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Una nota de los sociólogos Diana Mulinari y Ruben Marín, donde analizan y critican la reciente propuesta de integración del Partido Liberal, a la que ven como una fórmula para que el de origen extranjero reprima a su semejante. |
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Estas últimas semanas los medios televisivos y sus formadores de opinión han hecho gala de la tan mentada objetividad periodística, mostrando una serie de programas donde se conecta de manera sistemática la categoría de migrante a la de criminal por un lado, y de abusador del Estado de Bienestar sueco por el otro. Al mismo tiempo, un partido con tradición liberal que pertenece al bloque burgués dentro del Parlamento, ha presentado una propuesta de integración cuyo objetivo central, según sus inspiradores, es disminuir el creciente racismo contra los migrantes. La propuesta ha sido rechazada por amplios sectores de la intelectualidad y del espectro político (incluidos miembros del mismo partido reconocidos por su trayectoria humanista), por su contenido altamente racista. Voces críticas se han alzado para señalar que la propuesta es de alto rasgo populista, recordando que una propuesta similar que limitaba el derecho a la ciudadanía exigiendo el dominio del idioma sueco, aumentó la popularidad del partido en las últimas elecciones. La propuesta, argumentan dichos sectores acerca a Suecia cada vez mas al imaginario xenofóbico que construye la Fortaleza Europa y que tiene su expresión más cercana en el vecino país de Dinamarca. A pesar de identificarnos plenamente con muchas de estas críticas, queremos en estas líneas subrayar que lo central en este debate no es si la propuesta del Partido Liberal(Fp), es o nó esencialmente racista en su contenido. Lo fundamental a nuestro juicio es identificar qué tipo de recursos retóricos construyen la base de una propuesta que corporiza una forma de hablar y de pensar al migrante, que implican una continuidad histórica con el colonialismo y el racismo por un lado, y con el autoritarismo neoconservador por el otro. Política y el recurso del otro La neoliberalización de la economía y la subordinación de la socialdemocracia gobernante a dicho proyecto, a producido serios desgastes en las formas de contención que históricamente el Estado de Bienestar ofrecía y ha ampliado los abismos sociales y económicos entre diferentes grupos de ciudadanos. En épocas de crisis, para evitar que las contradicciones sobre las cuales se construyen estas desigualdades aparezcan con mayor claridad, es decir para evitar que el desconcierto de tantos se articule como una crítica al poder y a quienes lo representan, es fundamental la producción de lo que el filósofo francés Etienne Balibar llamaría una explicación inmediata: un racismo cotidiano. El racismo cotidiano tiene su base fundamental en la construcción discursiva del otro y en la creación de modelos que reducen realidades muy complejas (sociales, económicas y culturales) a través de un sistema de embudo. Para decirlo de otra manera, el racismo cotidiano se basa en la construcción de un grupo otros diferente a nosotros a quienes atribuir todos los males que aquejan a los miembros de la sociedad. Se construye así una imagen del otro, como extraño, enemigo, subversivo, terrorista, criminal. La función de la categoría, como resultado esperado, es una construcción que valida y naturaliza/normaliza socialmente y subjetivamente abusos, estigmatizaciones, expulsiones y exterminios. Así, desde esa normalización se justifican todo tipo de condenas y atribuciones negativas en el otro, ya sea, estén puestas en su fisonomía o en su comportamiento. Activada social e intersubjetivamente la imagen con carácter de gran problema nacional, las asociaciones con atributos/cualidades negativas parecen incuestionables. Estas corrientes populistas y demagógicas, apelan a la imposición de imágenes en lo débil/sensible de las subjetividades ciudadanas con claras implicancias en sus efectos (conscientes e inconscientes), materializados en formas cotidianas de racismo y cuya densa trama cotidiana muchos migrantes padecen y vivencian: una demonización del migrante que se expresa en desaires y miradas desaprobadoras, señoras que aterrorizadas se aferran a sus carteras, así como también diversas exclusiones y discriminaciones en el mercado de trabajo. Produce también en muchos migrantes, insertos en sus prácticas sociales y laborales, una sensación de ser portadores de una potencial sospecha y culpabilidad de todos esos atributos exacerbados y magnificados por formadores de opinión y políticos. Esta construcción nos rememora y retrotrae, a nosotros latinoamericanos, a los años de dictaduras en