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19-Noviembre-2004

 

Frente mediático
Vergüenza ajena

 

Cuando alguien comete un error inmenso o queda en ridículo ante todos, algunos sentimos vergüenza aunque ni siquiera conocemos al desgraciado. Cuando ese personaje comparte el mismo oficio, esa vergüenza crece aunque quizás el desacertado, ni la comparta y hasta piense que ha dado el golpe de su vida.

En estos días, la televisión sueca ha provocado, a quienes compartimos el oficio o profesión de periodista, verdadera vergüenza ajena.

Suecia, que es considerado un país ejemplar -aunque se olvide que existe una monarquía parasitaria- tiene dos canales de televisión estatales que se financian con los impuestos cobrados directamente a cada familia que posee un televisor, y no son pocas coronas. El objetivo es crear productos culturales, educativos, de entretenimientos, e informar objetivamente a todos los ciudadanos, e impedir que caigan presos de la manipulación de las medios de comunicación privados que responden a un interés de lucro y responden a determinados intereses políticos. Sin embargo, ese objetivo apenas se cumple en algunos casos, y en general, y en esto incluyo a todos los medios de prensa, la prensa y los periodistas, carecen de espíritu crítico, no cuestionan, se limitan a repetir comunicados -en especial de los poderosos- o se suman a la manipulación general.

Exigir objetividad es casi una utopía. No sólo porque el poder controla los medios, sino porque hasta los periodistas que recogen, analizan o seleccionan las noticias, tienen un juicio formado y filtran todos a través de esa ideología. Los más valerosos, intentan cuestionar las verdades, buscan presentar otros puntos de vistas, rechazan repetir lo comunicados que reciben, y muestran algo de la curiosidad indispensable en cualquier periodista .

Hace un tiempo, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia convocó a todos los embajadores a una reunión con la dirección de los canales estatales para explicarles como funcionaba la prensa. Muchos embajadores accedieron a participar de este encuentro porque consideraban que era casi la única oportunidad de llegar a un medio de prensa oficial. Es más fácil obtener audiencia del primer ministro que de la televisión sueca, me comentó hace tiempo un diplomático. En ese encuentro, los diplomáticos fueron advertidos que no tenían ningún derecho a réplica si sus países eran mencionados en los informativos o programas de la televisión, y les advertían que en muchos casos era mejor que sus países no aparecieran en las noticias, porque en la mayoría de los casos, si aparecían eran malas noticias. El representante de la Cancillería les explicó además que el interés de la televisión estatal estaba dirigido, en el caso de la política exterior, a Estados Unidos, Inglaterra e Israel, fundamentalmente, y recomendó que aquellos diplomáticos que quisieran obtener un espacio noticioso para su país, que buscaran sembrar, es decir atender y alegar, a un periodista determinado para ver si éste lograba filtrar alguna información.

Este relato solo viene a cuento para subrayar algunos límites establecidos en el manejo de la información por la televisión estatal.

Si además de esos límites, le sumamos el escaso nivel cuestionador de los periodistas, tenemos que reconocer que la libertad de prensa está algo enferma.

Para ilustrar esta afirmación alcanza con destacar algunas perlas noticiosas. La semana pasada, cuando se inició la ofensiva militar norteamericana sobre la ciudad de Faluya (que iba a ser conquistada en 24 horas, según el informativo de las 19.30 de TV1) la voz en off que mostraba el ataque, mientras se mostraba un niño iraquí de 3 o 4 años herido en un hospital, después que su casa había sido bombardeada y donde murieron además 3 de sus hermanitos, destacaba que había civiles que estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. A criterio del periodista que redactó el informe, vivir en su propia casa, es estar en el lugar equivocado, no lo estaban los soldados que habían atravesado medio mundo para invadirlos.

