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Poco que festejar |
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escribe Leo La conmemoración del 60 aniversario de la victoria sobre el nazismo, ha estado impregnada del viejo clima de la guerra fría, del habitual maniqueismo y tergiversación de la historia por parte de los medios de comunicación. A regañadientes algunos recordaron que los «rusos» contribuyeron con 27 millones de muertos para salvarnos del nazismo. Un cada vez más patético Bush, que parece ignorar por completo lo que está ocurriendo en Irak y en su propio país, diciendo sandeces sobre la libertad y la democracia, en el patio trasero de su colega Putin, que los medios recogieron con toda reverencia como si fueran creíbles, mientras en las cárceles de Irak, Afganistán y el campo de concentración de Guantánamo, los prisioneros sufren un destino muy poco diferente al de las víctimas los derrotados nazis. Una periodista del noticiero sueco Aktuell le preguntaba a un experto, simulando curiosidad auténtica, «por qué Putin se niega a pedirle disculpas a los gobernantes de los países bálticos por la ocupación», sin que jamás se le haya ocurrido preguntarle a Bush si no le va a pedir disculpas al pueblo guatemalteco invadido y masacrado en 1954, a los pueblos centroamearicanos, a Haití por la larga ocupación, a Cuba y Venezuela por viejas y actuales agresiones, a los pueblos del sur de la región por haber financiado y apoyado las dictaduras genocidas de Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, instrumentadas por criminales de guerra tan notorios como Kissinger y Negroponte, este último designado por Bush jefe supremo de todos los organismos de seguridad del país. Pero más allá de los escenarios políticos surrea-listas habituales en el mundo de hoy, si observamos con objetividad el panorama no parece que Europa tenga mucho que festejar.(El surealismo en el país de Bush y su pandilla es otra historia). Porque Europa y su proyecto sin pueblos ni destino se parece al Titanic, el famoso transatlántico cuya tripulación tiene por cometido asegurar la diversión en paz, sin molestias de los viajeros de tercera, de la elite de primera clase a la que sirven. Y mucho menos que la plebe de tercera pueda acceder a los salvavidas en caso de naufragio. Y ya sabemos lo que pasó. El proyecto de unión europea, pudo ser una alternativa al capitalismo neoliberal salvaje, que arrasa con todos los valores que han sido básicos en el progreso de la humanidad, en aras de las ga-nancias de unas pocas transnacionales. Las co-rrientes progresistas surgidas después de la Segunda Guerra Mundial que acaba de recordarse, se plegaron al nuevo capitalismo de rostro «inhumano», se subordinaron a la delirante «cruzada contra el terro-rismo» proclamada por la pandilla de fanáticos que rodea a Bush, se aplicó a desmantelar los Estados de justicia, denominados de bienestar, a reducir las funciones del Estado en beneficio de la dictadura del mercado, vaciando de contenido a la democracia. Y los resultados están a la vista. El terror cotidiano campea por las grandes capitales europeas, se cons-truyen «murallas» tecnológicas y policiales para ce-rrar las fronteras a los hambrientos del mundo empo-brecido por sus antiguos colonizadores europeos, se importa mano de obra que pronto trabajará sólo por un plato de comida y ahora discute implantar las semana de trabajo de 60 horas. Todo bajo las banderas de la «democracia» y los «derechos humanos». Poco que festejar, en verdad. |
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