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13-Agosto-2004

 

Oración del Impuro, de Rómulo Bustos
La estética del ángel

 

escribe Juan Cameron

La obra reunida del colombiano Rómulo Bustos da cuenta, por un lado, de una poética coherente desarrollada a través de toda su producción; por otro, del respeto y cuidado de las instituciones culturales de su país hacia sus creadores. Bustos muetra su desencanto frente a lo telúrico ante la imposibilidad de tocar el cielo; y queda, en condición angélica, en un espacio intermedio que describe con tono pausado y con fina capacidad estética.

La poesía de Rómulo Bustos se establece entre dos tópicos simbólicos para definir -según parece por su fuerte participación como hablante- alguna condición existencial. Una corriente terrena abarca el lar como espacio ideal, y las figuras de su madre y de su hermana menor constituyen sombras que, en cierto modo, recorren varias de sus publicaciones. La otra línea, de sesgo ontológico, contiene un sistema de valores, metáforas y símiles representado en ángeles y arcángeles, para explicar el sentido de impureza que lo ha de cuestionar a través de sus versos. Se trata de figuras carentes del elemento maléfico (la culpa, etc.) que lo alejan, al menos ante el lector, de su condición de miembro de la tribu.

Extrañeza y delimitación quedan así señaladas en su reciente Oración del impuro, obra completa o antológica aparecida en fecha reciente en Bogotá. Pero ya en su libro inicial, a través de la dedicatoria («a mi madre/ imagen previa del paraíso») y del primer poema, Ícaro dudoso (Tal vez/ llevamos alas a la espalda/ Y no sabemos) da cuenta de su proyecto escritural. La progenitora, fuente primigenia del su único fuego posible, se define como un paño muy blanco que nos enjuga el alma. A esta imagen de salvación el poeta recurre para trazar sus versos después de un largo viaje. Se trata de una mirada retrospectiva hacia el niño que juega al otro lado del tiempo. El recuerdo de los pies sobre la hierba no puede, sin embargo, tachar en el manuscrito los cuarenta días del diluvio, la Sodoma calcinada o el diario espectáculo de nuestra nada. Bustos, a través de imágenes recurrentes, relata una historia y una postura con una impronta de amarga nostalgia por lo que ya no será; o no lo fue.
mor, que le sigue, el código se convierte en un metalenguaje de gran eufonía y da paso a una poética más desarrollada: El rostro de la luna el gozoso/ plumaje de los árboles/ La suave lluvia/ el mar oleando sus fogajes. Más certero en su imaginería, Bustos hace coincidir el torso jubiloso de un arcángel con la empinada ebriedad del vértigo. La ebria hermandad, el sagrado abismo de la carne mutuamente profanada, queda establecida a partir del simbólico título.

Pero tal vez la expresión más lárica de Bustos se dé En el traspatio del cielo, libro en el cual su fina y delicada pluma retoma esos días lentos/ y verdes y amarillos como grandes camaleones a la orilla del tiempo. Las sombras de los suyos, que difuma a veces con nostalgia, a veces como crítica, se confunden con sustantivos propios de su Cacagual originario y el paisaje que construye recrea la infancia, la casa natal y la figura del otro, del innombrable; porque las cosas conocen tu verdadero nombre (...) y tú lo escuchas cuando en silencio te pronuncian.

El rescate del sentido de libertad e identidad aparece en La estación de la sed, el último de sus libros recogidos por Oración del Impuro. Imágenes muy logradas, como el de la aparición del demonio, las islas como restos de un lejano naufragio o el mensaje aparecido detrás de las cortinas, dan cuenta con elegancia de su preocupación vital. Para él Dios está borracho y la estación de la sed lo convierte en ese minúsculo pasajero que ha descendido en algún lugar erróneo del paisaje. Consciente del valor de la poesía -y de su poética- frente a la imagen cosmogónica de la escritura su propia existencia no es sino un ejercicio más, un intento; tal vez el fracaso de todos.

Sacrificiales es ya una pieza de orfebrería que cierra este capítulo. Dios es ahora un raro animal de dos cabezas; y el poeta, libre de culpa, se identifica con el Arcángel, símil de un individuo que pareciera no tener cabida entre la tierra y el cielo, los dos tópicos simbólicos señalados por él mismo para su poesía.

La obra reunida de Rómulo Bustos Aguirre -reza la información de Oración del Impuro- consta de los libros publicados El oscuro sello de Dios (Ediciones en tono menor, 1988), Lunación del amor (Ediciones en tono menor, 1990), En el traspatio del cielo (Colcultura, 1993), La estación de la sed (Magisterio, 1998) y el inédito Sacrificiales, resultado del proyecto de creación auspiciado por la Universidad de Cartagena. Esta edición antológica fue editada, a comienzos de 2004, en la Colección Poesía de la Universidad Nacional de Colombia, por la División de Divulgación Académica y Cultural de su sede en Bogotá.

Bustos nació en Santa Catalina de Alejandría, un poblado de la costa caribeña, en 1954. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Cartagena -donde hoy enseña Literatura en la Facultad de Ciencias Humanas- y Literatura Hispanoamericana en el Instituto Caro y Cuervo. Es también autor de una Antología de poetas costeños (1993) y fue incluido en la Antología de Poesía Colombiana de Rogelio Echavarría.



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