También en estos días, destacaron el enojo del Partido de Izquierda con el primer ministro Göran Persson, debido a sus declaraciones de que podría sumar al Partido del Medio Ambiente al gabinete por su conducta positiva y por ser un partido nuevo. Consultado por la reacción del Partido de Izquierda, Persson insistió en que el Partido del Medio Ambiente era una partido nuevo y que era necesaria una renovación. Ningún periodista le preguntó si con eso cuestionaba a su propio partido (Socialdemócrata) con más de un siglo de existencia, y varias décadas en el gobierno, ni como pensaba renovarlo.

El último ejemplo, quizás más escandaloso, es la supuesta política de compensación entre progresista y derecha, practicada por el departamento de televisión educativa. Después de un programa sobre el ex primer ministro Olof Palme cuando cuestionó los bombardeos norteamericanos a Vietnam, la TV educativa exhibió un documental groseramente manipulado, en contenido y forma, sobre Cuba. Cualquier pedagogo, por más mediocre que sea, descalificaría a ese documental como educativo, y lo tacharía de propaganda anticastrista -para usar el término que les gusta-, aunque en realidad era sólo anticubano.

Después de una primera parte donde mostraron la lucha de Fidel Castro contra Batista, recogiendo viejos filmes y testimonios de revolucionarios, el documental cambió de tono, mostró imágenes oscuras, o con cielo nublado, y centrado en una sola escena en una calle de La Habana vieja, la más fea que encontraron, para resumir a toda Cuba en ese rincón y en esa luz. Además, le concedieron el guión, y la palabra, a un dirigente anticastrista, Osvaldo Payá. Sin cuestionarlo, sin situarlas en el contexto regional y de agresión constante de los Estados Unidos, simplemente aceptaron sus dichos como si fuera la verdad revelada.

Mostraron el testimonio de tres jóvenes que querían irse a Miami, para cumplir sus sueños, que no especificaron ni se les preguntó, y con eso resumieron el sentir de millones de jóvenes.

También sin cuestionar, ni preguntar, mostraron a un grupo de terroristas cubanos que se estrenaban en Miami, uniformados y con armas de guerra para, aseguraron, matar a Fidel Castro. El periodista no preguntó nunca quienes lo financiaban, como conseguían las armas, si tenían autorización del gobierno norteamericano para realizar esos ejercicios bélicos, ni llamó la atención de que el gobierno del país que dice estar conduciendo una Guerra mundial contra el terrorismo, cobije en su territorio a una banda de delincuentes armados que asegura estar preparando un acto terrorista.

Entre los datos proporcionados por el periodista, para condenar al régimen cubano, destacó que alrededor de un millón de cubanos han emigrado desde el triunfo de la Revolución (cerca de 10 por ciento de la población actual de Cuba). No mencionó para nada que el fenómeno de la emigración es general en América Latina y que tiene su causa fundamental en la pobreza, marginación y explotación de esos países. Sólo para comparar, habría que explicar que en el mismo período, un millón de uruguayos emigró -sin ninguna revolución comunista de por medio- y que eso equivale al tercio de su población actual.

La misma muestra de parcialidad y militancia proisraelí, demostró el corresponsal de TV1 en Medio Oriente al cubrir la enfermedad y fallecimiento del líder palestino Yasser Arafat. En uno de sus informes aseguraba -mientras Arafat seguía internado en París- que la población palestina seguía su vida con normalidad, poco interesada en la salud de su presidente, y que solo esperaban un cambio y renovación en la dirección de la ANP. Repitiendo el mismo mensaje que el gobierno de Israel, aseguró que la paz podía tomar un Nuevo impulso tras el fallecimiento de Arafat.

La lista de errores y apreciaciones incorrectas sobre la realidad internacional no puede atribuirse a la falta de formación de los periodistas o al desconocimiento. Se trata de una línea editorial que asumen con devoción casi fanática, y de periodistas se transforman en agitadores y propagandistas.

No debemos ni podemos reclamar que los periodistas digan y piensen según nuestras expectativas, pero al menos tenemos el derecho a reclamar un poco más de rigor en la presentación de las noticias, un poco más de curiosidad y de interés por llegar a la verdad./Ernesto Tamara.



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