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Nuevo libro del escritor colombiano Víctor Rojas |
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escribe Angela García Al cabo de poco tiempo de vivir en Suecia descubrí con asombro, el desdén que los vernáculos tienen por sus leyendas mitológicas y sagas. La evidencia estriba no sólo en el desconocimiento de las mismas, sino además en el perfil casi insignificante, (entiéndase que hablo de la generalidad de los suecos y sobre todo, paulatinamente de las generaciones más jóvenes), que se concede a la tradición poética. Es la razón por la cual me permito citar abajo la definición que el diccionario da a saga*, para tener un punto de partida más homogéneo que riñe con la acepción meramente fantástica. La palabra saga llega a los oídos de un considerable porcentaje de lectores latinoamericanos, (gracias a Borges, pero también a nuestros propios mitos) con un cierto aroma sagrado, emanado justamente de su lejanía en el tiempo, cuando los valores de honor, dignidad, valor y belleza eran irrefutables, puros, es decir en las antípodas de la relatividad histórica, más conocida como evolución humana. Tiempos de intachable gloria, cuando la fuerza física de los guerreros, se defendía con la espada de la boca, es decir la elocuencia; según los hechos de Odín. Si he entendido con fortuna el interés que mantiene felizmente vivo el recorrido de las 88 páginas de los Textos de la bruma nórdica, se resume en la frase que Víctor Rojas usa para explicar la existencia de Odín, sus aparentes contradicciones entre lo moral y lo inmoral, lo noble y lo innoble (como el planeado engaño a la ingenua giganta que le ofrendó su amor), la trascendencia de su mito disponiendo los orígenes de la lírica escandinava y su influencia en otras literaturas del mundo contemporáneo. Dice Víctor Rojas: La premura que tenía el asa Odín de conseguir el hidromiel estaba justificada, puesto que era obligación suya, la primordial, enseñar el arte de la retórica versificada a los jóvenes. Era mandato suyo que para ser guerrero se necesitaba primero ser poeta. Más preciada que el acero de la espada y la lanza, que el hierro del martillo, que el oro de la dignidad real, era el don de la palabra, el espíritu poético, el primer don del auténtico guerrero. Muchos son los historiadores, antropólogos, filólogos y especialistas del ramo que se han dedicado a exhaustivos estudios cargados de datos comparativos con el fin de ayudar al lector interesado en la comprensión de la compleja armazón de las Eddas islandesas, después de haber sido salvadas por la literatura oral. Páginas y libros, una enorme biblioteca, pletórica de erudición, partes de la cual mantuvieron a Borges dos años inmerso, para dar a luz su memorable ensayo sobre las kenningar. La nada desdeñable virtud de Textos de la bruma nórdica es que Víctor mediante un lenguaje coloquial metido en el magma de nuestra inmediata historia, logra recrear aquellos hechos, casi sepultos en una farragosa trama de nombres con una fresca verosimilitud. El primer buen tino es comenzar el libro con un relato autobiográfico de los acontecimientos que condujeron a Víctor a salir de Colombia, su llegada a Suecia y luego el áspero proceso de aprendizaje del idioma, (en el que la ley de empezar de cero, entre otras renuncias, le impuso la autoconsideración de analfabeto), pero que al mismo tiempo lo acoplaba al descubrimiento de su destino como escritor. Consiguientemente desglosa ciertos temas clásicos de las Eddas, mediante algunos elementos que caracterizan su contenido y su forma. Ejemplo de lo primero es la venganza y de lo segundo las metáforas. Con idónea fluidez despliega su indagación tras la pista de los conquistadores de Islandia. Su estilo estaba ya previsto en Mientras los vikingos saquean en París, -publicado tres años atrás en su colección de Simón Editor. Entonces, la prosa acomodada a la forma versicular jugaba con el neblinoso pretérito y el concreto final del siglo XX, con dos estrategias, la ancestral metonimia y la coloquialidad directa del bogotano, cuyo tono de barriada sin embargo mantiene impolutos los maravillosos juegos de los sucesos antiguos. Precisamente su tesis, que el realismo mágico procede de las sagas de Islandia lo autoriza a tender desde allí un elástico hilo hasta Selma Lagerlöf, llegando al mexicano Juan Rulfo y al colombiano García Márquez. (Paralelismo existente, preciso es decirlo, en cualquier mito de origen de cualquier cultura). Pero ahora, sin la obligatoriedad del verso, su pluma se remonta a mi modo de ver- al nivel que le es propio y natural. Solvencia en el tema y gozo de contar son condiciones que confieren libertad a una obra y sostienen de comienzo a fin, página a página, el gusto de su lectura. El primer signo de la feliz relación entre libro y lector es que el primero seduzca a una relectura con expectativa y placer renovados. Con este libro de Víctor Rojas he tenido de nuevo esta grata experiencia. * Cada uno de las leyendas poéticas contenidas en las dos colecciones de primitivas tradiciones de la antigua Escandinavia llamadas las Eddas. |
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