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11-Junio-2004

 

Notas sobre la actual poesía chilena
Búsqueda de identidad

 

escribe Juan Cameron

La manipulación de la crítica tanto como el abuso de la publicidad para ocupar un lugar en el discurso nacional, ha llevado a los poetas chilenos por un curioso camino. Este se manifiesta, de preferencia, en la elección de un tema o de un modo único de escritura, dejando de lado las reales posibilidades que, en muchos casos, el talento les dicta.

Un país puede ser monoproductor y sostenerse en su economía; no ocurre lo mismo a sus escritores. El lector espera de ellos algo más que el simple género anecdótico explotado por el natural talento en la escritura. ¿Qué ocurriría, se pregunta, si Hernán Rivera Letelier o Pedro Lemebel incursionaran en temas diferentes a los ya conocidos? Porque hay autores como Jaime Collyer, Alejandra Costamagna o Gonzalo Contreras que parecen capaces de extenderse en el oficio. Tal vez la narrativa constituya una excepción.

En poesía, en cambio, existe por parte de sus cultores una tendencia a monopolizar el discurso, a confundir el estilo con el tema; y a veces -en una curiosa metonimia- poesía con beneficio, en busca de la aceptación o del establecimiento de su obra en el corpus literario.

La crítica ha sido cauta al revisar el fenómeno; pues éste ocurre en profesionales consagrados y con méritos reconocidos por el público receptor. Así, por un tiempo hubo, a los ojos del espectador, un único poeta chileno y esta visión formadora de opinión fue aprendida por los vates y tomada como un sabio consejo.

Y hubo también otra crítica, vigente aún y represora, generada desde los ámbitos de las minorías o desde las aulas más competitivas, que indujo el ejercicio del oficio hacia el muy serio campo teórico. Nombres surgieron entonces que, a pesar de su gloria, quedarán olvidados en las gavetas del tiempo.

Podríamos decir que la opinión pública, respecto a un pretendido gusto estético, ha sido manipulada en los últimos treinta años. El efecto Zurita -muy legítimo en sus comienzos y demasiado efectista después- puede repetirse aún frente a Eduardo Llanos, Germán Carrasco y, a partir de este último, en Kurt Folch y Alejandro Zambra. Todos éstos son casos a observar en su desarrollo, con muy distintas aptitudes literarias entre ellos; pero en general con un aparataje publicitario bastante favorable.

Y ha sido manipulada, además, y obligando a una visión unipolar al receptor, por los grandes proyectos públicos; como las sofocantes óperas que nos acosan, el año de Neruda o el poema más largo para batir un Guiness (¡líbranos, Oh Señor!) entre varios.

Pero esa otra crítica, la canalla y anónima, aquella producida por la ausencia de apreciación estética, por la ignorancia, por la falta de lectura o derechamente por la envidia, no merma espacios ni oportunidades para señalar este defectillo con sorna y mala leche. Resulta insoportable ante aquellos u otros autores como Naín Nómez, José María Memet, Andrés Morales, Sergio Badilla por ejemplo. Con todo, alguna reprimenda puede considerarse a veces. Hará falta mucha objetividad, seriedad, tolerancia y análisis, para delimitar ese carácter único impuesto por el poeta a su trabajo.

Hasta la Promoción Universitaria del 65 nos habíamos acostumbrado a escuchar las varias voces del autor. Oscar Hahn, Waldo Rojas, Hernán Miranda Casanova, Manuel Silva Acevedo u Omar Lara, por nombrar algunos, pueden pasearse por su estilo sobre distintas formas y en variados temas. ¿Ocurre ésto en la actualidad? Basta citar a los poetas más destacados para encontrar el síndrome monoproductor que, como se dice, los caracteriza.

De tal modo Llanos aporta la inteligencia como recurso creador; o Raúl Zurita, una profunda voz treintaiochista capaz de trocar el decurso nacional y abalanzarlo hacia un nuevo simbolismo; Andrés Morales se instala en lo sonoro de un ritmo perfecto y Armando Roa Vial lo hace en el conocimiento y la elegancia como alguna vez lo intentara -aunque en un campo muy limitado- nuestro Paulo de Jolly. Las poetas, por otro lado -las verdaderas, no las poetizas- se aferran a la segunda voz del género y confunden palabra y discurso. Y a pesar de las altas calidades individuales, mucho cuesta distinguir en estos días el estilo personal o la cadencia propia.

Esta visión unipolar ocasionada para la poesía ha sido rigurosa sólo en la instalación de ciertos nombres en la escena. Tal percepción se hace carne a partir del anterior certamen, en poesía, del Consejo Nacional del Libro; y puede repetirse en el convocado para este año. Todo es posible. Pero ninguna forzada actitud podría negar la obra de los ya citados y de quienes vienen: Andrés Adwanter, Javier Bello, Rafael Rubio, Leonardo Sanhueza, Damsi Figueroa, Alejandro Zambra, Antonia Torres, Eduardo Jeria, Karen Toro, Magaly González y tantos otros que nos llenan de esperanza.



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