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10-Setiembre-2004

 

Mario Rivero, poeta colombiano
Mis asuntos

 

escribe Juan Cameron

Rebelde, original y poseedor de una fenomenal vitalidad, el poeta Mario Rivero continúa la tradición narrativa de León De Greiff y de Alvaro Mutis. Sólo que sus héroes literarios son otros, más cercanos al tango, a la calle y a la contra cultura. Su antología, editada hace ya casi una década en Bogotá, recoge casi la totalidad de la obra de este colombiano, alguna vez cantante de tango, trapecista y periodista.

La recopilación Mis asuntos, publicada por Arango Editores en Bogotá, en 1995, reune buena parte de la producción del poeta colombiano Mario Rivero a partir de 1960. El ejemplar retornó a las estanterías con ocasión del XIV Festival Internacional de Poesía de Medellín, celebrado en la capital antioqueña en junio pasado. A partir de 1992, año de publicación del más reciente poemario de Rivero, el autor no registra nuevas obras.

Los personajes de Mario Rivero son seres cotidianos que el poeta destaca y extrae de su propia galería personal. Desde los hombres callados al habitante de la ciudad, la imagen de los encarcelados cobran fuerza tanto como el vendedor callejero, el tragafuegos, la modistilla o el niño vago. A veces se trata de individuos anónimos, como la señorita Betty o Saulo Salinas; otras, de héroes de la contracultura en cuya galería figuran Irma la Dulce junto al Tío Ho, Gauguin, el Che Guevara y Gertrude Stein.

Tras esta selección hay un ánimo de ruptura -establecido a partir de Poemas urbanos, su primer libro- que muchos vinculan al movimiento Nadaísta. Rivero niega esta pertenencia, aunque sus primeros textos, aparecidos hacia finales de los cincuenta en las páginas culturales de El Tiempo, de Bogotá, son contemporáneos a aquellos. De hecho, Gonzalo Arango, cabeza visible de ese grupo, lo reconoció como «poeta del devenir, de la truhanería, de las cosas humildes, de los despojos del festín de la academia y la literatura oficial». Alguna vez, cita su historia, fue cantante de tangos y acrobata de circo, entre otros varios oficios.

El culto a la derrota es un placer destinado a unos pocos elegidos. Implica, más allá del fracaso vital, la ausencia en los mass media dictada por una suerte de condena al anonimato. Viendo aquello que los hombres entienden por fortuna/ yo cultivo el fracaso como un girasol, sostiene el poeta chileno Jesús Ortega. Y en el mismo sentido, Mario Rivero la define como la suma de lo ido y lo no conservado durante la existencia. En Balada de las cosas perdidas revisa la infancia, el primer amor, los días fugados y el olvido: Ese paso que resuena en la sombra largamente es el mío (...) más que este caer de muros, de nombres... y de polvo...

Rivero narra a través de su poesía. Su forma puede ser la balada, el tango o la mera canción. Tras él, las voces de León De Greiff, de Alvaro Mutis (Maqroll) o de Cote Lemus le indican ese camino. Su fuerza y reciedumbre conceden, a ese especial personaje que muchas veces oculta al autor, un lugar preferencial en el mito urbano.

Por ello, individuo y fracaso a la vez, son en su escritura los elementos formadores del espacio donde se cruzan: la ciudad con sus calles, hoteles y bares, el paisaje urbano de Bogotá o de Medellín, el fin, sus títulos reiterados en libros y poemas. Ese exterior citadino es su escenario constante. En un texto de su primer libro, y tal vez rindiendo homenaje a Pessoa, señala: Esta calle mi calle/ se parece a todas las calles del mundo/ se ven estas cosas y otras cosas. Más adelante, en el poemario Vuelvo a las calles, enfoca la escena en la capital frente a un hecho determinado: Voy por la Séptima con una mujer pequeña,/ colgada de mi brazo y que es mi amor. Y en una de sus baladas, sobre el tema del retorno al Medellín natal, el paisaje cobra fuerza en los pasos que nos devuelven a este lugar y esta escena/ la misma ciudad los mismos bares que nos acogieran antes/ noche a noche/ trastabrillantes y desamparados.

Se trata de una suerte de Henri Michaux, como ya lo han observado algunos críticos, cuya poesía, directa en apariencia, esconde una gramática de rebelión y liberación frente a la estupidez, lo reaccionario y lo arquetípico que se marca en la poesía por el ejercicio social y el manejo de la crítica. De cierto modo es también un fabulador. Rivero inventa sus propios héroes (Francois Villon, Enrique Santos Discépolo) y de ellos recoge las influencias literarias más preciosas.

Mario Rivero, poeta y crítico de artes, nació en Envigado (Antioquía) en 1935 y es autor de Poemas urbanos (1963), Noticiario 67 (1967), Vivo todavía (1971), Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar (1972), Arte y artistas de Colombia (1972), Botero (1973), Rayo (1975), Panorama artístico colombiano no.1 (1977), Panorama artístico colombiano no.2 (1979), Panorama artístico colombiano no.3 (1980), Baladas: Antología poética (1980), Panorama artístico colombiano no.4 (1981), Artes gráficas en Colombia (1982), Artes gráficas en Colombia: Los de ayer y los de hoy (1982), Manzur (1983), Los poemas del invierno (1985), Mis asuntos (1986), Vuelvo a las calles (1989) y Del amor y su huella (1992). En 1972 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lemus, concedido por el Gobierno de Norte de Santander.



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