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Damsi Figueroa Verdugo, poeta |
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escribe Juan Cameron Tras un largo período de aparente silencio, Damsi Figueroa se confirma como una de las mayores poetas chilenas. Responde así a un grupo de lectores que la mantenían como una poeta de culto destinada al conocimiento de unos pocos. Cartografía del éter, su segundo poemario, apareció, bajo el sello de Ediciones del Temple, el año recién pasado. Yo no hago el amor -sentencia Damsi Figueroa- lo desarmo/ por el puro gusto de volverlo a armar/ una y otra vez/ para olvidarme del amor/ y de todos ustedes. La fuerza de esta poeta nacida en Talcahuano, en 1976, convence muy luego a sus lectores. Y da razón a quienes la ubican entre las mayores escritoras chilenas a sus veintiocho de su edad. Profesora de Español por la Universidad de Concepción, nieta de Ignacio Verdugo Cavada -el de los Copihues- edita su primer libro, Judith y Eleofonte, en 1995; desde entonces su nombre aparece en páginas, revistas y antologías del rubro. Tras ella, el rostro de Alejandra Pizarnik repite la imagen de un espejo. El reciente 2003, Ediciones del temple publica Cartografía del éter, volumen que incluye dieciocho textos de la poeta sureña, algunos conocidos, otros modificados, junto a piezas nuevas recogidas luego de ocho años. Damsi Figueroa maneja con facilidad diversos lenguajes y formas e, incluso, ha intentado alguna instalación -como un extenso texto sobre los durmientes de las vías ferroviarias- para dar cuenta de su oficio y capacidad escritural. Desde la profundidad lírica al concepto más preciso puede encontrarse en sus textos, sin que ello implique la pérdida de un estilo personal y reconocible. Al referirse a sus preocupaciones, en Convite, la autora juega con esa vaca semiológica que pasta a la deriva y repite por tres veces, como en una caja china, los versos «Hay dentro de la luz/ una luz más pequeña/ que es oscura». El doble efecto de enunciar y mostrar y probar al mismo tiempo que la repetición semiológica nos conduce a la desesperación (como lector, por supuesto), es en ella -quizás- un juego, un recurso artificioso para indicar, a quien lee, esta capacidad. Pero aún así, el resultado nos quiebra e induce al encuentro de esa belleza formal donde reside la poesía. Este nivel de oficio es reconocido como talento. Sólo que, Figueroa, aporta un algo más, un plus creacionista: el tercer estado de la poesía. Cadencia y ritmo, al mismo tiempo, se agrega a su consistencia temática: Por una noche ácida y sin tregua/ arrastro el cuerpo de mi amigo. Estos versos, de Abrazo de Taurides dedicado al poeta Carlos Henrickson, se arman con una acabada técnica y con un recurso de elegante factura como lo es, del muy antiguo castellano, el verbo al final de la oración: por el hueco confortable de su pecho/ mi noche, mi lámpara y su mueble/ la noche roja en la que escribo pasan. Decir fraternidad o ternura o recuerdo es innecesario; ya está dicho en el texto. El paralelismo con Pizarnik esconde una peligrosa intuición: el de suponer que la palabra de algún modo -o en algún espacio temporal- crea. Y allí reaparece también Huidobro. He escrito un poema -afirma- para resucitar a mi padre/ para devolverle el entendimiento. Pero más que este poder simbólico (del cual el signo carece) existe en verdad un estadio donde el término estuvo y, de algún modo, logró transformarnos: Porque el viento llama al viento/ y se oyen entre sí las palabras/ Es que acuden una a una a la lágrima sagrada del poema. Sin embargo, con todo el bagaje conceptual que su poesía podría indicarnos, hay en ella una fuerte y no muy escondida sensualidad. Sustantivos recurrentes, como lengua, boca, sangre o cuerpo, contienen imágenes de inusual fuerza y eficacia. Con ellos la poeta describe una situación como si acaso la sombra o el reflejo de éstos fueran suficientes: Sé lo que soy/ y aún sabiéndolo no me nombro (...) nombrarse es pertenecer/ y yo, no logro juntar las sílabas que me atrapen. La idea de desarmar el amor por el simple gusto de rehacerlo es una constante en esta entrega. Se trata de un hablante femenino; pero este hablante escapa a los cánones preconcebidos o deseados como ícono literario. Damsi es una rebelde, una suerte de Rimbaud que, encallada en Talcahuano, no ceja en su intento de transformar el mundo. Aún cuando en ese intento sus alas se quemen en el fuego que todo lo transforma pues, como nos advierte: Yo estoy más lejos de la sangre que del sol. Cartografía del éter inserta a su autora en el discurso literario nacional. Será, de seguro, un libro de culto. Y, por lo demás, un acierto de Ediciones del Temple, sello editor que se ha jugado por difundir la obra de consagrados jóvenes y de novísimos poetas chilenos. Y este esfuerzo quedará también en nuestra historia literaria. |
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