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Adiós a Gladys Marín |
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escribe Juan Cameron Muchas son las lecturas que nos deja el fenomenal funeral de la dirigente del Partido Comunista de Chile. Más allá de la emoción por las circunstancias de su partida, del respeto a su figura o a la consecuencia política que mantuvo hasta el final, es la presencia de la izquierda chilena la que copó las calles de la capital justo en el Día Internacional de la Mujer. La más grande concentración de público en Chile, más de treinta años se produjo en los funerales de Gladys Marín. Mayor aún que la convocada por el Papa Juan Pablo II hacia finales de la dictadura. Para Carabineros, la policía uniformada, al menos ciento ochenta mil personas se dieron cita en la marcha que el martes 8 de marzo acompañó los restos de la dirigente comunista hasta el Cementerio General de Santiago. Más de dos horas demoró el desfile de las columnas y fuentes cercanas a los organizadores, así como medios de prensa, elevan la cifra a más de medio millón de almas. Un funeral teñido de rojo cubrió la ciudad y detuvo su marcha en el Día Internacional de la Mujer. La ceremonia fúnebre -una de las mayores vistas en el país durante toda su historia- opacó las celebraciones oficiales, las que, en todo caso, se refirieron a la dirigente popular con moderación y respeto. Gladys Marín deja, para una inmensa mayoría, la imagen de una mujer luchadora, inteligente, honesta y consecuente con sus principios. Pero, por otro lado, el amor que se le tenía, por representar a la única opción posible ante la inhumanidad del sistema imperante, es una instancia que los observadores deben considerar con mucho cuidado. Es cierto que las circunstancias que envolvieron la larga agonía de Gladys Marín, contribuyeron a elevar su imagen al rango de heroína. Su decisión frente a la enfermedad, su reafirmación por la vida y por enfrentar cuanto ésta le exija, fue un manojo de elementos que golpeó con fuerza la conciencia ciudadana. Asimismo, la circunstancia de haber dejado a sus hijos en Chile, a quienes no pudo ver durante catorce años, la desaparición de su esposo y su primer exilio, constituyen condiciones que golpean la frágil fibra sentimental de cualquier madre, como un culebrón televisivo, con la fuerza de octubre de 1917. Elementos de análisis había; así como condiciones para explotar el lenguaje. Con todo, llamó la atención el sincero respeto expresado por políticos opositores, incluso de la extrema derecha. Sebastián Piñera, dirigente de Renovación Nacional y a la vez poderoso empresario, sostuvo que Marín fue una de las últimas representantes de una época en que la política era una cuestión de honor, y no la pequeñez que con bajeza se practica en la actualidad. En sus palabras había un escondido ataque a la Unión Democrática Independiente, el otro partido conservador del país, nacido al alero del ex dictador. A esa misma honestidad se refirió un ex general de Ejército, hoy director de la Fundación Pinochet, ante la televisión nacional. Y es de notar que el propio Presidente de la República, don Ricardo Lagos Escobar, entonó tímidamente y con emoción, algunos párrafos de La Internacional al momento de rendirle homenaje en el ex Congreso Nacional. La ciudad se tiñó de rojo; camisas, banderolas y pañuelos salpicaron la imagen colectiva. Pero el color que voluntariamente vistió esa inmensa cantidad de participantes representa algo más que el respeto y el amor hacia Gladys Marín. Es la voluntad de un pueblo, de una izquierda latente y poderosa que desea hacer acto de presencia y manifestarse ante el país a cara descubierta y con orgullo. En el agudo lenguaje político, que no por agudo resulta menos superficial que el cotidiano, se intenta bajar el perfil a esta demostración de fuerza. Para los medios de comunicación de la derecha -es decir casi todos- las circunstancias trágicas de su muerte, su entereza y su «consecuencia» son las causas que despertaron en la población la admiración y el deseo de acompañar a Gladys hasta la última morada. Es más, el término consecuencia fue repetido en todas y cada una de las entrevistas a personeros públicos. Ninguno de ellos habló del amor. Gladys Marín fue amada por su pueblo. Su memoria, de seguro, se convertirá en un hito necesario, en un mito popular. Pero ella construyó esa imagen en vida. Mucho antes de aparecer el tumor cerebral que le produjo la muerte, incluso en las luchas posteriores a la dictadura, la dirigente comunista participó en todas y en cada una de las jornadas reivindicativas y gremiales. Las detenciones, golpizas y agresiones policiales, la toma en que furiosa le menta la madre al gobierno de la Concertación, la defensa de los agredidos en la calle, alimentan la memoria colectiva. Pero eso no es todo; Gladys Marín estuvo presente siempre, y por eso se le recuerda. Fue Gladys Marín la primera persona que interpuso una acción judicial contra el hoy «perseguido» Augusto Pinochet. Fue Gladys Marín quien, en plena dictadura y en viviendo en la clandestinidad, apareció en público para denunciar la miseria moral del régimen. Fue ella quien, una y otra vez recorrió el país en cada campaña electoral, aún consciente de que, a causa de una arreglada ley de electoral, su partido jamás habría de obtener un solo escaño en el parlamento nacional. Con su alejamiento se cierra una etapa importante en la historia del Partido Comunista chileno. Pero el camino continúa. Lo cierto es que, a partir de este instante, renace con fuerza en la imagen del país una izquierda pujante, viva, que despierta impulsada por la emoción; pero también por la fuerza que da la lucha. Y ese es el mejor legado que nos deja Gladys Marín. |
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