grupo de escritores cuyas obras fueron publicadas con fondos del Estado y aprobadas como textos de lectura auxiliar en las escuelas y los colegios. Evidentemente no fue mucho, pero sí un justo reconocimiento a la labor de quienes, además de dedicar su tiempo y su talento a una tarea noble, son los formadores de los valores humanos que los niños adquieren a través de los libros, ya sean éstos didácticos o de recreación lúdica. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de las instituciones culturales del Estado, es todavía exigua la existencia de una Literatura Infantil. Es muy poco lo que se ha creado y menos aún lo que se ha difundido. El escaso material que se conoce es gracias al esfuerzo de los propios autores o de algunos periódicos cuyos suplementos literarios cuentan con un rincón destinado a los niños. Por lo demás, para la mayoría de los lectores, la Literatura Infantil sigue siendo un apéndice de la literatura seria, una suerte de hermanita menor de la gran literatura, y los escritores que escriben para niños son considerados escritores mediocres y fracasados, como si escribir para los niños fuese una tarea de aficionados y no un oficio de quienes, a diferencia de los escritores serios, deben manejar conocimientos amplios en el campo de la pedagogía y la sicología infantil, sobre todo, si son autores dedicados con profesionalismo a la creación de una Literatura Infantil avalada por los especialistas y los lectores. La Literatura Infantil boliviana, sin lugar a dudas, está rezagada en el contexto de la cultura en general; por un lado, debido a la crisis económica y estructural del sistema imperante; y, por el otro, debido a la ignorancia de quienes, aun estando en funciones de gobierno, desconocen los valores psicológicos y pedagógicos de esta literatura que contribuye a la formación de los futuros lectores de la gran literatura universal. La prueba está en que no hay una política cultural que la impulse ni editorial que la difunda al margen del interés monetario. Los mínimos avances, por lo tanto, obedecen más a un afán comercial que al sano propósito de fomentar la edición y expansión de la Literatura Infantil a nivel nacional e internacional. Con todo, los escritores de Literatura Infantil y Juvenil, agrupados en un Comité Nacional desde el 12 de enero de 1964, no han dejado de defender ni difundir la auténtica creación para niños a través de congresos y seminarios. Entre sus miembros, algunos ya fallecidos y otros todavía vivos, se encuentran: Yolanda Bedregal, Beatriz Shulze Arana, Rosa Fernández de Carrasco, Paz Nery Nava, Elda de Cárdenas, Alberto Guerra Gutiérrez, Rosario Quiroga de Urquieta, Gaby Vallejo Canedo, Giancarla de Quiroga, Blanca Elena Paz, Pepa Martínez de López, José Camarlinghi, Fanny de Alfaro, Blanca de Murillo, Hortensia de Aguilar, Elsa Zambrana, Gladys Dávalos, René Villavicencio, María Cruz de Carrasco, Luis Fuentes, Elsa Dorado de Revilla, Rosario Guzmán Soriano, Melita del Carpio y Gigia Talarico, entre otros. A esta pléyade de escritores, que no cesan de escribir a espaldas de la indiferencia y el analfabetismo, correspondían Hugo Molina Viaña, el maestro que deleitó a sus alumnos con sus cuentos y poemas hasta el día de su muerte, y el célebre Óscar Alfaro -poeta por excelencia de los niños bolivianos-, quien editaba sus libros con dineros de su bolsillo, para luego cargar sus versos, de escuela en escuela, hasta el corazón de los niños. Estos autores, de honda sensibilidad humana y talento creativo, nos han legado pocas pero sustanciosas obras, que hoy lucen como preciosas joyas en el cofre de la Literatura Infantil no sólo de Bolivia, sino también del continente latinoamericano. Se espera que en el curso de los próximos años se multiplique la producción literaria destinada a los niños y que el gobierno tome conciencia de esta imperiosa necesidad, haciendo que las instituciones pertinentes se dediquen a incentivar el hábito de la lectura en provecho de una sociedad más instruida, equitativa y democrática. Lo contrario, como ya manifesté líneas arriba, implicará repetir la consabida perorata de que la falta de apoyo a las iniciativas orientadas a promover la Literatura Infantil en territorio nacional es el reflejo de la crisis estructural que sacude los cimientos del sistema social boliviano que, lejos del discurso neoliberal y la demagogia de los gobernantes, requiere de profundos cambios infraestructurales para liquidar la pobreza, el analfabetismo y la deserción escolar. |
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