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Suecia intenta asimilar |
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escribe Ricardo Moreno Los suecos se aprestan a adaptarse a convivir con el dolor causado por la tragedia de sus compatriotas en Tailandia y demás países de la región asiática, al tiempo que crecen las críticas hacia la actuación del gobierno. El domingo el Rey Carlos Gustavo, en una extensa entrevista realizada por el diario Dagens Nyheter, se sumó a ellas, revelando que las autoridades le informaron oficialmente de la tragedia, dos días después de ocurrida y que sus intentos de contactar a responsables del ministerio de Exteriores, en las horas siguientes a las primeras noticias, habían sido infructuosas. Sucede a menudo aquí en Suecia, dijo el rey, que nadie se atreve a asumir responsabilidades. Desde el asesinato de Olof Palme en 1986 , los suecos no habían experimentado una sensación de trauma nacional como la que están viviendo en estos días. y que seguramente seguirá pensando en la conciencia colectiva por largo tiempo. Si en aquella oportunidad se dijo que Suecia había perdido la inocencia, ahora puede afirmarse que ha perdido la seguridad. Una seguridad en la que los suecos han vivido instalados desde la cuna convencidos de que nada podría alterarla de manera sustancial. De ahí que rara vez son presas del pánico, ya sea cuando un colapso de la energía los sorprende en un ascensor que se detuvo entre dos pisos o cuando el esquiador siente crujir la capa de hielo bajo sus pies y queda sumergido en el agua helada. Todavía no han asumido que la globalización, para bien y para mal, es un fenómeno universal que no deja paraísos ni ínsulas a cubierto de calamidades, naturales o sociales. Podría afirmarse, generalizando, que Suecia no ha actualizado la imagen que tiene de sí, que cada vez más se aleja del modelo que la enorgulleció y le hizo ganar reconocimiento universal. No es extraño entonces que la tragedia que los sorprendió en un paraíso de vacaciones que habían adoptado como preferido desde hace algo más de una década, los haya abrumado. No hay grandes demostraciones de pesar y ni siquiera en los testimonios personales de la tragedia, hijos, esposos, hermanos engullidos por las olas gigantescas, exteriorizan su dolor abiertamente. La adversidad de la tragedia golpeó al país en dos frentes: en el lugar donde se produjo, particularmente Khao Lak, Tailandia donde se alojaba la mayoría de sus compatriotas, y en la retaguardia a miles de kilómetros, en la nunca tan añorada fortaleza de seguridad, donde la angustiosa incertidumbre sobre la suerte de su seres queridos, ha sometido a dura prueba su modo de ser. Para un observador extranjero no resultaría fácil deducir ese estado colectivo. Un día después del desastre, cuando todavía las informaciones no habían trasmitido toda su dimensión, las ciudades mostraban su ritmo habitual y el ajetreo consumista, acentuado hasta el delirio en las navidades y días siguientes resultaba chocante. Pero la tragedia aparece en cualquier conversación, aun entre desconocidos. Un triste retorno no imaginado Con el arribo del avión Hercules al aeropuerto de Arlanda en Estocolmo en la madrugada del pasado miércoles 5 transportando los restos de las primeras víctimas, Suecia asumió en plenitud la realidad de lo que hasta ese momento se vivía como un mal sueño.Una treintena de familiares, de luto rigurosos y ramos de flores en sus manos, aguardaba un retorno que nunca imaginaron tan triste. Junto a ellos, en una muestra de solidaridad no exenta de sentimientos de culpa -las críticas a la actuación de las autoridades en los dos frente donde transcurre la catástrofe han sido muy duras -estaban el primer ministro Göran Persson, el presidente del Parlamento, Björn von Sidow, el arzobispo KG Hammar y la familia real en pleno. La princesa Victoria incluida que, en los días inmediatos al fatídico 26 de diciembre no interrumpió sus vacaciones