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Los uruguayos en Suecia |
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escribe Rodolfo Panfilio Desde los albores de la década del 70, Suecia ha sido una nación que ha recibido innumerables oleadas de refugiados políticos de América Latina. Bien, se trataba de sumir en un nuevo tipo de ordenamiento económico-político a sociedades que por ese entonces resultaban ser las más desarrolladas de Sudamérica, con un grado de integración y cohesión social que no se alcanzaba en otros lugares de la región. Fue una agresión que hoy, a 30 años de distancia, se ve como sumamente planificada, sin piedad para los que iban a ser sometidos, y esto, sin duda tuvo efectos residuales de largo plazo: psíquico-físicos, sociales, políticos, ideológicos. Es inevitable considerar, a veces, que la Historia se desarrolla por etapas. Es la realidad que golpea a nuestras puertas y se ordena de esa manera: lo que hoy sucede, ayer era imposible ni siquiera de concebir. Argumentan además, estos críticos, que los fenómenos que entran dentro de la categoría de históricos, se adentran los unos en los otros, de manera que uno forma parte del otro, o contiene aspectos de su contrario. De forma que, cuando se vive esa realidad histórica de manera intensa, resulta difícil en primera instancia extraer líneas directrices para su entendimiento, en tanto no se está en contacto directo con la misma. Sin embargo, parecería que estamos viviendo una nueva etapa. En Uruguay, por supuesto, y en Suecia, no tan supuesta previamente. El exilio, ha vivido no una, sino una doble realidad sumamente compleja: por un lado, pendiente de lo que sucedía en su país de origen, sintiéndose comprometido con esos hechos lejanos, en procura de recoger toda información, todo vestigio que aportara a lo que conocía teóricamente, puesto que la misma formaba ya parte del recuerdo, trataba de dar lo que fuera de sus fuerzas para contribuir a la Resistencia, o sea, la lucha contra la dictadura. En otro aspecto, en una doble inversión de fuerzas, intentaba integrarse a una sociedad desconocida, en idioma, hábitos y costumbres. Con el paso de los años, ésta última tarea, fue insumiendo cada vez mayores energías, lógicamente, aunque las convicciones no sucumbieran, y los principios se mantuvieran incólumes. Se trataba de vivir, también, los avatares de la formación de parejas, crianza de hijos, desarrollo de estudios u oficios, en un lugar extraño. Pues, cuando la dictadura terminó, y parecía que el sol se levantaba finalmente sobre la República Oriental del Uruguay, muchos volvieron, otros fueron y vinieron, pero nadie permaneció indiferente. Los que volvían al Uruguay, llegaban con la ventaja de haber podido pensar y discutir tranquilos sin la premura de la persecución política, o las urgencias de la militancia sobre el terreno, pero con la desventaja de que en muchos casos, subjetiva y objetivamente, habían estado apartados del proceso del propio país. Ya sea como grupo o individualmente, los que volvían para participar de la apertura, y el retorno a la legalidad, encontraron que muchas de sus ideas, eran correctas, pero construidas sobre una realidad que ya no existía. Por no querer entender esto, o, porque habiendo comprendido, no aceptaban esta situación, muchos volvieron a un exilio no ya entendido como obligado por persecución política de una dictadura. Este tipo de discrepancias, cuando no son canalizadas políticamente, produce heridas personales muy fuertes, que pueden traducirse en amarguras y separaciones. De manera que el exilio se transformó en ostracismo, puesto que cortó lazos, manteniendo sólo aquellos que consideraba confiables, o sea, los que de alguna forma compartían su punto de vista. Esto ocurrió en todas las corrientes políticas concernientes a Uruguay que aun existían en Suecia. La disolución de la Unión Soviética agravó esta situación, no contribuyendo en nada a clarificarla. La década de los 90 fue la del sentimiento de derrota por excelencia, no por la permanencia de las discrepancias, en el seno de la colectividad uruguaya en Suecia, o no sólo por eso, sino porque fue la década de la instauración del neoliberalismo y la legitimación de la impunidad en Uruguay. Mientras tanto, la colonia permanecía dispersa, sin razones aparentes para nuclearse, manteniendo algunas formas celulares, o volcándose definitivamente a las tareas que podía imponer el proceso en otros países: Nicaragua, El Salvador, África, etc. La discusión se unilateralizó, se sectorizó, algunos participaron más en colectivos de otros países, que en el propio. El manejo de la información se empobreció, y en forma natural, se perdió relación con un proceso (el uruguayo) en el que también participaban quienes no salían en la prensa. Y, se podría decir, la situación de las ideas respecto del proceso en el Uruguay, no sólo en lo que respecta a la información, sino también en cuanto la formulación de estrategias colectivas, se enlentenció. Y esto se tradujo en muchos casos, en enfrentamientos fraternos y no tanto que parecían haber dejado de ser propios del seno del pueblo, y que, por otro lado y sobre todo, pertenecían al siglo pasado. Muchos de ellos, (los enfrentamientos) murieron de inercia. En esta situación, - y siempre es así en la misma forma en que se había trabajado por parte de todas las fuerzas políticas en Uruguay, alguna gente en Suecia intentó el acercamiento social. Somos gregarios, y necesitamos de los otros. Parecía lógico, pues evitaba la discusión de antiquísimas discrepancias, atacándolas por el flanco. La construcción de un ambiente de aceptación social facilita el intercambio en la práctica, lo que, a su vez propicia otra calidad de diálogo. Una cosa lleva a la otra, no sólo por intención política, más que nada por necesidad, una experiencia que era difícil realizar en otro medio, puesto que es arduo por demás lograr coherencia social sin trabajar asimismo sobre un statu quo previo en lo político. Más claro: todos en el exilio tenían experiencia previa en organización y discusión política, algunos estaban saturados de discusión, pero sin embargo convencidos de los beneficios de la práctica conjunta. La Casa Uruguay en Suecia, es el resultado de muchos esfuerzos individuales, que solo se puede definir, como un esfuerzo colectivo de todo el exilio uruguayo en Suecia. Aun de los que se opusieron por una u otra razón. O de los que caminaron algún tiempo, y luego se apartaron, o los que no reconocieron la necesidad de la misma en su origen, y luego sí. El esfuerzo social, la práctica colectiva, si contiene principios y valores llevados en forma consecuente a la práctica, se acerca (como práctica) a lo que a efectos de un análisis más profundo correspondería a una sociedad mucho más compleja y avanzada. Casa Uruguay en Estocolmo tiene, cumple ya los seis años. El pasado 7 de mayo, hace myy poco, se realizó una reunión convocada por tres Casa Uruguay, lo que atrajo a uruguayos que viven en toda Suecia. Bueno, el objetivo era justamente, obtener la mayor cantidad posible de participación en el proyecto de Federación Nacional, que ya se encuentra en marcha con Västerås, Uppsala, Estocolmo empeñadas en fundarla. Lo que quizá parezca un pequeño acontecimiento, es, para todos los uruguayos en Suecia, un paso gigantesco. Esta realidad ha sido impulsada por supuesto, por lo que quizá podríamos definir como el proceso político en el Uruguay. El cambio de gobierno ha dado un gran espaldarazo a todo esto. Si bien su intervención todavía no es orgánica, es el motor principal de estas transformaciones todavía en ciernes. Es que no se sabe cuanto pueden aportar desde aquí los uruguayos, pero para averiguarlo deberan organizarse. Mientras tanto, quizá la cadena de organizaciones de toda Suecia, logre este cometido. |
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