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11-Marzo-2005

 

La discriminación femenina
comienza en la cuna

 

escribe Víctor Montoya

En varios países de Latinoamérica, Asia y África, el nacimiento de una niña está considerado como una desgracia o un castigo divino. El nacimiento de un niño, en cambio, es motivo de regocijo familiar. En países como Bolivia, donde muchos conservan todavía la idea de que los hombres están hechos para el trabajo y las mujeres para la cocina, los padres lamentan el nacimiento de su hija. No es casual que en algunas familias se siga challando (celebrando) el nacimiento de un varón y se siga lamentando el nacimiento de una niña: ¡Ah, esa chancleta, para qué sirve! ¡Qué se muera!.

Lo cierto es que, en toda sociedad patriarcal, se enseña a los niños, desde muy temprana edad, a valorar la virginidad y la belleza en las mujeres, y la virilidad e inteligencia en los hombres. Según los cuentos de hadas y princesas, la niña debe ser como Blancanieves o Cenicienta, hermosa y bondadosa, si quiere encontrar un príncipe azul, ya que si es una mujer emancipada, con derechos y libertades, corre el riesgo de parecerse a la bruja Amelia o a la reina con cabeza de cerdo, que exaltan la imagen de un ser repugnante por dentro y por fuera.

En las propagandas comerciales se representa el estereotipo clásico de la mujer, quien, además de ser joven y bella, debe saber asear la casa y ser diestra en la cocina. Las niñas deben jugar con muñecas y ayudar a sus madres en los quehaceres domésticos. Esta propaganda ideológica, lejos de estar reñida con el principio de que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre, discrimina a la mujer desde el instante en que la presenta como a un ser menos capaz e inteligente que el hombre.

En las propagandas comerciales, la mujer es presentada como un objeto de placer, para llamar la atención de los consumidores y despertar el erotismo masculino. En este contexto, la muñeca Barbie sigue representando a la jovencita feliz que pudo haber sido Miss Atlanta, y que, con su cabellera color platinado, se convirtió en el paradigma que envidian todas las niñas del mundo. La misma palabra Barbie sirve para designar a un prototipo de mujer especial: piernas larguísimas, cintura de avispa, senos prominentes, ojos azules, pelo rubio y sonrisa perpetua.

La mayoría de las mujeres están entrenadas para la resignación y el sometimiento. Se las obliga a quedarse en el hogar para cuidar a los hermanos menores, para ayudar en las labores domésticas, del campo y en el comercio informal. Es decir, las desventajas y la discriminación de la mujer comienzan en la cuna. En el área rural, ellas asisten menos que los varones a la escuela, dejan de educarse a muy temprana edad y, consiguientemente, constituyen la mayor tasa de analfabetismo.

Las niñas son los seres más despreciados en muchas culturas. Así, en las naciones dominadas por el Islam, la mujer está considerada como ciudadana de segunda categoría. Según una de las aleluyas del Corán, los hombres tienen autoridad sobre ellas, en virtud de la preferencia que Alá concedió a unos más que a otros. Los hombres no sólo controlan la procreación de hijos mediante el cuerpo de la mujer, sino que, a su vez, ejercen una actitud extremadamente violenta ante el adulterio femenino, que incluye la lapidación, el código de honor y el linchamiento.

El control de nacimiento se deja en manos del marido (en el ámbito rural chino, el marido puede aceptar o rechazar al recién nacido, que puede ser abandonado o muerto, sobre todo, si se trata de una niña). Práctica que era común en la antigua Grecia y Esparta, donde en épocas de guerra, los padres se veían obligados a desembarazarse de todo retoño que necesitaba minuciosos cuidados, y que, siendo un estorbo en la batalla o la huida, no permitía ventajas para el porvenir. De modo que las niñas, consideradas un impedimento, eran eliminadas apenas nacían, dejando sólo a un pequeño grupo que se distinguía por su vigor extraordinario para la reproducción de la especie.

