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12-Noviembre-2004

 

El padre de la nueva Palestina

 

"Querido Dios, protege a nuestro padre", gritaban entre sollozos, mientras disparaban al aire, los "fedayin" de la OLP en Gaza. Palestina se queda huérfana. Adiós al hombre que creó la identidad palestina, al enemigo jurado que odian la mayoría de los israelíes, que lo consideran un terrorista y no lo que fue: un guerrero. Desaparece Yasser Arafat, uno de los grandes personajes del siglo XX.

Arafat deja un vacío inmenso en el alma y en la vida de su pueblo, que probablemente será imposible colmar en el futuro. Su guía carismática y su figura plena de claroscuros es y será tan amada como discutida. Hoy pocos cuestionan que el pueblo palestino tiene derecho a una patria y a un Estado. La historia personal de Arafat está fundida con la historia nacional palestina. Aunque su biografía oficial lo daba como nacido en Jerusalén el 4 de agosto de 1929, al parecer Muhammar Yasser vio la luz veinte días después en El Cairo, la capital egipcia, sexto hijo de una familia acomodada originaria de la Franja de Gaza. Desde chico fue un agitador de la causa palestina y en la lucha política se inició en la Universidad de El Cairo. En 1957, ya recibido de ingeniero civil, con Jalil al Wazir y Salah Jalaf fundó Al Fatah, la legendaria organización madre que él dirigió.

Arafat y sus compañeros dieron a Al Fatah el objetivo prioritario de la liberación de Palestina y de independencia frente a los partidos y gobiernos árabes. Estas metas han dejado huellas indelebles, porque Arafat supo luchar contra todos los intentos de hegemonía y paternalismo sobre los palestinos por parte de los regímenes árabes.

El líder egipcio Gamal Nasser quería tener bajo su dominio a los palestinos y con ese propósito fundó en 1964 la Organización para la Liberación de Palestina, que entró en colisión con Al Fatah. El desastre de la guerra organizada por Nasser y los sirios contra Israel en junio de 1967, que terminó con la pérdida para los árabes de Cisjordania, Gaza, las Alturas del Golán y la mitad de Jerusalén, liquidó la controversia. En 1968, Arafat fue nombrado presidente de la OLP.

Con más vidas que un gato, Arafat supo sortear el "Setiembre Negro" de 1970, en el que miles de palestinos murieron a manos de los beduinos del rey Hussein. Expulsada de Jordania, la dirección de la OLP se refugió en Beirut y, tras la invasión de Israel al Líbano, en Túnez.

El 1ero. de abril de 1989 Arafat fue proclamado presidente del Estado Independiente de Palestina. La Asamblea de la ONU ya había reconocido los derechos del pueblo palestino a la independencia. Tras años de sangrientos atentados, más guerras y sufrimientos para palestinos e israelíes, comenzaron las negociaciones. Los acuerdos de Oslo llevaron a la histórica firma en Washington, el 9 de setiembre de 1993, de la Declaración de Principios, que estableció la institución de un poder palestino autónomo en los territorios ocupados.

Menos de un año después Arafat regresó a Palestina tras 27 años de exilio y asumió la presidencia de la Autoridad Nacional Palestina. El 14 de octubre de 1994, Arafat, el premier israelí Yithzak Rabin y el canciller Shimon Peres fueron galardonados con el Nobel de la Paz.

El sueño parecía al alcance de la mano, pero en noviembre de 1995 se desencadenó la tragedia: un fanático israelí asesinó a Rabin. El proceso de paz quedó trunco otra vez. Poco después también comenzaron los cuestionamientos a Arafat. La oposición interna y episodios de corrupción entre sus allegados minaron su autoridad. Centralizador, acusado de tolerar amplias franjas de corrupción, Arafat tuvo que enfrentar el crecimiento de Hamas y la Jihad Islámica, que proclamaron la guerra santa contra Israel, se negaron a reconocer la existencia del Estado judío y ejecutaron terribles atentados.

En diciembre de 1987 había estallado en Gaza la primera Intifada, una rebelión de la cual el verdadero protagonista fue el grupo Hamas. En setiembre de 2000, un paseo provocador del líder nacionalista israelí, Ariel Sharon, por la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, desató la segunda Intifada, que ya lleva miles de muertos. Sharon y Bush acusaron a Arafat de apoyarla y promover el terrorismo.

En realidad Arafat ya no controlaba buena parte de la situación, aunque muchos lamentarán ahora la ausencia de su poder de mediación. Cada vez más enfermo, encerrado corajudamente pero impotente en la Mukata de Ramallah, de la cual sólo pudo salir para su último viaje a París, el viejo león tenía por delante el seguir empecinadamente a luchar pero cada vez más débil. Israel y Estados Unidos lo convirtieron en un paria, negándose a negociar con él. Arafat era casi un prisionero que hizo lo único que podía: no ceder, nunca. Esta herencia pesará mucho sobre sus sucesores, de los cuales ninguno puede recoger la herencia de un carisma incomparable. Las patrias siempre tienen un solo padre.



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