donde la imagen del subversivo (puesta en jóvenes, estudiantes, pobladores, trabajadores, profesionales), producida por políticos representantes de las clases dominantes, transmitida por sus profesionales del periodismo y reproducida por cotidianos vecinos (cuya obediencia a la ley y quienes nos gobiernan), arrojó trágicos resultados. Los paralelos que trazamos entre la construcción del subversivo y la construcción del migrante no son de tipo literario. Abundante material histórico y sociológico muestran de manera convincente, que la construcción de una categoría de personas identificable dentro del imaginario público como esencialmente diferente, es el primer paso en procesos de desidentificación y de deshumanización, procesos que son centrales para legitimar la violencia simbólica (y física) que dicha categoría sufrirá, ya sea, en el nombre de la defensa de la patria o en defensa de la tolerancia antiracista, una tolerancia que según el partido liberal para ser ejercida necesita la construcción de un mundo basado en la diferencia entre ellos y nosotros, y también exige formas represivas efectivas para poder diferenciar dentro de la categoría de los otros, aquellos que podrán parecerse a nosotros y aquellos que son y serán fundamentalmente diferentes. Los otros: poder y exclusión Otro elemento importante en esta construcción práctico-discursiva del Partido Liberal es la utilización de la presencia de miembros de la categoría contra la cual las medidas se dirijen, en la legitimación de dichas políticas. La presencia de migrantes como voceros de una política excluyente/racista, de migrantes que argumentan desde su experiencia y con conocimiento de causa es una figura retórica históricamente repetida. La presencia de migrantes del grupo subordinado desarma la corporalización de la propuesta, es decir desmantela su conexión con los grupos que históricamente se han beneficiado con la explotación y la subordinación del grupo a subordinar. La presencia del otro legitimando el accionar dirigido contra el otro: la presencia de las mujeres defendiendo políticas sexistas, de obreros aplaudiendo el neoliberalismo, de ex-izquierdistas hablando en contra de la izquierda, cumplen un rol simbólico importante y necesario de analizar cuidadosamente. Es dificil saber si la presencia legitimadora del otro aminora el repudio de diversos sectores sociales, frente a lo que se consideran violentas violaciones de los derechos humanos. Pero es indudable que la utilización de la categoría de subordinados funciona a través de realizar el trabajo sucio. Dicha división del trabajo expone a los migrantes que corporalizan la propuesta a la crítica masiva y al odio cotidiano, al mismo tiempo que proteje a quienes históricamente se han privilegiado a través de prácticas racistas Por otro lado, el ataque permanente de estos migrantes contra la comunidad de migrantes les permite obtener un certificado de buena conducta, una especie de salvación individual, acorde a los tiempos del salvaje neoliberalismo. Los activistas e intelectuales anti-racistas tienen diferentes opiniones sobre qué es el racismo y cómo combatirlo. Pero no hay ninguna experiencia histórica en que el racismo se haya combatido a través de políticas sociales que diferencian negativamente a un grupo de personas del resto de los ciudadanos y que construyen a este grupo como la solución del problema. Cuando desde el Estado y sus instituciones se reglamenta la diferencia y se la convierte en el eje organizando los derechos de ciudadanía a través de jerarquías entre grupos, es importante subrayar que la amenaza no esta dirigida al otro que no es como yo, sino a las formas de solidaridad y democracia del tejido social en su conjunto. Así lo fundamental en la propuesta del Partido Liberal sueco está en dicha apertura, una apertura hecha a un grupo: que ha sufrido exclusión y discriminación estructural, una apertura hecha a una comunidad a quien se le ha negado el derecho de pertenecer. Hay, como en los cuentos de hadas una condición esencial para ser aceptado: participar activamente en el proceso represivo de diferenciar entre los que merecen pertenecer al conjunto de los que deben ser expulsados. La propuesta del Fp es articulada entonces, por extranjeros hacia otros extranjeros; los extranjeros decentes, para que se condene a los que dependen de la ayuda social obligándolos al trabajo forzoso. Para que se condene a los que han cometido actos ilegales a la pérdida de la ciudadanía y a la expulsión del país. En fin para que creamos que, si hacemos todo ésto seremos sino queridos, por lo menos tolerados. Es en este argumento donde la propuesta, pasa de cuento de hadas a pesadilla.
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