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Una crítica a la política cultural del gobierno chileno |
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escribe Federico Eisner Entre las numerosas críticas y observaciones formuladas a los proyectos concursables del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (FONDART), acerca de su transparencia y montos financieros, la nota de este autor resulta contundente. Tanto como frente a la dudosa calidad de «gestor cultural», bajo cuya sombra se permite, en Chile, competir a cualquier funcionario o político en contra de artistas noveles o consagrados. Hace unos días salieron a la luz pública los resultados de la décimo cuarta versión del llamado Fondo para el desarrollo de la cultura y las artes. Una vez más las sorpresas no son muchas. Una vez más los dineros son insuficientes. Una vez más aparecen nuestros queridos y admirados dinosaurios, los renombrados, los mismos que otros años han sido jurados de quienes este año fueron jurados. Este artículo pretende hacer algunos alcances respecto de esta iniciativa del Estado para incentivar la creación artística y la actividad cultural de Chile. No se trata solamente de analizar resultados y criticar decisiones, sino de reflexionar sobre las falencias evidentes o no tanto de esta instancia, que no se agota, por supuesto, en analizar las cifras. Sobre las múltiples miradas que se pueden dar a este concurso, hay algunas en las que pienso es imprescindible detenerse. En primer lugar, por su obviedad, se encuentra la ridícula competencia entre artistas y gestores de estatus irremediablemente distantes, y que sin embargo, son forzados a competir por los mismos fondos. Quiero señalar que es una falacia argumentar que el Fondart hace una diferenciación de los postulantes según su trayectoria, ya que mientras se trate del mismo fondo, es imposible imaginar cómo se hará la gran repartición cada año. Es así como (tantas veces señalado), un joven artista de escasa trayectoria debe poner en la misma balanza su proyecto, teniendo como contendores a todos los grandes nombres vivos de nuestra cultura. En este punto quiero ser categórico, creo que la responsabilidad sobre esto la tienen los mismos dinosaurios ya referidos. Son ellos quienes no se han propuesto competir al nivel que les corresponde. Saben que la actual estructura del concurso les hace el camino fácil. En parte, este artículo es un llamado urgente a modificar este aspecto, y a separar el concurso no sólo en términos de trayectoria, sino también en el tipo de proyectos que se presentan. Esta división debe ser tanto formal como de fondo, poniendo por sobre todos los intereses, los del país en materia cultural. Para ello el Fondart ha creado la posibilidad de competir en la categoría de proyectos de excelencia, pero a la cual no muchos han postulado. Esta categoría permite financiar hasta dieciocho meses, pero implica formular proyectos mucho más contundentes, para los cuales nuestros dinosaurios parecen no estar preparados. En vista de la existencia de esta nueva categoría, debiera especificarse claramente quiénes pueden y deben postular a ella, y quiénes a la instancia normal de seis meses de financiamiento. Siguiendo con el análisis de nuestro concurso, en los resultados 2004 encontramos proyectos que deben pelear por los recursos año a año, con el desgaste que ello significa, no obstante conforman instancias ya probadas y merecedoras de mayores apoyos. Este tipo de instancias debe contar con apoyos más duraderos, proyectos de varios años que aseguren su arraigo en el núcleo social donde se ejecutan. ¿Se considera acaso que instancias como el noveno Encuentro interregional de danza itinerante, el decimonoveno Encuentro de teatro popular latinoamericano, el cuarto festival de Clown, o el quinto Encuentro nacional de orquestas juveniles e infantiles, son instancias que deben postular año a año? ¿No debiera acaso el Estado considerarlas actividades permanentes en virtud de su trayectoria? Un punto reconocible es el avance en la creación de los formularios web. Esto permite una mucho mejor calidad de las presentaciones y da la posibilidad de trabajar en línea entre personas que se encuentran en distintos puntos del país, e incluso fuera de este. Pero aún la estructura del formulario adolece de incontables faltas, en pro de una mal entendida simplicidad en la formulación de los proyectos. Se exige la presentación de un sin número de cotizaciones, que más allá de significar una distracción al trabajo en los momentos de la formulación de un proyecto, no aportan en nada. ¿Por qué no dejar que quien gana un proyecto se haga responsable de las proyecciones de gastos que realizó? ¿Por qué no ahorrar excesivos controles al momento de la selección de proyectos, y abocarlos a evaluar los resultados de las iniciativas apoyadas, muchas de las cuales no cumplen con las expectativas y sólo deben cumplir con la rendición de cuentas y la presentación de un irrelevante informe que sólo ayuda a engordar las montañas de papel detrás de las cuales se refugian los burócratas? Quizás uno de los temas más lamentables son los honorarios que otorga el Fondart, estos son un claro índice de la subvaloración del trabajo artístico en nuestro