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La pornografia de la pobreza |
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escribe Antonio Parodi Buendía Tenía razón el cholo Vallejo cuando escribió:¡Cuánta plata se necesita para ser pobre!. Viene esto al caso después de haber visto por televisión el documental Compadre de Mikael Winström, en donde se muestra cómo viven algunos pobladores de las barriadas que circundan Lima, la gran urbe de ocho millones de habitantes. Apelando a los lazos del compadrazgo, ese compromiso sentimental tan apreciado por la sociedad peruana, el director y su equipo irrumpen en la vivienda de una familia modesta. Después de los abrazos de rigor, tan latinoamericanos como exóticos para otras culturas, Winström entra en acción y siempre con el close-up, el flash-back, el ralenti, va exhibiendo una serie de fotografías tomadas hace años: el antiguo basural en donde construyeron la casa, la bebita que casi fue devorada por los chanchos, el niñito desnutrido defecando en el patio. Así, una tras otra, la familia asiste a su pasado pero ahora devuelto en forma de espectáculo y bajo una parafernalia de luces, cámaras, voces en off, hábilmente manipuladas. Es ya una rutina ver estos lamentables episodios sobre nuestros países;un leitmotiv que los europeos disfrutan con lo que quieren ver. Casi nunca muestran la riquísima herencia triétnica ni el esplendoroso paisaje americano. No pretendemos, por cierto, negar esa contundente realidad en la que se debaten millones de compatriotas agobiados por un capitalismo salvaje siendo, sin embargo, triunfadores a su modo, ya que, esta familia a lo largo del tiempo, edificó su casa, educó a sus hijos, no se separó, no han caído en el alcoholismo, ni en la drogadicción, ni en la depresión. ¿Cuántos europeos soportarían esta forma de vida sin quebrarse? Es evidente cómo asoman a la superficie las perversas intenciones del entrevistador a quien no le mueve la piadosa, anónima y púdica ayuda sino la explotación a fondo de la miseria tercermundista, vendiendo cada reportaje al mejor postor. Se trata, hablando en castizo, de una pornografía de la pobreza. Si el cineasta Winström se encuentra muy interesado en este tipo de negocios, que no se vaya tan lejos. Puede dirigirse al centro de Estocolmo y filmar, sin efectos especiales, en la Plaza de las Agujas, irrumpir, sin guiones gráficos, en los dramas conyugales, entrevistar a los familiares de los cuatrocientos suecos que mueren cada año a causa de las drogas, rodar en exteriores a las personas que pernoctan en las aceras y sincronizar los planos medios sobre los alterados mentales que deambulan sin control. |
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