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El Testigo de Jehová y la muerte |
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escribe Víctor Montoya El otro día, camino al atardecer, tocó el timbre de la puerta el Testigo de Jehová, quien se aparece en mi casa una vez por mes, Biblia en mano y maletín repleto de Atalayas. Cuando abrí la puerta, se me presentó con el mismo aspecto de siempre; la cara lisa como el poto de una guagua y la cabellera relamida hacia atrás, los zapatos brillantes y la ropa sencilla pero pulcra. No alcancé ni siquiera a saludarle cuando él, al verme con la facha de trasnochado y sintiendo mi tufo a tragos, dijo con voz pausada: Tienes la cara de alma en pena, mi hermano. Tú final está muy cerca, y justo ahora que esperamos el retorno de Jehová. Pero Dios te ama, así tengas un diablo metido en tu casa. No es el diablo le aclaré, sino el Tío de la mina. Da lo mismo dijo. El diablo es diablo en cualquiera de sus formas. Le hice pasar hasta la sala, donde nos sentamos en los sillones frente a frente. ¿Y ahora de qué me vas a hablar? pregunté bostezando como un hipopótamo. El Testigo de Jehová puso su maletín en el piso y la Biblia sobre sus muslos. Que tal si hablamos sobre la muerte propuso. Meta cumbia, pues repuse. Soy todo oídos. Él cruzó las manos sobre la Biblia, paseó su mirada por las paredes desnudas de la sala, carraspeó disimuladamente y dijo: Para empezar, quiero que sepas que por el pecado entró la muerte, y el origen del pecado se remonta a nuestros primeros padres, quienes, en un acto de soberbia, desobedecieron el mandato divino, comiendo la fruta prohibida del árbol de la ciencia del bien y del mal, que Satanás, pintado como una serpiente, les alcanzó en el paraíso terrenal, provocando la ira de Dios, quien los echó del Edén y los condenó a morir de viejos. Por eso se dice que por Adán y Eva entró el pecado pero también la muerte... ¡Qué hijos de... ! reaccioné. ¡Nos jodimos todos por su culpa! No digas groserías pidió con los ojos abiertos, casi desorbitados. Adán y Eva no tuvieron madre y en el Edén no hubo mujeres... Me quedé pensando un instante. Luego pregunté: ¿Entonces la muerte es una consecuencia del pecado? Así es. Lo confirman las Sagradas Escrituras. El Magisterio de la Iglesia enseña que por el pecado vino la muerte, y la muerte se transmitió a todos. Así el hombre poseyera una naturaleza mortal, el plan de Dios era que los habitantes de su reino tuvieran vida eterna. La muerte siempre fue contraria a los designios del Creador, pero Adán y Eva permitieron que los males se les filtre en el cuerpo y los transmitan a sus herederos. Cuando nacieron Abel y Caín, el castigo divino estaba consumado; la caridad se trocó en envidia, la humildad en soberbia, el amor en odio y la vida en muerte. ¿Me estás mamando o qué? repliqué reacomodándome en el sillón. Lo natural es que todo lo que tiene un principio esté condenado a tener un final. Nadie lo puede impedir, ni Dios ni el diablo. Todos moriremos tarde o temprano, pues si nos quedáramos eternamente vivos entre los vivos no habría espacio para quienes nacen cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. De no morir nadie, en el planeta habría más gente que tierra, agua y aire... El Testigo de Jehová abrió la Biblia, se pasó el dedo índice por la lengua y hojeó las páginas como quien busca en el diccionario una palabra desconocida. Se detuvo en el capítulo y el versículo requerido y, con la Biblia abierta ante sus ojos, dijo: Lo mejor será orar por ti, mi hermano. Quiero que llegues al Señor, que te entregues en sus brazos y te postres a sus pies. El Señor es grande, muy grande. Pero no me preguntes cuánto de grande exactamente, porque no sabría qué contestarte. ¡Es grande y listo! En el poder de la oración está la bendición y la salvación. Orar para alcanzar el reino de los cielos y la paz de los difuntos. La oración es la llave que abre el corazón de Cristo, es el viento que aviva la palabra de Dios y el arma que quebranta al enemigo representado por Satanás... Lo miré con el mismo escepticismo de otras veces. Mas como su convicción rayaba en el fanatismo, y a mí me daba lástima echarlo a puntapiés, no tuve más remedio que cargarme de paciencia y escucharle su sermón. El Testigo de Jehová cerró los ojos, junto las manos cerca de la nariz y rezó una plegaria dentro de la boca. Después abrió los ojos, abrió los labios, alzó la voz a un tono más alto y dijo: Si crees en Cristo, el poder de Dios se manifestará muy fuerte en tu corazón. Podrán haber terremotos sentimentales en tu vida, acechar las enfermedades y la muerte, pero el Señor te liberará de los males y santificará tu alma, siempre y cuando estés decidido a emprender una batalla espiritual contra el diablo que habita en tu casa. ¡¿Cómo?! exclamé parándolo en seco. ¿Quieres que emprenda una cruzada contra el Tío? Sí, mi hermano. El Tío es el enemigo de la humanidad y debe ser eliminado. Sólo los cobardes salen arrancando del diablo, sin enfrentarlo ni derrotarlo, mientras los valientes defienden a nuestro padre celestial y alcanzan el reino de los cielos. El Tío es la esperanza de los mineros le dije molesto. Él los protege de las enfermedades y los peligros. Él les concede los filones de estaño y les da el pan de cada día. ¡No es cierto! Es una mentira inventada por los dueños de la mina para mantenerlos en la ignorancia y la explotación! replicó. El Tío es el Lucifer de las tinieblas, el Satanás de los infiernos, el enemigo principal de Dios y el tentador de los humanos. Si los mineros le vuelven las espaldas al Tío, ¿quién les concederá lo que le piden con todo respeto y cariño? El Testigo de Jehová, creyendo que el diablo es un ser insensible como el hombre que tiene el alma de cántaro, se levantó del sillón de un salto, agitó las manos en el aire, levantó la mirada hacia el cielo y, con una expresión medio hilarante, dijo: ¡Dios es la creación y el diablo es la destrucción! Dios, sin ser como el genio encerrado en la lámpara de Aladino, escucha tus oraciones y te concede tus deseos. No en vano quien pide, recibe, y quien recibe, tiene alegría. Dios, a diferencia del diablo, no te da una serpiente en lugar de pez ni una piedra en lugar de pan. Si le pides una mujer a tu gusto y tamaño, pero una sola, es capaz de sacarte una costilla y de tu costilla hacer una que se subordine a tu autoridad, una que te sirva en la mesa y sea diestra en la cama. ¡Aleluya!... ¡Alabado sea el nombre del Señor!... Puros cuentos le dije, ahogando un bostezo a último momento. Esa cháchara no te lo cree ni un niño. El Testigo de Jehová levantó su maletín deprisa, puso la Biblia debajo del brazo y caminó en dirección a la puerta. Me estrechó la mano tan fuerte como pudo y, a tiempo de despedirse, afirmó: Volveré otro día con la palabra del Señor. Espero que entonces, en lugar de traerme dolores de cabeza, sigamos hablando sobre la muerte y no despotriques contra el Tío, un ser subterráneo que yo elegí como a compañero en mi libre albedrío. Que Dios te bendiga, mi hermano dijo bajando la mirada. Se volvió y salió hacia el portón que daba a la calle. |
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