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05-Noviembre-2004

 

El Tío saluda al Duende

 

escribe Víctor Montoya

Me escribió la coordinadora de El Duende le comenté al Tío, quien estaba fumando su cigarrillo con el mismo placer de siempre.

¿Y qué te ha dicho, pues? preguntó intrigado.

Que El Duende publicará su edición número 300 en noviembre y que su anunciada aparición se celebrará al ritmo de los tamboreros y soplalatas de la Banda del Pagador.

¡Huy, caracho! No es para menos. 300 números son 300 números, ni más ni menos. 300 ediciones hechas a pleno pulmón y con el corazón en la mano después me miró un rato y, como todo adivino adivinador, agregó: Alguito más tuvo que haberte dicho la coordinadora para estar con esa carita risueña y esos ojos reflejando la felicidad de tu alma.

Es verdad reconocí armándome de orgullo. Me dijo: para serle sincera -petición personal y muy respetuosa- mucho nos complacería si usted quisiera saludar al duendecito. Será para nosotros un verdadero honor, tener, como tantas veces ya, el sabor de su palabra en las páginas de este travieso que guarda en lo profundo de su corazón las melodías que usted le imprime en cada material. Además, las palabras suyas, tan llenas de encanto, no sólo alimentan la persistencia, sino la resistencia y hasta la insistencia de El Duende en un mundo donde se ahonda el silencio en tanto son más los ruidos que perturban la creación de los espíritus libres....

El Tío agrandó los ojos, sorprendido, echó una bocanada de humo y me atravesó con la mirada, como toda vez que mi corazón, saltando como liebre, quería salirse por mi boca.

No te lo tomes tan a pecho dijo pitando otra vez el cigarrillo. Sé que te emocionan las palabras, pero en los hechos obras peor que un varón domado, así no estés casado ni capado. Por lo demás, esas mismas palabras, que parecen haberte tocado como aliento divino, han debido recibirlas también otros...

No importa, aunque ese mismo mensaje haya sido enviado a todos los colaboradores de El Duende, a mí, efectivamente, me llegó como fruta del cielo, cuya cáscara cayó al suelo y el juguito... trala-la-la.

¿Y qué más te dijo la coordinadora? indagó el Tío, mientras hacia resonar sus colmillos cual matraca de moreno.

Palabras, sólo palabras que brillan como luceros en el oscuro cielo. Me dijo, por ejemplo, que El Duende está alistando maletas y llenando de travesuras su sombrero y su alforja cósmica, para llegar hacia mí y saludarme con la venia de la palabra y la imagen de la inocencia... Al final, a tiempo de agradecerme por el apoyo a la distancia y desearme más palabras, más vida..., escribió a modo de colofón: Aquí todos los duendes más pícaros que nunca.

Ya me los imagino dijo el Tío. Con tanta belleza disfrazada de chinasupay y chinamoreno, quién no se va a hacer el pícaro en la tierra de los Urus. A ver dime tú, que eres un fanático del Carnaval de Oruro, ¿por qué me pides prestado mi traje de Lucifer? Acaso no es para hacerte el pícaro con ellas, bailarles tu diablada y abordarlas bramando: ¡Arrr! ¡Arrr! ¡Arrr!.

Me quedé callado. El Tío tenía razón, como casi siempre, como cuando me dijo que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Desde entonces no he dejado de pensar en los viejos duendes y me guardé las ganas de preguntarle alguna vez a don Alberto Guerra si la sentencia del Satuco es cierta. Pero, claro, como este tema es de otro costal, retomé la conversación sobre la edición número 300 de nuestro entrañable Duende, personaje palabrero y kachamozo, sombrerito alón y corazón de Cupido.

300 números no es poca cosa, ¿verdad? le pregunté al Tío, quien estaba sentado en su trono, la mirada de fuego y el cigarrillo puesto entre sus pezuñas de macho cabrío.

Claro que no es poca cosa contestó, sobre todo si lo comparas con otros suplementos literarios y tutti quanti, que aparecieron y desaparecieron antes de que cante un gallo. En cambio El Duende, desde cuando hizo su aparición galante en el mundo de las letras nacionales, abriéndose paso a fuerza de persistencia y puntualidad, es ya una institución trashumante, que se aparece cada quince días soplando como vientito de altiplano. Unas veces peleándose como Quijote contra los molidos de la incomprensión y otras veces desgranando su amor entre las Dulcineas de la Villa de San Felipe de Austria. Pero casi siempre, como todo buen caballero, presto a batirse en cualquier batalla literaria, montado a horcajadas en su quirquincho, adarga en brazo y pluma en ristre.

Pucha caray, Tío. ¡Qué bien dicho! Con tu talento de orador lírico y tu aspecto de bohemio romántico, como ya te lo dije tantas veces en nuestras farras, no debías ser el dios ni el diablo de los mineros, sino uno más de los arawikus (poetas) de El Duende, y de los mejorcitos...

No macanees, no es para tanto replicó el Tío. Luego se acomodó en su trono, fumó el cigarrillo y acotó: Al Tío lo que es del Tío y al poeta lo que es del poeta.

El Tío es un ser genial, ni qué decir, incluso sus pensamientos difusos, como las aguas turbias del Poopó, se cristalizan en el manantial de su lenguaje. Es canchero para charlar y bala para pensar. Posee, ni qué hacer, todos los atributos de un ser supremo. No en vano es el Lucifer de las tinieblas y el amo de los socavones.

Tú y El Duende son los personajes más queridos en Oruro le dije, con la intención de subirle la moral y no quitarle un ápice de autoridad.

Así es, pues asintió el Tío, salvo una pequeña diferencia: a mí me quieren con temor y al Duende lo quieren con amor...

Por eso mismo, el día que salga de la imprenta, como pancito recién horneado, le saludaremos con 300 salvas de cañón desde el Palacio Real de Estocolmo. ¿Qué te parece?

¡Trato hecho! El Duende se lo merece, es un ejemplo digno de elogio. Debemos también felicitar a sus mentores, a Luis Urquieta, Alberto Guerra, Edwin Guzmán, Erasmo Zarzuela, Benjamín Chávez y otros duendes, y desearles desde lo más hondo del alma y desde el otro lado del charco, que tengan muchos años más de vida y de inspiración.

Y que sigan escribiendo con inteligencia y gran amor añadí.

Eso sí afirmó el Tío, porque con amor, y un cachito de imaginación, se conquista hasta el reino de los cielos...

Después se abrió un silencio repentino. El Tío aplastó la colilla del cigarrillo en el cenicero y yo me dispuse a salir del cuarto, pero el Tío, con una chispa de picardía en los ojos, me detuvo con su aliento y dijo:

Si te comunicas con la coordinadora de El Duende, quien tiene el mismo nombre de la tía del escribidor Varguitas, dile que no deje de escribir, porque las palabras son también melodías que hacen clic-clic en el corazón.



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