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A propósito de sus noventa años |
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escribe Juan Cameron Nicanor Parra Sandoval, poeta de prototipo chileno y habitante de la costa central, cumplió noventa el mismo año en que Neruda celebraba un centenar con bombos y platillos. El inadvertido Nicanor hace ahora un guiño a la cámara a través de algunos breves retratos personales. Recuerdo a Nicanor a los setenta; qué quieren que les diga. Joven, buenmozo, en la flor de su edad (como a él le gustaría ser descrito) lee sus versos en el Instituto Chileno Francés de Cultura, en Santiago, junto a un buen grupo de poetas chilenos de todas las promociones. La oportunidad es propicia para abuenar a Enrique Lihn y Jorge Teillier quienes, por cuestiones de mujeres y no de celos literarios, no se miran con buenos ojos. Por esos días -tiempo de reconciliaciones, con una dictadura que parece caer- Humberto Díaz Casanueva intenta repetir el gesto, ahora para abuenarse, él, con Nicanor Parra. Yo no sabía de esas diferencias; o, al menos, no me había enterado. En la casa del diplomático vate nacional se sirve buena comida y, frente a la colección de buhos que tanto admirara Verónica Zondek, comparten próceres de las artes y las letras, muchos de ellos ya desaparecidos. Allí recibo el mejor de los elogios hasta el momento en palabras de Juvencio Valle: Qué bien baila, poeta. Nicanor no perdona. Cierta tarde, cuando a la SECH concurrían escritores, lo encuentro junto a Teillier y un vino en el refugio López Velarde. Arranco de una efusiva y sureña musa y me apero a la mesa de espaldas al muro, tras una viga. Por aquí, mijita!, indica el vate a la primera de cambios. Un hombre asume sus obligaciones, sonríe achicando los ojos. Don Nica en sus primeros ochenta Nicanor, humilde como su poesía, dice que el sol pica de atrasito cuando, en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, se le felicita por el Premio Juan Rulfo. En su infinita simpleza ha sido capaz -doce años atrás- de acercarse a un joven poeta en un encuentro literario, en Temuco, y presentarse como si acaso no fuera ya bastante conocido. Por supuesto, a veces recuerda sus estudios en Brown y en Oxford y se hace servir té, para él y sus amigos, por una dama sueca que entretanto los deleita con algunas piezas de piano. Frente a los contertulios, en el jardín, el Tío Roberto se apura, entre las quejas de su hermano y patrón, en el cortado del pasto. No le regalo más ternos protesta el profesor de Física. Los cambia por tragos en La Piojera, comenta sin compasión de clase. Nicanor lucha contra la Bomba, la personal, esa que le hace guiños a la vuelta de la esquina: Yo pertenezco al mundo que se fue/ Yo todavía creo en el Socialismo/ Yo todavía creo en Dios y en el Diablo/ Yo soy uno de esos vejetes desubicados/ Que confunden el ser con el ente/ Déjense de pamplinas/ Hacen mal en sacarme de la tumba/ No te rías de mí/ ché papusa, termina el discurso oficial en la Alameda de las Delicias, hoy del Libertador Bernardo OHiggins, ante autoridades también oficiales al celebrar sus primeros ochenta años. Nicanor no ceja, seguirá luchando contra el angelorum como lo ha hecho siempre. Venceremos. Aunque a veces una papusa se ría y cuente -a los mismos contertulios del tecito aquel (el de don Nica, no el de la Paty)- que el gran vate nacional le ofreció un automóvil por sus favores (¡Y lloraba! dijo. Mujeres malhabladas; las cosas que andan diciendo). O que a una poeta y ensayista -y feminisma para más recachas- se le salga, en una mesa de bar y ante los mismísimos dos colegas, ahora con iguales aviesas intenciones que su maestro, que los favores ya no se cumplen a la perfección. Bueno, como dice Pepe Cuevas, tal vez venceremos. Con razón borró el ché papusa en la versión (o alocución) definitiva. Y no hablemos de su obra/ O ya en sus noventa Hace un par de años no me cruzo con don Nica. La última vez fue en Santiago en un ciclo de homenaje a todo trapo, como el poeta se lo merece. De aquella ocasión -invierno del 2001, me parece- queda un DVD, 14 poetas chilenos contemporáneos, editado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Recuerdo sí que, mientras planificaba mi regreso a Chile, a fines del 96, el gran vate nacional atravesó todo Santiago en taxi para festejarme en casa de César Soto. Se le agradece. Y, si quisiéramos aportar con una última imagen, en esta se retrata al poeta junto a su colega Gonzalo Rojas y los jóvenes Lihn y Teillier, mientras a pie de página se lee grandes promotores de la actual poesía chilena. |
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