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25-Marzo-2005

 

El poeta vuelve a su patria
Los Pactos de Becerra

 

escribe Juan Cameron

Casi un cuarto de siglo después reaparece el poeta Gustavo Adolfo Becerra. Su único libro hasta el momento, Pactos/ Hombre sentado junto a la montaña, fue entregado por la Editorial Costa Rica -país donde desarrolló un cargo diplomático- a mediados de 2003. Con él regresa a Chile después de una larga ausencia.

La última publicación registrada por Gustavo Adolfo Becerra corresponde al primer número de La Gota Pura, en octubre de 1981, bajo la dirección de Ramón Díaz Eterovic: Sólo queda ese ruido/ en las cercanías de Temuco,/ el estrepitoso entrar hacia la muerte. A Gustavo se le ubica junto a un grupo de poetas católicos de esa localidad sureña que allí nombra, quienes desarrollaban por entonces -en Santiago de Chile- una generosa acción en torno a la Vicaría de la Solidaridad.

El poeta, nacido en Carahue (o Nueva Imperial), en 1952, reaparece a la vuelta de un largo camino como Agregado Cultural de Chile para Centro América, con asiento en la ciudad de San José. Costa Rica. En esa capital estuvo al frente de nuestra legación tras la tragedia ocurrida a comienzos de 2004. Como es sabido, un guardia armado tomó el edificio y asesinó a tiros a tres funcionarios diplomáticos. Uno de ellos, Rocío Sariego, lo auxiliaba en las tareas de la celebración oficial del centenario de Neruda en la región y murió en la misma oficina del Agregado. Luego de algunos meses el poeta ha regresado a Chile.

Costa Rica mantiene una fuerte vinculación con Chile. Muchos son los profesores y los escritores formados en el país andino. De allí la singular recepción que tuvo el joven diplomático. La intensa actividad y su carácter -»simpático, un conversador de primera cuando se trata de hablar de arte», según Marta Leonor González de La Prensa, de Managua- le proporcionó una innegable popularidad entre los creadores.
A comienzos de este 2005 finaliza su misión. En su equipaje trae Pactos/ hombre sentado junto a la montaña, su única publicación hasta el momento, bajo el sello de la Editorial Costa Rica, entregada a mediados de 2003.

Pactos es un libro intenso, monumental. Sus sesenta extensos e informados poemas (con doscientos noventa notas a pie de página hacia el final del volumen) conforman una suerte de desmesura del silencio. Cada texto, aunque se sostenga por si mismo como norma del oficio, requiere de un conocimiento previo, de un continuo ir y volver hacia las notas, de la urgencia intelectual por conocer de las cosas que el autor trae a colación en su hilvanado discurso. No es un libro fácil; entretenido, sí. Pero está pensado para un lector inquieto, una suerte de cómplice en busca de placeres semánticos, nexos secretos, vasos comunicantes.

La sentido de universalidad impuesto por el pensamiento religioso determina la escritura de Becerra. Religión, por etimología, es la cuestión de todos, una disciplina humana que, para sus adeptos, abarcaría a todas las demás: filosofía, historia, teología literatura o como quiera llamarse la aventura humana. Esta idea de totalidad es fundamental en el poeta y se manifiesta en dos claros sentidos. En primer lugar, se trataría (en lo teórico) de una poesía hecha por la comunidad, por ese «todos», y por otro lado, el poeta utiliza en su escritura el conjunto de disciplinas a su disposición, las que en su mayoría caen en el ámbito de la ciencia.

Cristián Precht Bañados, Vicario para la Zona Sur del Arzobispado de Santiago, quien hace la presentación inicial del libro, observa ese yo colectivo y le da, justamente esa interpretación mística. Becerra, sin embargo, ha sostenido en forma privada que él es el vocero de un grupo de personas que se reúnen y piensan sobre determinadas materias; lo que no deja de ser, con todo, una metáfora.
De su araucanía natal el poeta conserva los símbolos. Las palabras -río, piedra, monte, nieve- cargan la oculta significación para acceder a su lector. La montaña se troca en el ara junto a la cual el poeta invoca; el río en cambio transcurre, ya lo dijo Manrique, y es cosa de hombres: Nunca vi a un Río tan legítimo, hermano de los pobres/ sus cabellos navegables/ destrenzaban las aguas y liberaban las piedras.

Hay un continuo rescate de la cosa y de su sombra, del instrumento y de su uso, del reflejo cultural en síntesis. El poeta costarricense José María Zonta lo describe, en el prólogo, en esta lograda imagen: La máquina de vapor junto al crisantemo, la lámpara de lectricidad junto al musgo: la ciencia al lado de la ternura.

Becerra, sin embargo, no evita la confrontación. A través de un proceso de montaje hace coincidir hechos y verdades de distintas fuentes para construir una denuncia: «Si el uranio (mal llamado empobrecido) tiene una vida/ media de «sólo» 4500 años, el plutonio tiene una vida media de 24.000 años (...) Vacas negras y blancas están pastando en el área contaminada (...) Nos os engañéis: siembra rayos de luz antes del ocaso». Pero ésta no tendrá eficacia a menos que la totalidad de aquellos -por quienes dice escribir- alcancen también la iluminación. Los pactos requieren, al menos, de una contra-parte que esté de acuerdo en su aplicación. Y ésta no puede estar representada por el único, solitario y triste lector.
Las 372 páginas de este hermoso y valioso objeto que es el libro de Becerra, encierran una lectura para los días venideros.



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