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Aparece autobiografía no autorizada de singular movimiento |
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eduardo Juan Cameron Con la presencia de varios candidatos a concejales, que adhirieron a la oportunidad de aparecer en público, se presentó en la Caleta Portales, de Valparaíso, la primera edición, corregida y disminuida, del Movimiento Guachaca. Esta singular tendencia, creada por Dióscoro Rojas, Raúl Porto y Andrés Meneses, busca rescatar las raíces de la chilenidad, aunque no se tenga muy en claro de qué se trata. «Agradezco la oportunidad de presentar la primera edición -corregida y disminuida- de Confieso que he bebido, autobiografía no autorizada de los guachacas. Aquí, en esta especie de Punta de Tralca de la cumbre respectiva, en esta especie de APEC del chichón, chacolí y chicha en cacho, puedo referirme sin pudor a los valores patrios que nos representan» comenzó diciendo el presentador de esta singular entrega. La ceremonia tuvo lugar en una concurrida caleta del otrora principal puerto de la República, el viernes 22 de octubre reciente. Con el auspicio del Sindicato de Pescadores, que puso las calugas de pescado y los mariscos que acompañaron el vino «de producción propia» de los guachacas, el Guaripola Fina Selección, una cincuentena de connotados desconocidos, compradores, profesionales de la red y otros despistados, recibieron la obra de Porto bajo el implacable sol de primavera. Los guachacas, una tercera vía entre el Quilapayún y los Huasos Quincheros (es decir ni fú ni fá), sacan provecho de los lugares comunes, como los anteriormente sostenidos, para rescatar los signos de lo popular y «lo nuestro». El movimiento cuenta con una gama de inspiradores y precursores. Su ícono indiscutido es el Tío Roberto, de la estirpe de los Parra, cuyo restablecimiento en la memoria colectiva se plantea como la reivindicación de lo propio ante la cacareada «globalización», término que, entre otros, resulta un mero recurso de dominación intelectual. La división del país a causa de la tontera reinante se hace patente por medio de la desinformación y la ignorancia. A guisa de ejemplo, al celebrar The Clinic- el periódico de mayor circulación secreta nacional- los 90 años del poeta Nicanor Parra, una periodista consultada respondió: Ahora no puedo, estoy en otra, ¡cachai!? Sorry, llámame más ratito. Las raíces religiosas del movimiento se entroncan en la también singular figura de Fray Andresito. Andrés García un humilde fraile franciscano, nacido en Montevideo, llegó a la congregación santiaguina en 1839, y se dedicó de inmediato al auxilio de los pobres, los enfermos y los presos. Sin ser un santo, es un héroe popular que cuenta con numerosos devotos en el país. Para el autor del libro, se trata del Patrono de los Guachacas. Y en el terreno político, el ícono indiscutido es «Don Tinto», el moreno presidente Pedro Aguirre Cerda, un humilde profesor primario que impulsó, entre otras instituciones, la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) y cuyo lema fue «gobernar es educar». Al ser consultado Dióscoro Rojas sobre la grafía del término «guachaca», respondió en su oportunidad que éste se escribe con «g» de gente y no con «h» de huevones (sic). Alguna vez el autor de Valparaíso Eterno anduvo por Suecia. Desde allí participó en varios encuentros musicales en Finlandia, Dinamarca y otros países. En Malmö, Estocolmo y Gotemburgo presentó nuevas canciones, alguna pieza teatral y dejó una magnífica impresión entre los latinoamericanos. Se trata, tal vez de la prehistoria europea de los guachacas. En las páginas del trabajo de Raúl Porto florece parte de la más reciente historia nacional. Las imágenes de unos cuantos amigos, que ya se fueron y quedan en el recuerdo, son refrescantes. Como los casos de Osvaldo Rodríguez, el Gitano, a quien se vio por última vez a mediados de los 90, en una sala del Puerto y declaró que se iba, que estaba triste, que lo habían tratado mal. Manifestó también que estaba enfermo; y pocos le creyeron. O la de Santos Chávez, con quien compartimos en la Casa del Tango, en Malmö, y luego fue rescatado de la Asistencia Pública, nada más para fugarse después a la Escuela de Bellas Artes a trabajar en el Taller de Grabado. Y también de otros que permanecen, como Douglas Hübner, propietario del ya cerrado café El Biógrafo, de quien se escucha hablar sólo maravillas. De aquellas mismas mesas se recuerda al querido ancien terrible, el escritor Claudio Giaconni, ese de La difícil juventud, quien yace postrado con tuberculosis en el Hospital Barros Luco, de Santiago de Chile. Pura nostalgia y tomatera, soledad, bolero y cebolla, como nuestros días, han sido estas páginas. Pero, como bien sostuvo un participante al calor del Guaripola, un país sin memoria es como una amiga sin pasado. Para los organizadores, esta nación merece un mejor destino, merece ciudadanos seguros de sí mismos, capaces de fotografiarse sin padrinos y con una clara visión nacional. Puede tratarse de un libro en joda; para los guachacas, en cambio, se trata de un manual de filosofía práctica que entrega la solución inmediata al problema que nos atañe. Algo de razón se esconde tras sus divertidas páginas. Entre broma y broma, la historia de este singular movimiento apunta siempre a los signos más vitales de esta sociedad. |
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