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Un humorista muy cáustico |
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escribe Juan Cameron Desmedido y brutal, Fernando Vallejo entrega en Mi hermano el alcalde, una visión desesperada de su Colombia actual. Nacido en el barrio de Envigado, en Medellín, Vallejo se convierte en un cronista fundamental de su época, aquel quien grita con la única voz silenciada por todos: la de la verdad. Alguna vez Vallejo dijo que no escribía más, que lo ha hecho por fastidiar a los otros, por llenar el aburrimiento y que está hastiado de la literatura y de la vida. Sin embargo ha poco, en mayo anterior, Alfaguara entregó su más reciente novela, Mi hermano el alcalde, una sátira feroz al sistema político económico que rige a su país y, mal que nos pese, a todo este continente. Poseedor de un cinismo desopilante, el narrador colombiano se dio el lujo de leer un durísimo discurso -El monstruo bicéfalo- ante el vicepresidente de la República, en el primer Congreso de Escritores Colombianos, el 30 de septiembre de 1998. En su alocución, en el Auditorio Comfama de su ciudad natal, sostuvo que «en uso de esa libertad espléndida que me confiere» Colombia, que a nadie calla, me dirijo a ustedes esta noche aprovechando que todavía estoy vivo. ¡Y que se callen los muertos!» Ese monstruo bicéfalo no es otro sino el jueguito liberal conservador que domina a su país, una hidra acompañada ahora de nuevas cabezas: la guerrilla, los paramilitares, el narcotráfico. Hay que leer a Vallejo -la totalidad de sus obras- para captar el fenomenal amor a lo suyo, esa tierna esperanza por su patria escondida muy abajo, tras esa máscara de risa y de odio. «En medio de su dolor y su tragedia Colombia es alucinante, deslumbrante, única», concluyó en su discurso de Comfama. «Por ello existo, por ella soy escritor. Porque Colombia con sus ambiciones, con sus ilusiones, con sus sueños, con sus locuras, con sus desmesuras me encendió el alma y me empujó a escribir». Su posición, casi suicida frente a la omnipotencia de quienes alude, lo ha hecho reconocido entre sus pares tanto como su estilo preciso, claro y de pulcro uso del lenguaje. Ameno, sarcástico, cáustico, son adjetivos repetidos ya en los comentarios sobre sus libros. Mi hermano el alcalde La más reciente novela de Vallejo reúne los elementos indicados y señala su posición política tal como La Virgen de los sicarios ocupa la cuestión de la delincuencia y el narcotráfico en Antioquia. La política colombiana giraba en torno al café en un pasado remoto. Al menos, así lo sostiene el novelista: «Café, el de Colombia. Y la coca. ¿Sabe lo que hay que cultivar en plantas y sudar en sangre para sacar un kilo de coca? (...) Hoy pretenden sacarnos del mercado y desplazarnos con las anfetaminas, que son químicos. La cocaína es un producto natural, una droga de selección para clientes finos. Es el champaña de las drogas, ¿o no?» En ese mundillo de miseria moral, en un pueblo llamado Tamesis, como el río londinense -en el departamento de Caldas o en el de Antioquia- transcurre la historia del alcalde y de su hermano. El ángel bueno y el ángel malo se oponen en el relato. Uno, el sujeto, intenta construir a pesar del derrumbe de la civilización y el otro, el que narra, supuestamente se ríe de los afanes de este idealista. Muertos por mano propia, ajena o enfermedad, que votan, frailes tramposos, un concejo municipal de pelafustanes no pueden con este alcalde, Carlos, quien durante sus cuatro años de mandato construye instituciones, repara escuelas, orna el pueblo y, sobre todo, cree. Esto, a pesar del escepticismo del novelista frente a la conducta traicionera, oportunista y desquiciada de sus gobernados. Pero el autor se justifica; los protagonistas, confiesa, se le escapan: «Aquí los deslenguados son los personajes. Yo los echo a andar y ellos se van; les doy cuerda y hablan; los junto y copulan. Empiezo haciendo lo que quiero con ellos y acaban haciendo lo que quieren conmigo. ¡Qué culpa tengo yo de sus desmanes! Eso sería como echarle en cara a Dios las fechorías de Atila». Como bien apunta John Jairo Galán, su obra se hace parte de esa tradición contestaria, tan propia de la intelectualidad antioqueña, que incluye nombres como los de Porfirio Barba Jacob, Fernando González y los nadaístas, con Gonzalo Arango a la cabeza. De este modo y paso a paso, Vallejo se ha ido convirtiendo en un novelista fundamental en la nueva narrativa colombiana. Nacido el 24 de octubre de 1942, cursó Filosofía y Letras en Bogotá e hizo estudios cinematográficos en Cinecittà, Roma. Su saga autobiográfica El río del tiempo, contiene seis entregas hasta el momento: Los días azules (1985), El fuego secreto (1987), Los caminos a Roma (1988), Años de indulgencia (1989), El mensajero (1991) y Entre fantasmas (1993). Le siguen las novelas La Virgen de los sicarios (1994), El desbarrancadero (2001), La rambla paralela (2002) y esta reciente Mi hermano el alcalde (2004). Logoi (1983), su primer libro, se aboca a la gramática del lenguaje literario; en ensayo ha publicado, además, Barba Jacob, el mensajero (1985) y Tautología darwinista (2002). Como cineasta ha escrito y dirigido Crónica roja (1987) y En la tormenta (1980), ambas producciones en México y referidas a la violencia en su país. |
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