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31-Diciembre-2004

 

Entrevista con Mario Romero, poeta argentino
Siempre es lindo volver a Santa Cruz

 

escribe Víctor Montoya

Mario Romero, ex redactor de El Mundo y encargado de la Sección Cultural desde su fundación hasta diciembre de 1980, recuerda en una cafetería de Estocolmo a Santa Cruz, sus poetas y su gente.

Me reconocerás por mi aspecto de latinoamericano, tirado a hindú, me dijo por teléfono con un inconfundible acento tucumano. A las cinco de la tarde, exacto como para desmentir la impuntualidad latina, descendió del metro, con una bufanda liada al cuello y un poemario debajo del brazo. Nos saludamos como si fuésemos viejos amigos y caminamos rumbo a la Casa de la Cultura, desde cuyas ventanas se podían contemplar las sombras de los edificios arrastrándose por el asfalto y el tránsito ordenado y sistemático de los suecos.

Cuando ingresamos al edificio, donde había estado antes con otros escritores latinoamericanos, nos sentamos junto a una mesa para tomar café y conversar lejos del bullicio de la calle.

-¿Cómo te sentiste cuando en 1976, durante la dictadura militar, tuviste que abandonar Argentina y enfrentarte a Bolivia?
-Cuando crucé la frontera, que lo hice a pie, sentí como si me hubiese caído del caballo. Bolivia es muy diferente, en apariencia, a la Argentina, y yo sufrí el cambio como un choque. Al poco tiempo, con la ayuda de algunos amigos, especialmente poetas, descubrí que lo que yo había sentido como un golpe no era nada más que el ingreso a una realidad fascinante, extraña y maravillosa.

-Esa realidad a la que te refieres, que tal vez se la pueda definir como la realidad profunda de América Latina, ¿la encontraste en todo el país o en algunas zonas más que en otras?
-La encontré especialmente en la zona del collado, en ciudades como La Paz y Cochabamba, o en pueblitos como Cotoca. Me refiero a ese halo demente que la realidad exuda en Bolivia y a través del cual la miseria, la explotación y el despotismo adquieren dimensiones no humanas. Una realidad que, sin ir más lejos, el poeta paceño Jaime Saenz, uno de los mejores exponentes de la poesía latinoamericana, la expresó en forma total.

-¿Qué opinión tienes de Santa Cruz, donde viviste durante cuatro años consecutivos?
-De Santa Cruz me gusta la gente, que es lo mejor que tiene ese departamento. Me gusta el jugo de tamarindos, que parece un poco alucinógeno, sobre todo, si se lo toma con temperaturas de más de 40 grados. Me gustan también sus poetas, entre los que recuerdo a Luis Andrade, Freddy Estremadoiro y Juan Fernández, este último un poeta visual de extraña figura, cuya intuición y conocimientos sobre el arte son difíciles de encontrar en cualquier lugar. Me gustan las pinturas y el entusiasmo de su gente de teatro.

-¿Cuál fue tu experiencia como redactor de la Sección Cultural de El Mundo?
-La Sección Cultural de El Mundo, en sus comienzos, ayudó a crear una atmósfera cultural incitante a la gente joven, buscando nuevos valores. Hubo muchos que respondieron con pasión, tanto es así que, por una crítica de teatro que publiqué, y que los actores consideraron injusta, se levantaron firmas para expulsarme del país. Por suerte las autoridades de migración, que casi nunca leen críticas de arte, no hicieron caso y me fui recién de Bolivia con el golpe de Natush Busch, que me produjo tanto terror que tuve la impresión de que ser latinoamericano era una desgracia. Entonces, resolví tomar distancia frente al modelo y me vine a Suecia.

-¿Qué has hecho en Europa en estos últimos años?
-En España publiqué un poemario que titula Pintura ciega, donde hay poemas sobre Santa Cruz. En realidad ese libro debería llamarse Pintura a ciega para no contrariar a Leonardo da Vinci, que dijo: La poesía es una pintura ciega en tanto la pintura nos muestra el mundo tal cual es. Después, en 1983, publiqué mi tercer libro de poemas: La otra lanza, en la editorial Siesta de Suecia. Trabajé en un libro de testimonio sobre la situación de los presos políticos durante la dictadura argentina y traduje, junto con el poeta uruguayo Roberto Mascaró, una muestra de las últimas tendencias de la poesía sueca.

