|
||||||
El vuelco histórico |
||||||
escribe Gutemberg Charquero No hay antecedentes en la historia de nuestro país, y podría decirse de América Latina si se exceptúa el hito de la Revolución Cubana, de un cambio de gobierno que haya suscitado una esperanza colectiva tan intensa como la que experimenta el pueblo uruguayo con el advenimiento del nuevo gobierno que lidera Tabaré Vázquez. Si bien este acontecimiento se inserta en el cuadro de cambios producidos en años recientes en el mapa político y social del continente latinoamericano, presenta en nuestro país algunos rasgos específicos que confirman una vez más la diversidad en la unidad, de la América al sur del río Bravo. Duramente perseguidos por la dictadura cívico-militar que instauró el terrorismo de Estado entre 1973 y 1985, los militantes del FA, empezando por su presidente y co-fundador, el general Líber Seregni, sufrieron cárcel, destierro y muerte. Hay una larga lista de nombres de asesinados, "desaparecidos", sobrevivientes de la cárcel y la tortura, que con su entrega hicieron posible la alegría y las esperanzas de hoy. Ni el terror de Estado, ni la dictadura del mercado que aplicaron las democracias electorales y tuteladas que le siguieron, lograron conquistar base social alguna. Uno de los hechos más estimulantes de todo este proceso es que los niños que se formaron bajo la dictadura, constituyen hoy la columna vertebral del movimiento popular que hizo posible esta victoria. Miles de ellos se vieron obligados a una segunda ola de exilio, cuando sus esperanzas de poder vivir, estudiar y trabajar en su país, quedaron frustradas por la gestión de los gobiernos que siguieron a la dictadura militar. Los que se quedaron vivieron con amargura y frustración la mayor violación de los derechos humanos que es la miseria, unida a la corrupción de los gobernantes y a la entrega del patrimonio y la soberanía del país. La política neoliberal que aplicaron sumisamente dichos gobiernos, como la democracia "made in USA" que el imperio "amenaza" con exportar al resto del mundo a fuerza de misiles, con más fracasos que éxitos hasta ahora si se piensa en lo que sucede en Irak, no tiene destino en América Latina, ni en el planeta si es que este habrá de sobrevivir. Nadie dentro de los votantes del gobierno progresista espera milagros, ni mejoras espectaculares de su situación en el corto plazo. Saben que heredan un país fundido y saqueado y saben también que el sistema global neoconservador que lidera Estados Unidos y el mundo rico, procurará seguir esquilmando a los países más débiles. Pero esperan y están convencidos de que: 1) no habrá corrupción y que cuando aparezca un corrupto (no todos los buenos están de un lado y los malos de otro) será sancionado como corresponde; 2) saben que existe una decidida voluntad de encarar los problemas sociales más agudos como una prioridad, con criterio de justicia y no de beneficencia, y 3) que la política exterior del gobierno no será de entrega sino digna y soberana, atendiendo a los intereses del país y de los países hermanos del Continente. No se ha insistido lo suficiente en el papel funesto que han jugado los cómplices y/o mercenarios al servicio del imperio, en la historia de los países latinoamericanos desde su independencia. La palabras de Carlos Quijano "El enemigo es el imperio" siguen siendo hoy tan válidas como entonces. Ningún país de América Latina representa directa o indirectamente peligro alguno para la seguridad de Estados Unidos. Al margen del candente debate teórico sobre los plazos en que la decadencia del imperio entrará en una etapa crítica, y pese al descalabro en Irak, y a otros descalabros anunciados por el presidente Bush en su curiosa cruzada "por la libertad", lo cierto es que el nuevo mapa político latinoamericano alimenta justificadamente nuestras esperanzas de la misma manera que inquieta a los halcones de la Casa Blanca. Las agresiones contra Cuba, comerciales, propagandísticas y de apoyo financiero y logístico a grupos que pretenden destruir la revolución, no cesan. La Venezuela bolivariana, ha ingresado en la órbita del "mal" desde que la supercorrupta oligarquía venezolana, fue desalojada del poder con las armas de la democracia, el voto popular. Pero la democracia permanentemente invocada por el neoliberalismo, parece que es válida, solamente cuando gana la derecha. De ahí que tantos demócratas, entre ellos el disidente cubano Oswaldo Payá, apoyaran la conspiración contra el gobierno de Chávez. Contra la política de fragmentación, práctica habitual de todos los imperios que en el mundo han sido, aplicada sistemáticamente en el continente americano por Estados Unidos, la única posibilidad de salvación radica en la unidad de los pueblos y gobiernos. Mucho más para un país pequeño como Uruguay. Una unidad que no está marcada por el "antiamericanismo" como aviesamente lo presentan los medios del sistema, sino que simplemente defienden su derecho a existir dignamente, sin tutelas ni intromisiones externas. Una aspiración irrenunciable en un mundo regido por el derecho internacional. El nuevo gobierno uruguayo, estará en esa tesitura, lo afirmó con serenidad y firmeza el presidente Vázquez en su discurso de investidura, con el respaldo mayoritario del Parlamento y de la población. Tendrá en su contra a la elite oligárquica castigada en las urnas, que cuenta con poderosos apoyos internos y externos en su tarea de sabotear una democracia que intentará ser auténtica. Nada va a ser fácil y mucho menos perfecto. Pero la ciudadanía, incluso los honestos ciudadanos que han votado a los partidos tradicionales, comprenderán que un nuevo estilo de gobierno se ha instalado en el país. Muy posiblemente para durar. Si la esperanza es grande no lo es menos la responsabilidad de los que simbolizan esa esperanza. |
||||||
|
||||||
|