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08-Abril-2005

 

A propósito de Zur Dos/ Última poesía Latinoamericana
Antologar a voluntad

 

escribe Juan Cameron

Diversos intentos por antologar la mejor poesía de nuestro continente se han visto frustradas a partir de la década del ochenta. La causa no se debe al tamaño de la propuesta o a la falta de información solamente. En casi la totalidad de los casos es el desconocimiento a nivel estético o la voluntad de dictar cátedra sobre el punto, lo que induce a este fracaso que, en definitiva, perjudica al lector interesado en conocer sobre lo más actual en poesía.

Muchas veces, al menos eso espera el lector, una antología es la recopilación de los mejores textos de los más connotados autores agrupados en un discurso colectivo. Y, como tal presupuesto otorga desde ya el crédito de documento, esta selección conformará siempre un documento de época, establecido, vigente y certero. Pero no ocurre así; en la mayor parte de los casos se trata de imposiciones del antologador para ubicar a tales o cuales autores en una lista -y así desactualizar a otros- o por último, pero no menos significativo, para dar cuenta de su desconocimiento o de un muy débil gusto estético.

En esta época en que cualquier aficionado -o transcurrido por las aulas- se presenta como docto procurador de las artes -ya sea gestor, curador, comisario y/o artista- el desconfiado lector y el ingenuo espectador no saben si se encuentran frente a una obra de creación, una tomadura de pelo o un arranque de histeria individual. Visitar un museo de arte contemporáneo (el MAC de Valdivia por este otoño, v.gr.) es un riesgo tan significativo como justificar algún reciente «florilegio literario». El peligro es que estamos cayendo en una nueva retórica de lo eventual, en desmedro de lo permanente y válido que implica el humanismo.

Estas reflexiones nacen, precisamente, a partir de la reciente antología preparada por los poetas valdivianos Yanko González y Pedro Antonio Araya, Zur Dos/ Última Poesía Latinoamericana, publicada por Ediciones Paradiso, en Buenos Aires, el 2004. Allí se expone una treintena de autores latinoamericanos -olvidando a otros- cuyo vínculo principal es en apariencia cronológico (nacidos entre 1961 y 1975). En lo valórico, estamos ante un necesario y muy buen intento por fijar los nuevos nombres ante ese público expectante y silencioso de los lectores de poesía.

Para el egresado de la Universidad de Playa Ancha, Pablo Zamorano Delgado, debido a la falta de discursos aglutinantes que sobre todo en los sesenta agruparon a la poesía y a otras formas de expresión artística con una voluntad, compromiso y militancia que la poesía de los noventa en el mejor de los casos mira con escepticismo, a ésta le es más cercano el discurso publicitario, el argot, el habla popular, los ritmos masivos que un discurso que la aproxime a una clasificación generacional (ver: «Sobre antología Zur Dos», en memoria de prueba). Si bien los sesenta no significaron un absoluto en los términos allí propuestos, el postulante acierta en cuanto al extremo individualismo que estructura este libro en general.

Zur Dos continúa una línea ya señalada por Ramón Coté, en Diez de Ultramar, Presentación de la joven poesía latinoamericana, de Visor (Madrid, 1992) y Julio Ortega, en Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI. El Turno y la Transición, de Siglo XXI Editores (México, 2001), que intentan validar las promociones de los ochentas y noventas en el continente americano. Ambas, por cierto, nos pueden parecer parciales, tendenciosas y, sin embargo, reconocemos en ellas un alto valor referencial. La de Coté deja afuera, entre otros fundamentales, al argentino Jorge Alejandro Boccanera y a los costarricense Ana Istarú y José María Zonta, a parte de instalar a un par de innecesarios contribuyentes. La de Ortega -generosa en propuestas y aciertos- se presenta en cambio comprometida con la moda y el discurso capitalino -cualquiera sea el país- siempre asegurado por la engañosa publicidad.

Algo similar ocurre al enfrentarse con otros intentos en los que el voluntarismo y el desconocimiento inducen a un panorama equívoco. Las recopilaciones nacionales Antología de la poesía joven chilena, de Francisco Vejar (Editorial Universitaria, Santiago, 1999), definitivamente prescindible, Monstruos.

Antología de la poesía joven argentina, de Arturo Carrera (FCE, Buenos Aires, 2001) y Novísima poesía cubana, de Jorge Cabezas Miranda (1980-1998) (Ediciones del Colegio de España, Madrid) deben, por lo pronto, revisarse y cotejarse. Otras veces es la distancia la que nubla la visión; a vía de ejemplo, Entre piedra y océano/ Mellan sten och ocean, de Lasse Söderberg (Aula latina förlag, Malmö, 2003), acorta e incluye en demasía a partir de la Generación del 50 en Chile.

Algo similar sucede con Cantares/ nuevas voces de la poesía chilena, de Raúl Zurita (LOM Ediciones, Santiago, 2004). La discusión parece ya agotada e innecesaria. Zurita -podría decirse- incluye a la totalidad de los mejores representantes del género, desde Germán Carrasco a Claudio Gaete, y con eso cumple en lo esencial. Pero agrega a una corte de aparecidos poetitas, muchos inéditos y otros agobiantes cultores, cuya aparición defiende a sangre y fuego. Nuestro muy mencionado poeta hizo mal la tarea o se apresuró o, como en el caso anterior, firmó el trabajo de otro; pero Cantares no, definitivamente no.

Y en cuanto a Zur Dos

El trabajo de Yanko González y Pedro Antonio Araya integra a treinta jóvenes poetas del continente. No se trata, como podría interpretarse, de una antología general, sino que más bien está centrada en algunas tendencias que delimitan en el prólogo (Zurdos & reversas) y en las palabras finales (Zeigeist zurdo). Para Zamorano, en ello se evidencia una actitud de sospecha y desconocimiento hacia las tradiciones literarias del continente; se trata pues de autores cuya producción está más cercana a la precariedad del discurso local, al habla prosaica y a la referencialidad.

Las mayores contribuciones corresponden a Chile y Argentina, con seis autores cada uno, y Perú, con tres. Con dos poetas quedan representados Uruguay, Cuba, Costa Rica, México, Venezuela y República Dominicana. En tanto Bolivia, Ecuador y Nicaragua aportan con un autor cada uno.

Pero las estadísticas no dicen mucho. Para una recopilación suficiente se cuenta aquí con los nombres de Damaris Calderón, Jaime Luis Huenún, Germán Carrasco. Martín Gambarotta, Lorenzo Helguero, Edwin Madrid y Luis Chaves, cuyos aportes reunen a la vez la requerida calidad, la intensidad y la voluminosidad que toda obra exige para ser reconocida. Y unos pocos más.

Existe por cierto una suerte de línea argumental. Al darse cuenta de lo vasto y exitoso de la tradición literaria, los autores contemporáneos maduran la natural actitud parricida en una especie de nihilismo y constante ironía, a su vez herederos de otras tradiciones, reduciendo los estilos poéticos en una sola y personal manera de expresión, apreciándose en la mayoría de los casos un pastiche, en algunos mejor logrados que en otros, obviamente, concluye Zamorano Delgado.

Con todo -y a pesar de los innegables aportes (en los que se insiste) de las recopilaciones aquí mencionadas- numerosos intentos de escritura y de selección colectiva se inscriben en la estética de la instalación; y, para muchos, ésta no es otra sino un arte u oficio de entusiastas aficionados o, a lo más, de teóricos egresados de las universidades con ínfulas de pato del asado; eso.



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