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Nuevos poetas porteño |
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escribe Juan Cameron La desesperanza y el desencanto son dos constantes en la nueva poesía chilena. De ellos hace carne esta expresión en los límites de Valparaíso, cuya región y ciudad capital parecen avanzar hacia la nada tras una evidente decadencia económica y cultural. Los jóvenes cultores Karen Devia y Juan Eduardo Díaz, son un claro ejemplo en este territorio. Cantante de profesión y poeta de oficio, como se declara Karen Devia, su pasión transcurre entre el jazz y la poesía. Nacida en Viña del Mar, en 1975, y domiciliada en Quilpué, publicó hace pocos meses, a través del sello de Ediciones la Cáfila de Valparaíso, su primer poemario, Despojos. En cinco apretados cuadernillos reúne setenta y un trabajos en torno al tema del desamor. Tras el epígrafe protector de Enrique Lihn (la poesía me sirvió para esto:/ no pude ser feliz, ello me fue negado,/ pero escribí) y los agradecimientos finales (a la muerte que pasó de largo una mañana y permitió que estos versos se solidificaran en este libro) la poeta aporta con un metarrelato destinado a sensibilizar al lector. A partir de sus primeros versos se entrega, en una actitud desafiante, a la confesión y al ritmo interior. No es la catarsis, sino una buscada armonía cuanto determina el discurso: La dama a veces se empecina en llevar a su morada/ a los que no lo tenían contemplado. Esta doble significación opone, en su escondido oxímoron, los únicos absolutos de la gran duda ontológica para sostener, entre ambos, el relato fragmentado. Directa, a veces, con la suma de estos despojos construye la historia. Pero a ella es también ajena. Sólo soy una caricatura infame/ en medio de esta zoología, afirma. Y con esa misma soltura los destellos pueden enfocar sus versos hacia una poesía naturalmente gestada: Impúdico/ ofreciste tu sexo en el mercado/ mas no la risa/ menos el llanto. Karen Devia debe limar las pequeñas asperezas heredadas de la poesía local. El recurso gráfico de los puntos suspensivos, por ejemplo, que distrae al lector y que nada nuevo aporta a la escritura, salvo la ya manida advertencia de quien escribe. Esto es posible, pues intuye a la perfección la mecánica de la poesía y en ciertos textos levanta la imagen con una relativa facilidad: Y crecí sin saber del tiempo,/ sin saber de sombras/ ni mutilaciones (&) Y en aquel crecer sin voz/ sin darme cuenta/ enmudecí. Estos son elementos suficientes para apostar por la joven poeta Devia. Con la posesión de las formas y la mirada clara hacia otros aspectos del medio, puede obtener excelentes resultados, trátese ya de intentos descriptivos o de una búsqueda sobre el territorio experimental. Sin embargo, esta actitud unívoca es más bien generacional y de ello da cuenta el catálogo del joven sello porteño. Resulta notorio que, salvo un par de entregas, Editorial La Cáfila mantiene una diagramación oscura, más bien dark, como eje de sus publicaciones. Se trata, en cualquier caso, de un proyecto único en beneficio de las nuevas generaciones de la Región, el que amerita un mayor apoyo del público lector. Karen Devia se inscribe en estas listas y da cuenta de ello en un título inicial y promisorio, más allá de los Despojos que nombra y recicla para diseñar su poesía. De San Bernardo a Valparaíso Otro de los autores menores de 30 años que figura en la zona es Juan Eduardo Díaz, nacido en San Bernardo, en 1976. El autor, quien se estableció hace algunos años en esta ciudad portuaria y realiza una amplia gestión cultural, ha publicado Sombras de Valparaíso (José Ramírez editor, 2001) y Ángeles ebrios (La Cáfila, 2002). Participa también en la muestra Señales de Piedra, de Paula Pascual (2003) bajo el alero de la Corporación Balmaceda 1215. Con un tímido primer libro el autor, calificado por su coterráneo Yuri Pérez como «cargado de sensualismo nostálgico, atormentado y desilusionado», Díaz se integra a esta promoción de jóvenes cultores, rabiosos a veces, cuya desesperanza es siempre evidente: Que no es poeta/ tu madre golpeada/ el maricón de tu hermano/ que se viste de mina (...) ni la masacre de tu padre/ maldito olor a vino,/ y menos tú/ que sólo hablas/ de Serguéi Esenin. A tres años de su aparición, y luego de un segundo y promisorio poemario, el autor reclama una relectura más a fondo. No ha variado sus motivos: el individuo en la derrota, el tema amoroso y el deseo de epatar con un discurso que se pretende a veces cínico. Pero en la forma ha crecido y el discurso intimista se integra en el paisaje: de los andenes siete al once/ ya no hay buses/ del doce se ha marchado uno hacia pucón/ mientras yo/ enciendo un cigarrillo/ sentado frente al andén catorce. La agradable y bien diseñada edición, cuyos títulos intervienen gráficamente la página, contiene 69 textos, en cuatro secciones. En tal mágica suma rescata el sentido dionisiaco mantenido por la poesía local a través de su historia. El mito de la bohemia se hace presente con ciertos giros devenidos de Bukowsky, un hito casi ineludible para quienes se formaron en sus traducciones españolas. Pero además está su búsqueda y el encuentro del ritmo: tengo la espuma triste que robé del mar/ en mi boca reseca/ todos los versos mudos de no quedarme/ bajo mi brazo izquierdo llevo mis viejas alas/ (ya grises)... Sin duda Juan Eduardo Díaz está en un camino de formación e intensa lectura. Sus recientes presentaciones públicas dan cuenta de éste. A ello se debe, sin lugar a dudas, el haber obtenido -este año- el segundo lugar en el certamen literario de su pueblo natal, tras la sombra protectora de su amigo y prologuista Yuri Pérez, un cultor ya consagrado y reconocido por sus pares. En medio del desencanto local, en una ciudad ocupada por la política y los políticos santiaguinos, los nuevos poetas sin embargo cantan. |
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