país. Las bases del concurso permiten solicitar un máximo $450.000 mensuales en esta materia para los ejecutores, sin embargo son los jurados (mismos que son actores culturales y creadores) quienes lo primero que hacen es calcular el cuociente entre los honorarios solicitados y las horas de dedicación proyectadas, para descalificar (y cuanto más jóvenes peor) a los osados que intenten alcanzar algo así como la insólita cifra de, digamos, $2.000 la hora. ¿Cómo se te ocurre, quién te crees que eres? Como si habláramos de enriquecernos. Frente a las ya expresadas y otras críticas que se hacen las autoridades argumentan que el FONDART es sólo una instancia y que no pretende abarcar todas las necesidades. También que se están haciendo constantes esfuerzos para mejorar la gestión y para lograr que los resultados lleguen a todo Chile. En ese caso se debe fomentar la creación de una industria cultural en Chile. Para ello no basta con señalar que 4.500 millones de pesos es una cifra escasa, sino que en exceso paupérrima. No es concebible que a la misma cantidad de recursos cada vez se sumen más y más áreas de postulación. No es posible que haya proyectos que sean descartados por ser considerados caros, sin entenderlos en su virtud. A modo de ejemplo tenemos la nueva línea de Conservación y difusión del patrimonio cultural, disciplina en la que los recursos necesarios no se condicen en absoluto con los posibles a postular. Estamos hablando de un promedio de 21 millones de pesos a repartir por región. ¿Estaremos haciendo bien en dividir el mismo pastel infinitamente? Quiero hacer un breve paralelo, a modo de propuesta, con el mundo científico chileno en materia de fondos concursables. Más allá de un asunto de montos disponibles, y reconociendo que es el Estado el que parte del erróneo supuesto de que los avances científicos y tecnológicos son más rentables que los culturales para el país, se trata de un asunto de la seriedad de las instancias de financiamiento de quienes postulan. El mundo científico, a través del Fondecyt, Mesesup, Milenium, Fondap, Fondef, y otros, ha tomado una actitud mucho más decisiva. Si queremos mejorar nuestras instancias de financiamiento cultural debemos involucrarnos activamente en las discusiones que pueden mejorarlas. Los científicos han presionado para perfeccionar los concursos en los cuales se deben batir. El mejor paralelo al Fondart corresponde al Fondecyt. Para dar algunos ejemplos, esta instancia permite financiar proyectos de hasta tres años. Se divide claramente en categorías para investigadores de reconocida trayectoria e investigadores jóvenes con montos asignados bien definidos. Permite financiar tesis de pregrado en el marco de un proyecto. Al momento de la postulación centra su atención en el marco teórico sobre el cual se sustenta la iniciativa y no exige un sin fin de cotizaciones para justificar la proyección de gastos. Incluso permite a un investigador postulante, si este lo considera pertinente, vetar a alguno de los jurados para evaluar su proyecto. Transparencia, simplicidad, flexibilidad y amplitud de criterio son algunas de las lecciones que nuestros cuadrados colegas científicos nos pueden enseñar. Los proyectos Milenium son otro ejemplo a imitar. Estos buscar formar núcleos de investigación alrededor de un tema común. Son proyectos que por sus proporciones van más allá de lo que les puede ofrecer el Fondecyt, por lo tanto son de otra categoría, y en general se premia la interdisciplinaridad y la capacidad de colaboración entre los más destacados nombres de la disciplina en cuestión. En este último punto los creadores están una verdadera edad de piedra, descubriendo apenas el fuego. Quizás estamos lejos todavía de alcanzar el nivel del funcionamiento de nuestros colegas científicos. Sus instancias de financiamientos comenzaron bastantes años antes, y la estructura universitaria les brinda un resguardo laboral que los artistas por lo general no conocen. Sorprende entonces la incapacidad de imitar lo bueno y de dialogar con los actores de otras disciplinas para aprehender y compartir experiencias [1] . Basta con visitar las correspondientes páginas web www.conicyt.cl y www.fondosdecultura.cl para sorprenderse con la diferencia de claridad y gestión de ambas organizaciones. Se puede argumentar que la esencia del trabajo científico y artístico es de una naturaleza distinta, pero aunque esto sea en parte cierto, no es suficiente para abandonar nuestra responsabilidad como actores culturales. Nuestra responsabilidad de perfeccionar el sistema es ineludible, incluso antes de pedir más dinero al Estado, porque los recursos se deben solicitar con argumentos muy sólidos y consistentes, sin berrinches y sin miedo a los tecnócratas. Al frente tendremos peleando por esos mismos recursos a la salud, la seguridad ciudadana y a la educación. Quizás baste con hacer entender a las autoridades que la actividad cultural sostenida y enraizada, es la más eficiente lucha contra los problemas recién mencionados. [1] La Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología, CONICYT, fue creada en 1967. Actualmente cuenta con un presupuesto anual de más de sesenta millones de dólares. |
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