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Dos elecciones: |
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escribe Cándido Casi simultáneamente la «mayor democracia del mundo» y una de las más pequeñas, la uruguaya, acaban de celebrar elecciones. Y si uno observa desapasionadamente y con objetividad uno y otro proceso, llega a la conclusión de que la «gran democracia» tiene mucho que aprender de la más «pequeña». Para empezar, en ésta, que tiene poco más de 3 millones de habitantes, vota aproximadamente el 90% de los ciudadanos, mientras que en la otra, 250 millones, si se supera el 50% de participación se considera una alta votación. Si las palabras tienen un origen, una razón de su existencia, un significado y una forma, es decir todo lo que se conoce como etimología, la democracia, es por definición -aunque muy rara vez ocurre en la realidad, el de los ciudadanos, es decir el pueblo. Si este falta no hay democracia. En la democracia uruguaya, muy particular por razones históricas imposible de explicar aquí, la pluralidad era, al menos desde la segunda mitad del siglo pasado, sólo aparente ya que los Partidos Colorado y Nacional (Blanco), nacidos casi simultáneamente con la independencia del país, se habían convertido en un sólo partido, el de la oligarquía. A falta de una ideología o un programa estructurado, sus dirigentes apelaban a símbolos irracionales, banderas blancas o coloradas, retratos de los viejos caudillos, para lograr la adhesión y el voto de las masas. Pero esos dirigentes eran y siguen siendo los dueños o más bien los administradores al servicio de los dueños de las tierras, las empresas, los bancos, los contactos entreguistas con los poderes financieros y políticos externos, y muy importante, de los medios de comunicación. Fueron los administradores del imperio de turno, británicos primero y «americanos» (del norte) después. Pero el pueblo fue paciente, algunos sectores de esos partidos, con mayor conciencia política, se fueron desgajando de ellos y se sumaron al embrión de unidad que partidos y organizaciones populares progresistas habían puesto en marcha. Ese mismo pueblo resistió el terrorismo de la dictadura cívico-militar instrumentada por el imperio, (es decir, «la mayor democracia del mundo»), superó el vaciamiento demográfico que supuso el exilio sobre todo de jóvenes, en un país ya débil demográficamente, acumuló fuerzas pacientemente, dio pruebas de madurez política manteniendo la unidad en la diversidad, y en elecciones limpiamente democráticas los acaba de derrotar para siempre. «A pulmón», sin otra financiación que el esfuerzo de sus militantes. Otra diferencia sustancial con Estados Unidos donde la financiación de las trasnacionales decide en buena medida quién será el presidente. Después, claro, el presidente se convierte en el administrador de los intereses de su benefactor. Los partidos «democráticos», especialmente el Colorado dispuso de enormes recursos para orquestar una campaña de terror similar a la montada por Bush desde el 11S del 2001. Con ella y con mentiras invadió Afganistán e Irak, estableció un sistema neofascista en su país, y ha puesto a su país y al mundo ante un destino incierto. En Uruguay, un país insignificante en el mapa mundial, que la mayoría de los «americanos» y europeos desconocen con excepción de algunos estudiosos que se interesaron en su inusual experiencia en el contexto regional, no se creyeron las historias de terror agitadas por el gran derrotado líder del Partido Colorado, Julio M.Sanguinetti, y votaron por el cambio. Modestamente, sin necesidad de contratar abogados como en la «gran democracia» para controlar que no haya fraude, porque Bush y su pandilla tienen bien ganada fama de mafiosos, supieron la misma noche de la votación, que habían echado a los corruptos para siempre. En la «gran democracia», George W.Bush fue llevado a la presidencia en las elecciones del 2000, mediante un fraude escandaloso. Ahora habrá que esperar casi 2 semanas para saber los resultados definitivos. En ese lapso puede pasar cualquier cosa. Un auténtico banan empire. |
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