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Con el pueblo todo |
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escribe Cándido Aunque la palabra pueblo rechine a los oídos neoliberales y a los de muchos izquierdistas a los que una batalla perdida convirtió en sensatos, la empecinada realidad sigue dando testimonio del poder imbatible de los pueblos cuando logran romper con el adoctrinamiento sistemático y cotidiano de la propaganda del sistema. Y lo que es todavía más grave, ha provocado, en aras de un «crecimiento» que sólo beneficia a un puñado de transnacionales, una acelerada criminal destrucción del ecosistema cuyos efectos catastróficos se reiteran cada día. Eso provocó el divorcio de los pueblos expresado en los grandes movimientos sociales de los últimos quince años que han sacudido al mundo. Seattle, Porto Alegre, Gotemburgo, Nápoles, Florencia, para citar solamente algunos, antes la revuelta zapatista de 1994, las grandes huelgas, las revueltas de Bolivia, Ecuador, los procesos electorales en Latinoamerica que significaron en algunos casos la desaparición definitva de las viejas oligarquías «democráticas» subordinadas al imperialismo, y no menos el categórico rechazo a la guerra de Estados Unidos y algunos satélites contra Irak. Ciertamente ni la guerra pudo impedirse, ni el projecto genocida de la globalización neoliberal tampoco. Pero el imperio «más poderoso del mundo», víctima de su soberbia y la ignorancia de sus «ideólogos» y «estrategas militares», va camino a una catástrofe peor que la de Vietnam. Es sólo cuestión de tiempo que el pueblo americano asuma que la vida «color de rosa» que le pinta la ignorancia de su presidente es tan falsa como las mentiras que utilizó para justificar la guerra. Se dirá también, y es cierto, que esos movimientos sociales arrolladores no han logrado articular un proyecto de sociedad (y humanidad) alternativo. Pero ello no es tarea de un día. La historia ha demostrado que la fantasía, la capacidad para afrontar los desafíos de la historia y la voluntad de entrega y sacrificio, ha sido siempre patrimonio de los pueblos. En pocos años, se ha devaluado la credibilidad de los supuestos valores de las «democracias» electoralistas donde el protagonismo del pueblo sólo rige el día de las votaciones, las dirigencias políticas han perdido toda confianza. El gran poder de los medios de comunicación, ha perdido para grandes sectores, el carácter de credibilidad de sus informaciones y las nuevas tecnologías han puesto un arma invalorable en manos de las grandes mayorías. No es antojadiza la conclusión de que cualquier gobierno, independientemente del rótulo de progresista o conservador, está condenado al fracaso si defrauda las esperanzas que los ciudadanos han depositado en él. Hay dos hechos históricos cercanos que no pueden perderse de vista: el colapso de la ex.Unión Soviética y la permanencia, dinámica y ascendente de la Revolución Cubana. |
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