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08-Octubre-2004

 

Los condenados de la tierra

 

escribe Cándido

Entre los siglos XV al XIX las potencias europeas occidentales y Estados Unidos en este último periodo, invadieron, ocuparon, asesinaron y saquearon regiones del mundo entero. Siempre en nombre de alguna «causa justa», como «civilizar», «modernizar», «cristianizar», una versión antigua de las »armas de destrucción masiva» el «terrorismo», «los derechos humanos», etcétera, que difunden los medios «libres» para justificar los genocidios contemporáneos.

Portugal y España, Bélgica y Holanda, Francia y el Reino Unido y más tarde en el siglo XIX, Italia y Alemania. quisieron tener su parte en el reparto. Con el saqueo, y la trata de negros liderada por la vieja raposa como llamó el poeta español León Felipe a Inglaterra, construyeron su bienestar. Robaron las riquezas, y el comercio de negros y la esclavitud constituyeron la mayor fuente de acumulación capitalista de la época. (Ahora el comercio sexual, de drogas y armas, alimenta con miles de millones de dólares al circuito financiero y es talvez por ello que los Estados se muestran «impotentes» para erradicarlos). Cuando la lucha de los pueblos condujo a la progresiva descolonización, los colonizadores no dejaron nada en beneficio de los excolonizados y sí en cambio, se aseguraron el seguir manteniendo vínculos neocoloniales. Mediante la división, vieja máxima de Maquiavelo y con el concurso de gobernantes corruptos, «cipayos» les llamaron en la India y el término se generalizó más tarde en America Latina. Con el robo y el asesinato construyeron la »grandeza de Europa» y crearon el mito de la superioridad del hombre blanco y europeo. Como dijera hace pocos años Peter Wallenberg unos del herederos del grupo financiero más poderoso de Suecia, refiriéndose a la eliminación del apartheid en Sudáfrica, «los negritos no pueden arreglárselas por sí solos». Tuvo que pedir disculpas porque le iban a boicotear el banco de su propiedad y ya se sabe para los capitalistas sus propiedades son el bien supremo. Pero esa idea racista permanece a flor de piel y hasta puede camuflarse con una cara «amable».

Africa fue uno de los continentes más castigados por la plaga imperialista. Y como la explotación siguió bajo otras formas, las hambrunas, las enfermedades -el SIDA , la mayor de ellas, azotan a millones de individuos. Que por un natural instinto de supervivencia procuran emigrar hacia aquellos países donde puedan comer, trabajar y vivir. Ni siquiera piensan que sería un acto de legítima justicia, que quienes les robaron sus riquezas y los asesinaron, deberían tener el deber de recompensarlos permitiéndoles vivir de su trabajo.

Venden hasta lo que no tienen para pagar un lugar en «barcos de la muerte» que los trasladen al «paraíso europeo». Los medios informan como una noticia policial más, casi semanalmente de los naufragios que truncan en el mar los sueños de los miserables. Hasta ahora los que llegaban tenían el derecho, acordado por normas internacionales, de ser acogidos y tramitar un permiso de estadía, que generalmente resultaba denegado. Ahora el «demócrata» Silvio Berlusconi con el silencio cómplice de los «demócratas» líderes de la Unión Europea, no les permiten ni pisar el territorio. Los rechazan y los envían de vuelta al país de origen. Mientras dan forma la idea de construir campos de concentración en algún lugar de Africa. Nadie se acuerda de lo que dijeron respecto al muro de Berlín, de los «valores de la civilización occidental» y otras hipocresías. Los campeones de la globalización no han entendido que ya no hay lugar para ínsulas paradisíacas y que ningún muro detendrá a los millones de miserables que sólo aspiran a un lugar en la tierra. Que hasta ahora vienen humildemente pero talvez mañana cargados con la ira de los condenados de la tierra.



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