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El sueño imposible |
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escribe Antonio Parodi Buendía Anoche soñé que encontraba en el buzón del correo, el tan conocido y tenebroso sobre azul remitido por la empresa a los despedidos. Era de esperarse. La situación en el reino de BRÄNDTOMTEN, iba empeorando de manera alarmante: fuga de capitales, millones de desocupados, crisis monetaria, huelgas, corrupción generalizada, cambios climáticos abruptos, migraciones masivas. Entonces decidí irme pues de nada serviría buscar trabajo. Con tristeza comuniqué esta decisión a los familiares quienes la recibieron resignados; muchos de mis amigos también alistaban maletas. Mientras el avión recorría la pista, le decía adiós a mis recuerdos más gratos: el primer amor, los deportes invernales, las cacerías a través de los bosques cincelados en plata. Las costas se esfumaron a lo lejos. Al arribar a HUNTINGTONVIL, la fabulosa y ultramoderna capital de XANADÙ, el departamento de Migración, me formuló numerosas preguntas siendo cada palabra registrada al detalle; allí fuí interrogado tal cual un sospechoso y no como un inmigrante calificado. Ni siquiera se interesaron en verificar los diplomas y maestrías. El Estado de Xanadú, celoso de las infidencias industriales, pues había adquirido la totalidad de las patentes, sólo proporcionaba empleos de menor cuantía a los recién llegados. Para concluir, me preguntaron si había cometido algún delito y casi les respondo que mi único crimen era el no haber nacido en su país. Con otros compatriotas fuimos trasladados a un laboratorio en donde máquinas biofotónicas descifraron por completo nuestro ADN. El resultado fue inmediato y brutal: GNG-VE (Genes Non Gratos en Vías de Extinción). En segundos, nuestra pureza racial orgullo de los ancestros, se transmutó de virtud en estigma. Los frecuentes Tsunamis atmosféricos confirmaron que las razas mestizas eran las más resistentes para soportarlos y ciertos gobiernos deseaban preservar a sus habitantes de contaminaciones exógenas. De súbito, nos introdujeron microchips biosensores y se nos advirtió de que estaba absolutamente prohibido el mantener contacto con los nativos -salvo funcionarios- bajo penas gravísimas. Luego flanqueados por escoltas, se nos condujo a la Ciudadela EL NINGUNEADO TERMINAL, un enorme guetto, donde trabajaríamos en las Sección de Asepsia (vulgo aseo). Pasó el tiempo. Los escasos empleados estatales se burlaban de nuestra gran estatura, de las narices prominentes, de los rostros sin matices cromáticos; además, de ir siempre cubiertos con Chilabas, pues las temperaturas extremas vulneraban nuestras dermis sin melanina. También les causaba gracia cuando nos escuchaban comentar sobre las antiguas y ya inexistentes marcas Volvo, Mercedes Benz, Citroen, Chevrolet, mostrándonos los novísimos modelos TAO, Nasca, Simba, Kontiki, Kukulcán. Ante esta arrogancia recordaba un artículo publicado en cierta revista cuando mi país figuraba entre los líderes mundiales, artículo que no mereció mi atención en aquel momento: Si tu Dios es judío, Pero ya era tarde y el regreso, imposible; aparte de las crisis sociales, el clima convirtió a Brändtomten en glaciar y el reino volvióse un asilo sobreviviendo, gracias a las remesas de dinero remitidas desde afuera. Existía otro problema: los jóvenes de Xanadú, sentían por nosotros una inquina profunda, ya que sus mentores nos tenían como ejemplo a no seguir; decíanles que la indisciplina, el alcoholismo, la corrupción política, las ausencias laborales, el desinterés educativo, la falta de respeto hacia los mayores, el agnosticismo y neopaganismo habían dado al traste con nuestro WELTANSCHAUNG. De vez en cuando las autoridades permitían que la juventud ingresara al guetto a fin de mantener en práctica sus capacidades cinegéticas, persiguiéndonos y masacrándonos impunemente. Una noche, al salir de la fábrica después de la extenuante jornada, me topé con una banda de muchachos; éstos al divisarme empezaron a correr hacia mí dando alaridos de odio y blandiendo puñales. A pesar del pánico casi no podía escapar; una fuerza extraña me lo impedía y las botas de la horda aullante retumbaban en las callejuelas acercándose cada vez más hasta que desperté gritando, bañado en sudor..... la habitación permanecía en penunbras y el reloj marcaba los minutos como de costumbre. Di un suspiro de alivio. Aún bajo aquellas impresiones me dirigí a la cocina para prepararme un café. Al mirar el buzón del correo, vi un sobre azul. |
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