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21-Enero-2005

 

Reciente novela de Hernán Rivera Letelier
Canción para caminar sobre las aguas

 

escribe Juan Cameron

La sexta novela del escritor chileno Hernán Rivera Letelier fue presentada esta semana en la Feria del Libro de Viña del Mar. Con el mismo lenguaje irónico de sus anteriores trabajos, el autor narra el viaje de un grupo de hippies, desde el norte hacia la capital, a pocos días del golpe militar de 1973.

Hernán Rivera Letelier nació en Talca, en 1950, pero toda su vida transcurre en el norte chileno, en los yacimientos mineros, y de este medio extrae la mayor parte de su producción literaria. Hace ya una década, en 1994, su novela La reina Isabel cantaba rancheras, lo hizo conocido y admirado. Desde entonces otros cinco volúmenes en narrativa lo han mantenido en la atención pública. Estos son las novelas Himno del ángel parado en una pata (1996) -que obtuviera, al igual que la anterior el Premio del Consejo Nacional del libro y la Lectura- Fatamorgana de amor con banda de música (1998), Los trenes van al purgatorio (2000), Santa María de las flores negras (2002) y recientemente Canción para caminar sobre las aguas (2004). Difundido, traducido y premiado, y también nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el gobierno francés, el año 2001, Rivera Letelier es autor además de otros libros en los géneros de cuento y poesía.

En Canción para caminar sobre las aguas el autor repite varios de sus recursos estilísticos -cierta visión caricaturesca de los hechos, personajes arrancados de la comedia del arte, el escenario del desierto y el viaje como eje de los acontecimientos- aunque deja de lado la cuestión minera para relatarnos la aventura de un grupo de hippies en los días previos al golpe militar de 1973.

Pero estos personajes son pertinentes a su galería carnavalesca de la que extrae derrotados para señalarlos como santos civiles y modelos libertarios. Los hippies de esta historia, Brando Taberna, Cristo Pérez y Jerónima Monroe, a quienes se agrega la figura del ratón Joe di Maggio, corresponden a esos fugitivos, adivinas o bufones en Los trenes van al purgatorio o a las asiladas en La Reina Isabel o a los amorosos seres de Fatamorgana. Se trata de seres traslucidos dibujados con esa tierna ironía y el sesgo de comicidad que, después de todo, no es sino la confirmación de su rebeldía original.

Esta imagen de carnaval no es nueva en la literatura del continente. Brasil la aporta con la obra de Jorge Amado y otros autores y una buena introducción al respecto hace el colombiano Ramón Illam Bacca, de forma expresa en su más reciente novela, Disfrázate como quieras. De tal forma que éste pareciera ser el escenario donde mejor se maneja Rivera Letelier.

En su reciente trabajo es la Fiesta de la Tirana el motivo que permite a su escritura esta forma carnavalesca donde el significado se encuentra a plenitud. En el siguiente párrafo permite a su imaginación jugar con las máscaras del lenguaje para abusar, incluso, de las posibilidades que la connotación otorga de manera inmediata: de manera que en algunos de los árboles se podía ver a un oso fornicando con una gitana; en otro a un chino gozando con un hada vestida de blanco (la varita apoyada en el árbol), y en el de más allá a un diablo enroscado en los brazos ardientes de una india piel roja, con pintura de guerra, penacho de plumas y todo. La descripción de los elementos del encuadre, Con cierta pretendida y encomillada objetividad, realza la condición del absurdo y subvierte el orden «real» de las cosas sobre este mundo.

La idea del viaje es casi una constante en la novelística del autor nortino; está en Los trenes, en Santa María de las Flores Negras, en otros relatos. Se trata de un peregrinar en busca de algo, de una errancia casi perpetua. En Canción para caminar, este viaje transcurre en torno a sus personajes. Sólo que en este caso el eje histórico cobra velocidad y los acontecimientos y avatares que a ellos los tocan, salen poco a poco disparados por esta fuerza centrífuga. Al adquirir la máxima velocidad el carrusel se desbanda; los protagonistas se esfuman más allá de la página y el narrador principal, el único, queda pegado a ese centro imaginario.

Existe en este trabajo un valor extraliterario que es preciso destacar. A muchos lectores puede fastidiarles la relación de los hechos. Sin que Rivera necesariamente tome partido -aunque es evidente que así lo hace- el análisis de los acontecimientos que produjeron el golpe de Estado del 73 es de sobra objetivo. Y, aunque por un lado, sus personajes parecen no estar comprometidos con las fuerzas que van a inducir el desbaratamiento final (asunto que también molesta a otro grupo de lectores) el montaje de las situaciones descalifica las falacias en torno a la revisión del gobierno de la Unidad Popular y su posterior caída.

Y acá se hace necesario, además, sostener otro lugar común. Y es el de que toda escritura se realiza al revés: desde la idea prima hacia la anécdota que la produce o justifica como texto. Porque una novela es, por un lado, un discurso continuo y por otro, un expediente que reconstruye el recurso de la imaginación. Y en este caso, la definición de un golpe, imagen que cierra el libro y motiva al autor a su escritura, resulta absoluta e innegablemente lograda.



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