inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 8-Julio-2005

Es la casa común que arde, idiota

 

escribe Cándido

Mientras los 8 «grandes» finalizan, esta vez en Escocia, una nueva «función» de las que periódicamente representan, sin que nadie recuerde que alguna vez hayan adoptado alguna medida concreta para mejorar el calamitoso estado del mundo y cambiar la ira de los «espectadores» por una sonrisa, ese mismo planeta arde, se inunda, se derrite, se calienta y se desmorona. Lo que hace 20 años se consideraba augurios apocalípticos de algunos ecologistas «fundamentalistas» que los medios del mercado se encargaban de descalificar, resulta hoy una trágica realidad cotidiana.

Si los 8 «grandes» se asomaran más allá de los jardines del lujoso palacio en el que se alojan, más amurallado que nunca para evitar cualquier contacto con «la chusma», verían, aquí cerca en Europa, a campesinos rumanos y búlgaros desaparecer bajo las aguas sucias de los ríos desbordados y a los españoles y portugueses intentando inútilmente apagar los incendios en paisaje de cosechas calcinadas por una sequía sin parangón en muchas décadas, y también a los aristocráticos veraneantes de la Riviera francesa (también moradores aunque no lo quieran, de la Casa Común) huir de las llamas. Y si vieran más allá de sus narices, un ejercicio que no suelen practicar, registrarían un nuevo movimiento sísmico en Sumatra, inundaciones en Latinoamérica, y un amague de tsunami, en las propias costas de California, y lo que es más grave, «empezar a vibrar y derrumbarse en el mar» de una montaña milenaria de roca en las costas de Australia, entre otras muchas catástrofes.

Los científicos vaticinaron y lo han reiterado a medida que las previsiones se van cumpliendo, más aceleradamente de lo previsto, que la acción del hombre en el actual modelo de desarrollo capitalista, exacerbado desde los años 80 con la globalización neoliberal, es la principal causa de los desequilibrios del ecosistema. Entre los muchos intentos ensayados para frenar ese deterioro, se firmó en la ciudad japonesa de Kioto, en 1997 el Protocolo que lleva su nombre, destinado a trazar un plan para disminuir progresivamente la emisión a la atmósfera de los gases derivados del carbono, causantes, según esos mismo expertos, del calentamiento del planeta. Hubo un gran idiota, que después se revelaría como un criminal de guerra, George W.Bush, presidente de los EE.UU, cuyo país es el mayor contaminador del mundo, que se negó a firmar el protocolo, aduciendo que no estaban científicamente probadas las causas del llamado efecto invernadero. Y, razón principal, no estaba dispuesto a afectar el «estilo de vida americano». Este mismo personaje, gran «payaso» del «circo» de Edinburgo, insinuó en Copenhague una actitud mas comprensiva del problema del cambio climático, pero nada indica que se traduzca en medidas concretas. Además de idiota, terrorista ecológico.



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