privadas en Kenya lo que había causado extrañeza. No hubo discursos porque tras cuatro horas de retraso con que arribó el avión nadie quería prolongar la ceremonia y porque las palabras habían perdido razón de ser. Cada familia se hizo cargo de su muerto personal y se perdió en las sombras de una de las noches más tristes de la historia de Suecia. Para los directamente tocados por la tragedia comienza ahora otra etapa en la que sólo cabe apostar al curso imparable de la vida y de los días, para mitigar el dolor. Yo he recibido una segunda vida que intentaré utilizar dice Stig Werkelin, 43 años, que perdió a su mujer, Ulrika, de 41 y a sus dos hijos, Charlie y Max de 5 y 4 años respectivamente. Tengo miedo de regresar a casaagrega, pero pienso volver alguna vez en el futuro a sentir la alegría, talvez tener algún otro hijo y cuando sea lo suficientemente grande le contaré de Ulrika, Charlie y Max) Para algunos se ha cerrado al menos la etapa angustiosa de la incertidumbre. Otros, cumplidas dos semanas de la catástrofe siguen aferrado a una esperanza que cada dia se debilita más. El caos que empieza amainar en el frente de la catástrofe, sigue instalado en la retaguardia. Nadie puede manejar cifras con certeza. Sin duda que la dimensión de la catástrofe tanto como su imprevisibilidad puede justificar desajustes en los primeros momentos, pero no dos semanas después. La credibilidad en la autoridad que en los suecos es un idea asumida desde la cuna, ha sufrido un nuevo y duro revés. No es de extrañar, que la heroína de estos días haya sido Lottie Knutson, de 40 años jefa de información de una empresa de viajes, que se define a sí misma como una simple madre de tres pequeños niños, que se instaló en su oficina de Estocolmo apenas fue informada de lo que pasaba, captó la gravedad de los hechos y adoptó las medidas inmediatas para socorrer a sus clientes que en esos momentos eran, más que clientes, personas en situación de extremo riesgo. Ante la inoperancia burocrática del gobierno y de la ministro de Asuntos Exteriores, Laila Freidval, que esa tarde, ya enterada del siniestro había concurrido a una función de teatro, la figura de Lottie Knutson, que además tiene el don de trasmitir sinceridad y sentido común en sus palabras, se convirtió en la única fuente creíble para los miles de angustiados familiares. Más allá de las motivaciones políticas subyacentes en las críticas, por parte de quienes seguramente habrían encargado a empresas privadas las tareas de búsqueda de supervivientes, un sentimiento generalizado de descreimiento en los poderes establecidos parece haber ahondado la distancia entre estos y los ciudadanos. Los cadáveres continuarán llegando, poco a poco, las ceremonias oficiales en recuerdo de las víctimas y en solidaridad con los familiares continuarán. Y los problemas burocráticos de los desaparecidos que probablemente no aparecerán pero a los que seguirán llegando facturas, el aviso conminatorio de que alguna no ha sido pagada en tiempo, el sentimiento de estar viuda o huérfano, sin saber con absoluta certeza que lo está, se sumarán a la pesada carga que abruma a los familiares. Esta semana los alumnos de la mayoría de las escuelas retornaron a clase y encontraron muchos bancos vacíos. En muchos lugares de trabajo, habrá una ausencia, un compañero de tareas, el familiar de un compañero o simplemente el amigo de un compañero. Todos ellos ocuparán en silencio un espacio en el recuerdo. Entretanto las empresas de viaje publicaban este fin de semana amplios anuncios en la prensa en los que tras solidarizarse con el dolor de las víctimas, anuncian que el próximo mes de febrero reiniciarán sus viajes al paraíso destruido. Piensan que es esta su mejor contribución para con sus habitantes, que han dado muestras de una solidaridad sin límites. Como sólo la tienen los que nada tienen.
Joven chilena y su esposo fallecen en Tailandia |
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