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Notas sobre la actual poesía chilena |
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escribe Juan Cameron La manipulación de la crítica tanto como el abuso de la publicidad para ocupar un lugar en el discurso nacional, ha llevado a los poetas chilenos por un curioso camino. Este se manifiesta, de preferencia, en la elección de un tema o de un modo único de escritura, dejando de lado las reales posibilidades que, en muchos casos, el talento les dicta. Un país puede ser monoproductor y sostenerse en su economía; no ocurre lo mismo a sus escritores. El lector espera de ellos algo más que el simple género anecdótico explotado por el natural talento en la escritura. ¿Qué ocurriría, se pregunta, si Hernán Rivera Letelier o Pedro Lemebel incursionaran en temas diferentes a los ya conocidos? Porque hay autores como Jaime Collyer, Alejandra Costamagna o Gonzalo Contreras que parecen capaces de extenderse en el oficio. Tal vez la narrativa constituya una excepción. En poesía, en cambio, existe por parte de sus cultores una tendencia a monopolizar el discurso, a confundir el estilo con el tema; y a veces -en una curiosa metonimia- poesía con beneficio, en busca de la aceptación o del establecimiento de su obra en el corpus literario. La crítica ha sido cauta al revisar el fenómeno; pues éste ocurre en profesionales consagrados y con méritos reconocidos por el público receptor. Así, por un tiempo hubo, a los ojos del espectador, un único poeta chileno y esta visión formadora de opinión fue aprendida por los vates y tomada como un sabio consejo. Y hubo también otra crítica, vigente aún y represora, generada desde los ámbitos de las minorías o desde las aulas más competitivas, que indujo el ejercicio del oficio hacia el muy serio campo teórico. Nombres surgieron entonces que, a pesar de su gloria, quedarán olvidados en las gavetas del tiempo. Podríamos decir que la opinión pública, respecto a un pretendido gusto estético, ha sido manipulada en los últimos treinta años. El efecto Zurita -muy legítimo en sus comienzos y demasiado efectista después- puede repetirse aún frente a Eduardo Llanos, Germán Carrasco y, a partir de este último, en Kurt Folch y Alejandro Zambra. Todos éstos son casos a observar en su desarrollo, con muy distintas aptitudes literarias entre ellos; pero en general con un aparataje publicitario bastante favorable. Y ha sido manipulada, además, y obligando a una visión unipolar al receptor, por los grandes proyectos públicos; como las sofocantes óperas que nos acosan, el año de Neruda o el poema más largo para batir un Guiness (¡líbranos, Oh Señor!) entre varios. Pero esa otra crítica, la canalla y anónima, aquella producida por la ausencia de apreciación estética, por la ignorancia, por la falta de lectura o derechamente por la envidia, no merma espacios ni oportunidades para señalar este defectillo con sorna y mala leche. Resulta insoportable ante aquellos u otros autores como Naín Nómez, José María Memet, Andrés Morales, Sergio Badilla por ejemplo. Con todo, alguna reprimenda puede considerarse a veces. Hará falta mucha objetividad, seriedad, tolerancia y análisis, para delimitar ese carácter único impuesto por el poeta a su trabajo. Hasta la Promoción Universitaria del 65 nos habíamos acostumbrado a escuchar las varias voces del autor. Oscar Hahn, Waldo Rojas, Hernán Miranda Casanova, Manuel Silva Acevedo u Omar Lara, por nombrar algunos, pueden pasearse por su estilo sobre distintas formas y en variados temas. ¿Ocurre ésto en la actualidad? Basta citar a los poetas más destacados para encontrar el síndrome monoproductor que, como se dice, los caracteriza. De tal modo Llanos aporta la inteligencia como recurso creador; o Raúl Zurita, una profunda voz treintaiochista capaz de trocar el decurso nacional y abalanzarlo hacia un nuevo simbolismo; Andrés Morales se instala en lo sonoro de un ritmo perfecto y Armando Roa Vial lo hace en el conocimiento y la elegancia como alguna vez lo intentara -aunque en un campo muy limitado- nuestro Paulo de Jolly. Las poetas, por otro lado -las verdaderas, no las poetizas- se aferran a la segunda voz del género y confunden palabra y discurso. Y a pesar de las altas calidades individuales, mucho cuesta distinguir en estos días el estilo personal o la cadencia propia. Esta visión unipolar ocasionada para la poesía ha sido rigurosa sólo en la instalación de ciertos nombres en la escena. Tal percepción se hace carne a partir del anterior certamen, en poesía, del Consejo Nacional del Libro; y puede repetirse en el convocado para este año. Todo es posible. Pero ninguna forzada actitud podría negar la obra de los ya citados y de quienes vienen: Andrés Adwanter, Javier Bello, Rafael Rubio, Leonardo Sanhueza, Damsi Figueroa, Alejandro Zambra, Antonia Torres, Eduardo Jeria, Karen Toro, Magaly González y tantos otros que nos llenan de esperanza. |
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