-¿Piensas regresar a América Latina?
-Me gustaría regresar a Santa Cruz. Siempre es lindo volver a Santa Cruz, no importa de dónde se venga. En cuanto a Argentina, no es fácil volver al lugar donde se ha sido humillado y sometido al terror. Más de doce años no fueron suficientes para borrar la pesadilla de tantos amigos desaparecidos o muertos. Ahora la pesadilla ha terminado, pero queda el recuerdo y la estructura del poder intacta.

-¿Cómo te sientes en Suecia?
-En Suecia tengo un solo problema: el temor a la soledad. No digo que la soledad sea un problema, me refiero al temor de la soledad, que es otra cosa...

De pronto, nuestra charla languidece. La noche, casi incolora, ha empezado a cernirse sobre la ciudad. Una noche extraña, sin señales de la oscuridad. Pero noche al fin. Desde la ventana de la cafetería de la Casa de la Cultura de Estocolmo, veo alejarse la figura de Mario Romero, poeta de pintura ciega, ex redactor de El Mundo y actual refugiado político en Suecia. De repente, el poeta, quien dice que lo que más le gusta de Santa Cruz es su gente, desaparece en una multitud extraña, mientras yo quedo cavilando en que todos dejamos jirones de vida por donde andamos.
Estocolmo, primavera de 1988

* El escritor Víctor Montoya, a modo ampliar las referencias bibliográficas de quien fuera uno de los mejores poetas latinoamericanos en Suecia, saca de su archivo una entrevista poco conocida para la mayoría de los lectores.

Antecedentes bio-bibliográficos
Mario Romero nació en Las Cejas, provincia de Tucumán, Argentina, el 15 de febrero de 1943, y falleció en su tierra natal el 28 de junio de 1998, luego de haber vivido exiliado en Suecia desde 1980 hasta poco antes de su muerte.

Su obra poética está compuesta por los libros: Las señales (Editorial Monopolo, Tucumán, 1973), Pintura ciega (Editorial Estaciones, Madrid, 1982), La otra lanza (Editorial Siesta, Estocolmo, 1983), La última mejilla (Editorial Tierra Firme, Buenos Aires, 1988), Tinta roja sobre tinta negra (Editorial Orions, Estocolmo, 1997) y Vieja pared (Florida Blanca, Buenos Aires, 1998).

Traducciones del sueco al castellano: Detrás de las máscaras, de Eva Stenvång, libro que recoge la experiencia del teatro latinoamericano en Suecia; La nueva poesía sueca, en colaboración con Roberto Mascaró; Cuando despunta el alba, obra de teatro de Birgitta Edberg; Francisco, querido, ¿dónde te has metido?, obra para niños de Staffan Westerberg.

Textos de teatro: La luna llena y el sol vacío, en colaboración con Christian Kupchilk; Versión libre del lazarillo de Tormes, en colaboración con Manuel Martínez Novillo; y Por la huella, compadre.

Sus poemas, además de haber sido traducidos al inglés, francés, finlandés, italiano, portugués y sueco, están registrados en las antologías: Nueva poesía argentina, de Leopoldo Castilla, Editorial Hiperión, Madrid, 1987; A palabra nomade, de Santiago Kovadloff, Editorial Iluminarias, San Pablo; Larbre á peroles, Bruselas, 1985; 50 poetas latinoamericanos en Escandinavia, Selección de Juan Cameron, Ediciones Liberación, Malmoe, 1990; Hundra dikter av hundra diktare med utländska rötter, editado por Invandrarnas kulturcentrum (IKC), Estocolmo, 1990; y Världen i Sverige, de Madelaine Grive y Mehmed Uzun, Editorial En Bok för Alla, Estocolmo, 1995.

Dejó inédita la novela Alias Minotauro.



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