En algunos países asiáticos existe una regla admitida para frenar el crecimiento de la población rural: todas las mujeres que esperen más de un hijo deben abortar o ser esterilizadas. Si el primer hijo es una niña, la pareja puede tener un segundo hijo; si el segundo hijo más es una niña, puede tener opción a un tercero, pero pagando una multa; de lo contrario, se aplican medidas coercitivas de acuerdo al sistema de planificación familiar en vigencia, así este sistema de planificación neomalthusiano sea una clara violación a los Derechos Humanos y una discriminación abierta contra la mujer.

En la India, siguiendo las costumbres atávicas, un padre casa a su hija en un matrimonio de conveniencia, previo acuerdo y desembolso de una dote sustanciosa. Si los padres de la novia no satisfacen la demanda, simplemente queman viva a la novia. Y, aun estando prohibido oficialmente este tipo de enlace matrimonial, el 80% de los casamientos se efectúa sobre la base de un pago en dinero o especie.
En la comunidad de los guijars, en pleno corazón de la India, se mantiene intacta la costumbre de prometer a las niñas apenas nacen y celebrar la boda justo cuando éstas están en la edad de jugar y disfrutar de la vida. Las pequeñas novias alimentan la tradición ajenas a lo que significan los compromisos que sus familias han decidido por ellas. La boda se celebra tras rituales y ceremonias que pueden prolongarse varios días, sin que las niñas hayan terminado de jugar ni hayan visto siquiera la cara del novio.

En el ámbito rural se dan casos extremos como las niñas viudas, pequeñas prometidas en matrimonio desde la infancia que, al morir el novio antes o después de la boda, están condenadas a permanecer en viudedad por el resto de sus días. Otro caso es el de las niñas envenenadas, porque no tienen futuro como mujeres ni esposas, mucho menos como esposas, cuando se piensa que en la población más pobre de la India y Bangladesh se debe pagar una dote para encontrar marido; realidad que nos trasmonta a las prácticas matrimoniales de la Edad Media, donde el matrimonio no se decidía por amor sino por conveniencia.

En los albores del nuevo milenio siguen siendo muchas las barreras que dificultan el desarrollo y el respeto de los Derechos Humanos de las niñas. Sin ir muy lejos, en algunas regiones del continente africano, millones de niñas y adultas han sido circuncidadas mediante la ablación del clítoris y la infibulación; una forma de violación contra la dignidad de la mujer, consistente en extirpar de cuajo el clítoris y los labios menores, para luego coser la vulva hasta no dejarles sino un pequeño orificio que les permita menstruar y expeler la orina. Asimismo, para evitar el ayuntamiento carnal antes del matrimonio, colocan un elemento extraño en la parte exterior del orificio vaginal. En algunas tribus atraviesan transversalmente los labios mayores con espinas, las mismas que deben ser extraídas sólo por el marido la noche de la boda, como un acto ritual de posesión masculina.

La circuncisión realizada sin anestesia y con cualquier instrumento rudimentario, que va desde un cuchillo de cocina hasta un pedazo de vidrio, se ejerce en niñas recién nacidas o en púberes que acaban de tener su primer flujo menstrual, como una forma, según refieren las creencias ancestrales, de establecer un pacto con los dioses y asegurar la inmortalidad. Empero, la circuncisión, que provoca traumas psicológicos y complicaciones posteriores, no tiene otra finalidad que impedir el goce sexual de la mujer y el ejercicio de sus derechos más elementales; más aún, cuando existen sociedades tribales donde la mujer deber ser sometida a dolorosas experiencias para garantizar su lealtad al hombre y la colectividad, para tener una identidad y cumplir un rol social que le permita ser considerada buena mujer, esposa y madre.

Estos son algunos ejemplos que nos permiten afirmar la idea de que la discriminación de la mujer comienza en la cuna y, lo que es peor, se prolonga a lo largo de su vida.



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