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22-Abril-2005

 

Valparaíso y el Grabado
De Hermosilla a Jorge Soto

 

escribe Juan Cameron

La ciudad puerto es, junto a Valdivia, Santiago y Concepción, uno de los centros importantes del grabado nacional. Desarrollado a mediados del siglo anterior, por el maestro Hermosilla, sus discípulos y seguidores supieron instalarlo en la imagen colectiva y desarrollarlo hacia la aplicación de las más modernas técnicas. Ejemplo de ello es el artista Jorge Soto.

El grabado en Valparaíso, podríamos afirmar casi como un absoluto, se proyecta en la superficie con la figura fundacional de Carlos Hermosilla Alvarez (1906-1991). Como sus obras -humildes xilografías, proletarias linografías y agudas aguatintas y aguafuertes, Hermosilla deja estampada la alegría vital y la impronta del trabajo en tanto desarrollo humano.

Desde sus primeras publicaciones, en la revista Litoral, y la creación de la Escuela de Bellas Artes, al amparo del Casino de Viña del Mar, hasta su partida, el artista burila una línea en la historia del oficio y en su valoración social. Junto a él emergen los nombres de Medardo Espinosa, René Quevedo, Ciro Silva, Roberlindo Villegas y el más joven de los maestros, Sergio Rojas, quienes contribuyen con su arte y la docencia a la instalación de este sello significativo en el concierto nacional, como lo es hoy por hoy el arte de la impresión porteña.

Pero en tanto Valparaíso, así una antigua postal de la República, se rebela ante la imagen progresista y consumidora que la economía impone al país, dentro de sus márgenes el oficio mantiene en plena vigencia lo más permanente y válido del sentido humano. Tratándose del Grabado podríamos estar frente a un oxímoron. Por que la vieja labor de la estampa siempre ha ido a la par de la técnica y los instrumentos más industriosos. Texturas, fluidos y materias posibles de intervención mueven el concepto y la mano del artista. Desde la más real bandera de lucha hasta la imagen virtual, desde el blanco y negro de lo combativo al arcoiris de la contemplación, tinta, prensa y serialidad se han prestado para ser reproducciones sobre una hoja en blanco.

Esto es cuanto realizan hoy los grabadores de Valparaíso. La ciudad y sus cultores se presentan como uno de los focos reconocidos en el ámbito nacional. Su Centro del Grabado le imprime la fuerza y el vigor necesarios para mantener, con un marcado desarrollo y tradición, el ceño paradigmático de aquel maestro y de quienes -en los talleres de las escuelas municipales de artes- continuaron su tarea.

Pero la aventura del grabado no significa ya una mera excelencia técnica. Se trata de una herramienta al servicio de los artistas contemporáneos y se ha convertido en parte vital de los procesos creadores en la actualidad.

Un buen logrado grabado, en consecuencia, no se configura tan sólo por la existencia de una matriz o de una imagen, sino básicamente por la presencia de un ideario. Se trata de una aventura innovadora que, cercana a los avances de la técnica, toma de aquella todo cuanto le signifique un aporte. Por ello, resulta inevitable que nuevos caminos se abran y nos conduzcan a largas reflexiones, al tiempo de invitarnos a explorar o transitar por ellos sin perder nuestra meta esencial: la forma, la imagen final, la obra.

En sus imágenes reconocemos un lenguaje que, de manera íntima, nos transmite el placer estético, la fascinación por la multiplicidad de formas articuladas como columnas vertebrales que nos señalan un relato visual. Nos recuerda, levemente, fotografías familiares oxidadas por el tiempo o bien, la vieja pantalla de cine blanco y negro. Sin embargo, no todo es evocador. La acidez y la agresividad contemporánea, la complejidad social, el dolor, la vida y la muerte, están representados por afilados trazos y pequeños relieves.

El ácido no sólo corroe los metales; impregna la totalidad de una simbología lograda con impecable técnica y depurado oficio. Frente a ella, no quedamos detenidos en la finura de sus líneas, en sus logrados relieves o en la variedad de sus aguatintas. Más bien penetramos en estos mundos de locura de una generación plena de sensuales intimismos, términos agrestes y fluidos que nos hacen pensar en el líquido seminal, en la tibia orina, en la flaccidez de lo amniótico, en el suero nutriente. ¿Piranesi, HR. Giger, el efecto Auschwitz? Todo romanticismo resulta, en definitiva, una extensión personal de lo clásico.

La repetición serial semeja una lista -biomecánica podría plantearse- de pequeños insectos, cabellos, piezas óseas, fibras o susurros que llenan de fragmentos sus grabados. La vida está hecha de momentos -hechos o gestos discontinuos- y la unidad no podría lograrse sino a través de estos ínfimos elementos: prótesis, muletas, ejes de unión de lo ya quebrado y escindido por el transcurso del tiempo.

Entre los más jóvenes cultores destaca Jorge Soto. (Como nota aclaratoria, debemos afirmar que los conceptos generales y sobre su obra, aquí incorporados, pertenecen a su maestra, la grabadora Virginia Vizcaíno). Nacido en Rancagua, se formó en el Taller de la Escuela de Bellas Artes de Valparaíso. En tanto músico, gestor de talleres y estampador, numerosas son las facetas que construyen sus creaciones. Él mismo describe su actividad, con cierto cinismo, en el catálogo de la muestra colectiva El Arte del Grabado en la Calle (1998): fríe metales en el patio de su casa y obtiene Beneficios. No obstante un factor común atraviesa su obra. Una idea de una vida que transcurre a su propio ritmo -el rock oscuro (los metales pesados)- como grandes mundos expresados,así un patio, en el pequeño e íntimo formato.



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